Feijóo aspira a acelerar el ocaso de Sánchez y el presidente, a que el PP siga atado a Vox
¡Parad el recuento! La frase hizo historia. La pronunció Donald Trump el 5 de noviembre de 2020 para denunciar, sin una sola prueba, un supuesto fraude electoral en EEUU e incendiar las calles del país. Incapaces de asimilar la derrota, dos meses después, sus fieles asaltaban el Capitolio en Washington DC en un altercado que dejó tras de sí varios muertos. Todo empezó ahí. Lo que, en principio, pareció una boutade del republicano más extravagante de cuantos han pisado la Casa Blanca, poco a poco empezó a normalizarse en otras latitudes. También en España. Y no solo por la ultraderecha de Vox.
El PP también ha seguido la estela de Trump y de todos aquellos que han hecho del extremismo y la desinformación su santo y seña como un único objetivo: destruir al adversario y cuestionar el sistema democrático. Primero fue Aznar quien sembró dudas, luego Ayuso y después se sumó Feijóo a una campaña de descrédito del sistema electoral español asumiendo el lenguaje más habitual en Vox. Una estrategia que, además de desgastar al Gobierno, busca competir por el electorado más ultra.
Esta semana, a las puertas de las elecciones extremeñas, han vuelto a hacerlo: encender la mecha de manera tan irresponsable como ridícula, tras el robo de una caja fuerte de Correos y 124 votos, en la que los ladrones se llevaron el dinero que había dentro y dejaron los votos esparcidos. Aun así, en menos de un minuto el bulo sobre el “pucherazo” ya había sido difundido por tierra, mar, aire y todos los medios afines, como lo hicieron antes en las elecciones de 2023. Y todo para que no se hablase de cómo el PP extremeño ignoró varias denuncias por el “trato machista” de uno de sus alcaldes o que su candidata, María Guardiola, colocó a su primo, de profesión churrero, como chófer de la Junta pese a haber sido condenado por violencia machista.
Y es que como Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo, un líder que no termina de cuajar ni dentro ni fuera de su partido, se juega mucho en esta convocatoria. Es la primera de un ciclo electoral, que seguirá en Aragón, Castilla y León y Andalucía y con el que el PP busca una muerte gradual del presidente del Gobierno, que atraviesa por uno de los momentos de mayor debilidad desde que arrancó la legislatura. Confía en que una derrota tras otra en hasta cuatro elecciones regionales en los primeros seis meses precipite la caída de Sánchez.
La victoria de los populares, en efecto, esta vez se da por descontada, pese a que el PSOE fue primera fuerza política en las últimas autonómicas de 2023, si bien no pudo gobernar porque Génova, 13 impuso a Guardiola un acuerdo vergonzante con Vox para arrebatar el poder a los socialistas que entonces lideraba el hoy fallecido Guillermo Fernández Vara. Lo previsible es que la suma PP+Vox obtenga una mayoría inédita en una región en la que el PSOE ha gobernado durante 32 años, pero lo que nadie espera es que Guardiola alcance la mayoría absoluta que la libere de la ultraderecha. Es más, el partido de Abascal crecerá en votos y en escaños, por lo que subirá el precio para permitir la investidura y afianzará así la traumática relación que los populares mantienen desde 2023 con la ultraderecha.
Nada apunta a que Feijóo pueda desprenderse de su peor pesadilla y quitarse el sambenito de “tibio” que le han colgado en su propio partido. De hecho, su futuro parece inexorablemente unido a Abascal y sus políticas, sometidas a las de la ultraderecha. Y Sánchez, por su parte, se conforma con eso, con demostrar que este pulso extremeño, en plenas Navidades, no le servirá al PP para deshacerse de Vox, sino todo lo contrario, para ser más dependiente si cabe de la pauta que le marque la ultraderecha en el marco de una ola imparable en Europa y en el mundo.
Uno y otro quieren saber por quién doblarán antes esta noche las campanas: si por la muerte lenta del presidente del Gobierno o por el ocaso de una derecha autónoma que invalide a Feijóo como alternativa fiable y de Estado. Pero el propio Feijóo ha rebajado su objetivo a que el PP logre más votos que la izquierda de tal modo que así pueda abaratar el precio de Abascal y que incluso pueda arrancarle una abstención, algo que se antoja improbable porque en Extremadura las relaciones entre los socios del bloque son mucho más complicadas que en otras plazas. Abascal ha afrontado esta campaña como si él mismo se presentara a la presidencia de la Junta y ha deslizado incluso la idea de que si el PP quiere sus votos, tendrá que prescindir de Guardiola.
Aun así en Génova, aspiran a que esta noche sea solo el principio de un carrusel autonómico que visualice que el PP crece en votos y escaños mientras el PSOE se hunde hasta registros nunca vistos en una plaza que le era hegemónica de tal modo que la situación agónica arrastre a Sánchez a una disolución anticipada de las Cortes para celebrar elecciones generales. Y si no fuera así, a que al menos aumente el ruido orgánico en un PSOE donde ya se empiezan a tomar posiciones de cara al post sanchismo y se abre paso el debate sobre una posible abstención de los socialistas ante una hipotética investidura de Feijóo cuando se celebren las generales. Si la decisión fuera finalmente esa, sería la demostración de que los impulsores de aquella operación de 2016 siguen sin entender el latido de su propia militancia.
Hasta que eso llegue, los socialistas son muy conscientes de que el ciclo del PP en Extremadura que arrancó en 2023 no acaba este domingo, pero también esgrimen que, pese a ello, todo seguirá igual y que Feijóo habrá hecho un ejercicio de gatopardismo en un marco, además, en el que no se le conoce proyecto más allá del “antisanchismo”, pero sí muchas soflamas sobre un presunto estado bolivariano y una sucesión de bulos convertidos en ataques directos a la democracia, como se ha visto con la denuncia del falso fraude electoral en un claro estilo trumpista.
Ni el volumen de Vara ni la personalidad de Ibarra
Con las elecciones de esta noche se sabrá también hasta dónde llega la caída del PSOE y cuál el estado de ánimo de su electorado después de los casos de corrupción y el goteo de denuncias por acoso sexual contra varios dirigentes socialistas. Nunca antes el partido de Sánchez se lo había puesto más fácil a sus adversarios y más difícil a los suyos porque al descrédito por la acumulación de escándalos se suma la presentación de un candidato que carece del volumen de Fernández Vara o de la personalidad arrolladora de Ibarra —que fueron quienes le antecedieron en el cartel electoral extremeño—, y que además está procesado por la contratación del hermano del presidente en la Diputación de Badajoz.
Con un cuestionado aspirante, un mal momento para el partido y el desgaste de casi ocho años de Gobierno de España, las expectativas están por los suelos y la tendencia natural será cargar toda la responsabilidad sobre Sánchez, pero en La Moncloa manejan datos que sitúan a Miguel Ángel Gallardo muy por debajo de la fidelidad a la marca y al propio presidente del Gobierno.
El mensaje oficial, en todo caso, será este lunes de resistencia, ya que la intención de Sánchez no es otra más que agotar la legislatura. En el fondo, sabe que, pasado el éxito y el triunfalismo de una victoria amarga para el PP, los análisis más honestos no podrán ignorar que este pulso se lanzó desde Génova pensando que Feijóo podría deshacerse de Vox y que, para su desgracia, no habrá podido. Y, luego, ya en enero cuando haya pasado la Navidad, el foco estará de nuevo en los pactos postelectorales, en que Abascal seguirá siendo quien marque la estrategia de la derecha y en que tanto Mañueco en Castilla y León como Moreno en Andalucía podrían correr la misma suerte que Guardiola y, en definitiva, Feijóo. Al final, cuando el PP despierte, Vox seguirá ahí por mucho tiempo.
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