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Cuarteles de invierno

Trabajo en progreso de la escultura dedicada a la Legión del artista Salvador Amaya

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Analizar la realidad con premisas falsas es el camino más corto al desastre si de lo que se trata es de mejorar de manera concreta la vida de los más desfavorecidos. Un mal que a veces se produce por el simple interés de sus hacedores de asegurarse una posición de relevancia en un espacio político para poder vivir mejor. La paradoja es que a veces apelando a lo común y lo colectivo, y la mejora material de la clase trabajadora hay quien simplemente se está asegurando una posición de preeminencia que le aporte una salida individual. Convertirse en reaccionario en estos tiempos es una oportunidad de mercado cuando la hegemonía cultural y mediática avanza en dirección contraria a las ideas de progreso. 

Los discursos conservadores, en la izquierda y la derecha, son una inversión de futuro. Una de las ideas falsas que muchos elementos de la izquierda enarbolan para conseguir el capital simbólico de la atención es que la extrema derecha gana posiciones porque la izquierda abandona lo material y los ultras son capaces de llenar ese vacío. La izquierda está preocupada del lenguaje inclusivo y la pansexualidad y no atiende a las verdaderas necesidades de la clase trabajadora. Los hechos demuestran que la única ideología en España preocupada en mejorar las condiciones materiales de la clase trabajadora de forma concreta y efectiva es esa izquierda institucional a la que se critica por atender también las necesidades de colectivos vulnerables e históricamente perseguidos. Se puede valorar cuán profundas son esas reformas materiales y lo ambiciosos que son en las propuestas y medidas, pero no falsear la realidad. La extrema derecha no se preocupa de las condiciones materiales de la clase trabajadora. Es una falacia demostrable. 

Las últimas medidas que la extrema derecha ha conseguido poner en el debate público son la inclusión del himno nacional en los colegios de Murcia, tumbar una ley para acoger a 13 niños de Ceuta y lograr ubicar en Madrid una estatua de un legionario de la guerra colonial contra Marruecos. A la extrema derecha no le importa lo material porque ya lo tienen asegurado. Su materia, la de las clases más favorecidas, ya está plenamente asegurada y cuando se pone en cuestión, aunque sea de manera discursiva, tiene los resortes necesarios para laminar cualquier disidencia del consenso general que emanó de la caída del muro y que en España tuvo sus estructuras fijadas por el capitalismo español tras 1939. 

La hegemonía es ese concepto que estuvo tanto tiempo manoseado con la aparición de Podemos y que ya no hablamos de ella pero nos comemos día sí y día también sin ser conscientes de que ya la hemos perdido. Un mal que se ve en la izquierda extraparlamentaria y en la institucional. Discursos de seguridad, orden, recuperación de la familia, natalidad y nación biológica en la izquierda tradicionalista como elemento con el que recuperar una posición perdida que solo estuvo ganado en sus ensoñaciones es una buena muestra de cómo desde posiciones progresistas se adquiere el discurso vencedor de la derecha sin darse cuenta o siendo plenamente consciente de que les puede asegurar una buena salida laboral. No hay nada más rentable que dejarte llevar por el sentido común mayoritario cuando se trata de ganarse la vida en los espacios públicos. 

La izquierda institucional es la que más ha sufrido la asimilación de los postulados hegemónicos neoliberales. La vivienda como un bien de mercado o los sindicatos mirando por los intereses de las empresas son los dos últimos ejemplos sangrantes a los que hemos asistido atónitos. Son tiempos difíciles. La hegemonía fue combatida y en algunos casos se avanzó en la dirección de progreso. El feminismo y el movimiento ecologista son los que más han conseguido mover los espacios de sentido común en la dirección adecuada y por eso son la vanguardia y los movimientos sobre el que vincular un profundo proyecto de clase a futuro. Pero el virus del individualismo infectó la base fundamental de la acción política y social de los últimos 40 años y el ambiente pospandémico ha creado un ambiente que lo ha desarrollado en contra de lo que los aplausos del confinamiento hicieron creer. Soy pesimista, creo que vienen años de repliegue profundo. El pensamiento de la izquierda necesita pensar y anclarse en los barrios. Es necesario volver a los cuarteles de invierno. Formarse, tejer y esperar. 

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