Los mitos y relatos erróneos sobre la formación del profesorado
Hace unos días se publicaba en este medio un artículo que calificaba de “estafa” la formación docente del profesorado de Educación Secundaria, a raíz de la propuesta de la Conferencia de Decanos de Educación de ampliar los créditos del Máster de Profesorado. Reconozco que una afirmación tan contundente me llevó a leer el texto con curiosidad. Creo que muchos estamos de acuerdo en que el Máster de Educación Secundaria es mejorable, aunque yo no lo calificaría como una estafa, la verdad. Sin embargo, lo que encontré fueron varias afirmaciones que me parecen incorrectas sobre las Facultades de Educación, la Pedagogía y el Máster de Educación Secundaria que creo que es importante aclarar.
El problema de fondo que he encontrado en el artículo es el marco sobre el que se construye, un relato que ya he leído demasiadas veces y que se sostiene sobre varios mitos tan extendidos como inciertos: que los pedagogos somos los responsables de todos los males del sistema educativo, que no tenemos ni idea de la realidad escolar, que controlamos a placer las Facultades de Educación y que diseñamos como queremos los planes de estudio.
Esas afirmaciones reflejan el profundo desconocimiento que se tiene de la Pedagogía, y eso debería llevarnos a una reflexión algo incómoda pero necesaria: quizá también hemos fallado los pedagogos y pedagogas en la manera de explicar, visibilizar y defender nuestra profesión. Así que, si algo pretende este artículo, es aclarar todo esto. Esto pretende ser una réplica constructiva, porque si algo necesitamos en educación es huir de reduccionismos y críticas que alimentan trincheras en vez de construir puentes.
Empecemos por algo que parece obvio y resulta sorprendente tener que aclarar: un docente necesita saber de educación. Por supuesto ha de dominar su disciplina, pero eso no es suficiente. Todos recordamos a docentes que eran auténticas eminencias en su campo disciplinar y, sin embargo, hemos sufrido su ineficacia en el aula. Y no por falta de voluntad, sino porque el conocimiento experto de una materia no garantiza la capacidad de enseñarla. Las ciencias de la educación son una disciplina académica con siglos de historia e investigación. Saber de tu materia es imprescindible, pero no es lo único necesario. Sabemos por la investigación educativa que la formación didáctica es fundamental, y que la experiencia es necesaria pero no suficiente. Es fundamental dominar la disciplina, por supuesto, pero un docente necesita comprender los procesos de aprendizaje, reflexionar críticamente sobre su práctica, conocer la historia y el sentido social de la educación, metodologías, atención a la diversidad, estrategias de evaluación, y un largo etcétera.
Entiendo que resulte sencillo señalar a los pedagogos como responsables de los males del sistema, pero la realidad es bastante menos cómoda para quien busca culpables a los que señalar. Los pedagogos somos solo una parte (ni siquiera mayoritaria) del amplio ecosistema profesional que conforma las Facultades de Educación, donde también trabajan matemáticos, filólogos, químicos, historiadores o filósofos, entre otros. Además, la idea de que la Pedagogía ha dirigido las grandes reformas educativas no se sostiene cuando se revisa quién ha ocupado los espacios de decisión, ya que el protagonismo institucional, académico y político ha pertenecido, en numerosas ocasiones, a otros colectivos y áreas. Tampoco es cierto que las Facultades de Educación estén dirigidas mayoritariamente por pedagogos: buena parte de los decanatos y de la propia Conferencia de Decanas está integrada por profesionales provenientes de otras disciplinas que han desarrollado su carrera en diferentes áreas, las didácticas específicas. La realidad es que quienes diseñan los planes de estudio que ahora algunos critican no son “los pedagogos”, sino los que fueron sus propios compañeros de facultad que posteriormente se han desarrollado profesionalmente en el ámbito de la educación. Y aún más, en las Facultades de Educación trabaja también un porcentaje nada desdeñable de profesorado de Primaria y Secundaria que imparte docencia como personal asociado. Es decir, ese mundo educativo gobernado por pedagogos de salón malvados no existe. Lo que hay es una diversidad de profesiones que trata de formarse e investigar en educación y de mejorar el sistema. Si algo destaca en las Facultades de Educación es que son diversas, y eso es sumamente enriquecedor. Y claro, por supuesto que hay algunos pedagogos y pedagogas planteando algunos disparates en educación, y también hay médicos que recetan homeopatía, pero los errores de algunos profesionales no invalidan la disciplina, ni mucho menos anulan la necesidad de la formación que la sustenta.
De hecho, las propuestas educativas que hoy algunos parecen descubrir con estupor, ni siquiera son nuevas. Los movimientos de renovación pedagógica tienen siglos de historia y el cuestionamiento de los enfoques meramente instructivos ha sido una constante a lo largo de la historia de la educación. Por ejemplo, la Institución Libre de Enseñanza, que alcanzó su auge en la II República, era proyecto que cuestionó la rigidez academicista de su tiempo y que introdujo debates que, irónicamente, hoy algunos presentan como si fueran ocurrencias pedagógicas recientes.
El debate en torno al Máster de Formación del Profesorado no debería estar en si un docente necesita o no formación pedagógica, sino en cómo, cuándo y en qué condiciones se ofrece la necesaria formación didáctica para los docentes de Educación Secundaria. En la discusión sobre la necesidad de recursos, tiempos, calidad e igualdad en el acceso estamos muchas personas y muchos colectivos. El problema real del Máster es haberse convertido en un modelo de negocio. Hoy, una parte muy significativa del alumnado cursa esta formación en universidades privadas, ante la limitación que existe de plazas en las públicas. Y podemos debatir sobre cómo hacer las necesarias reformas en él, o incluso sobre si deberíamos plantear otros modelos de formación del profesorado de Secundaria, por supuesto. El debate está ahí, en cómo mejorar la formación docente, respetando la necesaria formación disciplinar, no en convertir a la pedagogía en chivo expiatorio de los problemas estructurales de la educación. Necesitamos una mayor defensa de la educación como bien público. Defender una formación pedagógica de calidad no es proteger intereses corporativos, es defender la calidad democrática y académica de nuestro sistema educativo. Y ahí es donde estamos las Facultades de Educación.
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