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El arte de la provocación

Azahara Alonso

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El siglo XXI es tal vez demasiado frío, y los personajes del pasado se nos van en él como llevados por la corriente de su propio tiempo. El domingo murió Otto Muehl, exponente del accionismo austríaco y uno de esos pintores cuya vida estuvo a la altura de la polémica.

Tanto su vida personal como su pintura se proyectaron con la vanidad que le caracterizó y que le llevó a realizar actos extravagantes, irreverentes. Ilegales. Muehl gustaba de compararse con Miguel Ángel, con artistas que habían caído en la locura, como Van Gogh, o que hubieran sido estigmatizados socialmente, como Egon Schiele. Quiso ir más allá y, como todo gran artista, buscó hacer de su vida la obra de arte total. Quiso transgredir y así lo hizo: fundó una comuna en 1972, la Organización de Análisis de la Acción. Drogas, libertad sexual, creatividad. Pero también una organización en la que el incoherente Muehl se erigió como soberano absoluto. Acusaciones de pederastia, cárcel, otra comuna en La Gomera y un exilio voluntario en Portugal.

Muehl gastó todos los cartuchos y ha muerto a los 87 años, viejo. Más de lo que podía esperar. Con todo el peso de esa vida sobre los hombros.

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