El poder de mantener la boca cerrada
Quizá, solo quizá, hay momentos en política en que conviene ser prudente. No elevar la voz, pasar desapercibido y no erigirse en adalid de nada. Cada cual es libre de elegir su camino y Alberto Núñez Feijóo ya lo ha hecho. No precisamente para practicar el silencio activo, sino todo lo contrario: para abonarse al ruido, gritar el primero, bramar más fuerte que nadie y destruirlo todo. Lo mismo convierte sin prueba alguna a un expresidente del Gobierno en cómplice de un presunto delincuente, que acusa a Sánchez de asaltar la democracia, de intentar pervertir el resultado de unas elecciones o ser un abusador más de los que han sido denunciados por mujeres socialistas.
Su furibunda reacción al goteo de casos de acoso sexual que salpican al PSOE sólo hubiera sido comprensible si en el PP la reacción ante los suyos propios -que los hay por decenas- hubiera sido categórica y expeditiva. Pero, el líder del PP se dejó llevar por la cháchara incontenible y sus palabras le han explotado en toda la cara porque también hay Me Too en un PP que además encubre a los acosadores, según ha quedado acreditado con audios muy reveladores.
Lejos de cerrar el pico y seguir los consejos de quienes defienden que callar, a veces, es sinónimo de éxito, no solo ha tachado al PSOE de “partido peligroso para las mujeres” y a Sánchez, de consentidor con los abusadores de sus filas, sino que ha convertido directamente al presidente en uno de ellos. Al final, su locuacidad y su doble moral le han matado como garante único de los derechos de las mujeres, que es como se ha presentado en estas últimas semanas de furia y estruendo, incluso en la Eurocámara, donde su partido ha forzado un debate sobre el acoso sexual en las filas socialistas.
La eurodiputada Dolors Montserrat eligió mal día para igualar al PSOE con un “estercolero moral lleno de acosadores, depredadores y cómplices que callaron para no perder su sillón mientras silenciaron e ignoraron a las víctimas”. Justo cuando vociferaba de ese modo, elDiario.es desvelaba que el PP extremeño ocultó la denuncia de una concejala de Navalmoral de la Mata por el “trato machista” de su alcalde. “Aguanta, ya sabes cómo es”, le respondieron sobre el regidor del municipio, Enrique Hueso.
Y trascendía además que la presidenta de Extremadura, María Guardiola, contrató como chófer personal a un primo, de profesión churrero, condenado por violencia machista que figuraba en los ficheros de VioGen.
Y se conocía que el alcalde de Algeciras José Ignacio Landaluce se atrinchera como senador del PP y regidor municipal, a pesar del vendaval mediático que ha desatado una denuncia por acoso sexual que en Génova, 13 conocían desde hace un año. Y se supo también que el popular Marco Borrego, cargo de confianza de Landaluce, presionó a una de las exconcejalas del Ayuntamiento que fueron supuestamente acosadas para que fingiera ante notario que padecía un “desequilibrio mental” y así enterrar la polémica.
Y se publicó que una jueza ha imputado al alcalde popular de Jérica (Castelló) en una causa, abierta hace meses, por dos presuntos delitos de acoso sexual a sendos menores de edad e impuesto medidas cautelares de alejamiento a sus víctimas.
Y así hasta el infinito, sin necesidad de remontarse a sus tiempos como presidente gallego en los que amparó al entonces presidente de la Diputación y del PP de Ourense, José Manuel Baltar, acusado por una compañera de partido de prometerle un empleo público a cambio de favores sexuales.
Ahora que llegan las vacaciones de Navidad, haría bien el líder del PP en descansar un poco la sinhueso para no hacerse más daño del necesario porque, como dijo uno de los padres de la literatura moderna americana, hay ocasiones en la vida en que es mejor tener la boca cerrada y pecar de estúpido que abrirla a destiempo y disipar la duda.
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