La convivencia es cosa de todos
Hace apenas unas semanas el Gobierno Vasco presentaba “su” Plan de Paz y Convivencia. Un plan, en primer lugar, nuevo, diferente al presentado en la pasada legislatura por el Gobierno socialista. Y empezaré por confesar que no acabo de entender la manía que están adoptando los sucesivos Gobiernos de presentar un plan nuevo en cada legislatura. Porque el presentado por los socialistas también venía a sustituir a otro anterior presentado por el ejecutivo de Ibarretxe.
No se me escapan las diferentes visiones que autonomistas y abertzales tienen en la materia de la Paz y la Convivencia. Pero es en esta materia, como en algunas otras (por ejemplo, la Educación en España), en la que se debería hacer el esfuerzo de presentar planes cuyo recorrido vaya más allá de una legislatura. Porque de entre las muchas funciones que ha de desempeñar la política, está la de anticipar el futuro y, por desgracia, asistimos en demasiadas ocasiones a una política de gestión de la contingencia, atrapada por los plazos electorales y, por tanto, sin capacidad de definir proyectos de largo alcance, que no se consideran rentables en términos electorales. Algo penoso, especialmente en este terreno, porque como los datos vienen demostrando, si hay una buena inversión para Euskadi en todos los sentidos, también en el económico, es la inversión en Paz y Convivencia.
Pero es, en segundo lugar, un plan controvertido. Y efectivamente lo es, básicamente por una razón: dice cosas con las que una parte importante de la sociedad está en perfecto acuerdo, y dice otras cosas con las que a esa misma parte de la sociedad se le ponen los pelos como escarpias. Se trataría, por tanto, de un plan “bienqueda”, y ya se sabe que cuando se intenta contentar a todos, lo que se suele conseguir es justo lo contrario.
Más allá de las cuestiones de forma, en los contenidos del plan presentado por el Gobierno Vasco sí hay un aspecto que muchos agentes político-sociales han reconocido como bueno: se plantea tomar iniciativas desde Euskadi para contrarrestar el parón – cuando no, boicoteo indisimulado – que el Gobierno del PP está imprimiendo a esta materia.
Tras décadas de esfuerzo democrático y tres procesos de paz dinamitados con otros tantos atentados, como rezaba el último grito de la ya disuelta organización Gesto por la Paz, lo hemos conseguido. Es verdad que ETA no se ha disuelto ni ha entregado las armas, y es verdad que la izquierda abertzale tiene mucho camino por recorrer para estar homologada plenamente como una fuerza democrática dotada de legitimidad en el conjunto del cuerpo electoral. Pero también es cierto que llevamos 20 meses de paz y tranquilidad en Euskadi, y el Gobierno de Rajoy no ha tomado ni una sola medida para consolidar un escenario que, aunque no parece reversible, sí podría complicarse.
Hemos conseguido la paz. Ahora le toca a la política actuar. Desde el conjunto de España y en Euskadi. Y, empezando por España, no es comprensible que se dificulte una vía de reinserción de presos etarras como la vía Nanclares que, además de tener efectos beneficiosos sobre los reos y sus víctimas, contribuye sobremanera a deslegitimar los argumentos de la banda hacia los que considera “sus” presos. No es de recibo que el Gobierno de España se niegue a dialogar con los diferentes agentes que están trabajando discreta e incuestionablemente para que la disolución de ETA se produzca. No es razonable que los representantes vascos del partido del Gobierno se nieguen a hablar con quienes, tras haber asumido la ley de Partidos y el rechazo al terrorismo en los Estatutos de su nueva formación política legalizada por el Tribunal Constitucional, hoy ocupan casi un tercio de los escaños del Parlamento Vasco. Y es intolerable que el Gobierno de España se dedique a confrontar con el vasco en esta materia, como ha hecho estos días a cuenta del memorial de las víctimas.
En toda España, pero sobre todo en Euskadi, el recorrido para la consecución de la paz ha sido muy duro. Pero atravesado lo más duro, tenemos que poner en el objetivo la convivencia, que probablemente será lo más difícil. Porque hará falta valentía, acabar con prejuicios atávicos y, sobre todo, mucha innovación para que quienes encontraron en el terror el sentido a sus vidas, reconozcan el daño causado; para que quienes han crecido en el odio hacia nuestras instituciones, reconozcan ahora la legitimidad plena de las mismas; para que admitamos indubitadamente que no hay atajos en la lucha contra el terrorismo y que hay que aclarar las situaciones en las que estos fueron empleados.
No, el camino no va a ser nada fácil. Máxime, cuando debemos recorrerlo entre todos, porque la convivencia es cosa de todos. Conociendo la sociedad vasca, me cuesta mucho pensar en un camino hacia convivencia con el PP en la cuneta; como tampoco veo ese camino dejando de lado a la izquierda abertzale.
Pero, ¿por dónde empezar? Pues quizás, por lo más básico. Teniendo en cuenta los dos déficits que achacaba en el inicio al plan presentado por el Gobierno de Urkullu, probablemente lo más inteligente pensando en el futuro, sea presentar propuestas menos ambiciosas, lo que hará que el acuerdo pueda ser menos difícil y, por tanto, haya margen para darles un recorrido temporal más allá de una legislatura.
Y en el terreno de lo básico, hay ya algunas cosas hechas que deberíamos aprovechar. En el Parlamento Vasco se alcanzó un acuerdo de fondo el pasado verano, en el que una mayoría aplastante de los representantes de soberanía popular – por entonces no estaba presente EHBILDU – hicieron suyos dos principios: la necesidad de una paz con memoria y la garantía de no repetición. Esos principios, constituyen a mi juicio un suelo ético que los que estaban, los que están y los están por llegar a las instituciones, tendrán que pisar en el camino hacia la convivencia del futuro.
Como consecuencia de las dificultades que EHBILDU parece estar poniendo para la asunción integral del desarrollo de ambos principios, el foro parlamentario en el que se discuten estos asuntos en Euskadi corre el riesgo de entrar en una vía muerta, algo que sería un desastre, máxime si lo sumamos a la posición del Gobierno de España ya descrita y a la indiferencia cuasi absoluta de una sociedad que, por suerte o por desgracia, hace tiempo que ha pasado página.
Por tanto, cabe reclamar a la izquierda abertzale, que procure con sus hechos acabar con los lógicos recelos que el resto de formaciones tienen hacia su conducta. Y también cabría pedir al resto de formaciones políticas que enciendan las luces largas que les permitan observar los avances que, siquiera tímidamente o entre líneas, se están produciendo en el sentido del reconocimiento del daño causado y de su responsabilidad por parte de quienes tanto daño han hecho a la sociedad.
Se trata de que se sigan dando pasos, desde España o desde Euskadi o, mejor aún, desde ambos ámbitos a la vez. Y se están dando. Cierto es que son solo los primeros en el largo camino hacia un futuro diferente, hacia el futuro mejor. Un futuro en el que el debate público en Euskadi esté centrado en temas distintos al que ha consumido la mayor parte de la energía de varias generaciones. Un futuro en el que la izquierda y la derecha confronten democráticamente, dejando atrás el eje de discusión nacional, y en el que podamos asistir a la formación de otros gobiernos, gobiernos “normales” (hoy impensables) entre PP y PNV o entre el PSE-EE y la izquierda abertzale en nuestros ayuntamientos y en las instituciones comunes. Un futuro perpetuamente iluminado por la memoria y la voluntad de no repetición, que impida que vuelvan a aparecer las sombras que nos han impedido vernos y reconocernos en las últimas cuatro décadas.