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Memoria de las cenizas: andaluces en los campos de exterminio nazis

Eduardo Escot muestra la chaqueta de preso que llevó en Mauthausen.

Juan Miguel Baquero

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Más de 1.500 andaluces fueron apresados en campos de concentración nazis durante la II Guerra Mundial. Sólo un tercio salió libre, vivo, de Mauthausen, Auschwitz, Dachau, Buchenwald… y con la promesa firme, aún intacta, de no olvidar “nunca” a los que sucumbieron. El documental Memoria de las cenizas rescata este “juramento” en mitad del exterminio, el testimonio andaluz de los deportados al “infierno”.

Durante la II Guerra Mundial la humanidad se enfangó en uno de los capítulos conocidos más que dramáticos de la historia. “¿Y a nosotros nos van a meter también ahí?”. Jóvenes andaluces cautivos en la mayor contienda bélica de la Historia acaban de ver “una marcha de presos con la vestimenta de rayas y zapatos con suela de madera” en mitad de una explanada. Eran parte del contingente de reclusos republicanos españoles a merced del ejército germano, más de 10.000 personas en total que no imaginaban aún lo que les esperaba: el paradigma de la ignominia.

La historia “cruda” de los supervivientes andaluces 

El audiovisual Memoria de las cenizas, una obra de Intermedia Producciones -premiada como mejor documental andaluz por la Asociación de Escritores Cinematográficos de Andalucía (Asecan) y realizada en colaboración con la Fundación José Saramago, Amical de Mauthausen y la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica-, está contado en primera persona. No hay narrador. La historia “cruda”, en carne viva, la cuentan cinco deportados andaluces supervivientes del holocausto nazi: Alfonso Cañete (Córdoba), Juan Camacho (Almería), Eduardo Escot (Olvera, Cádiz), Virgilio Peña (Espejo, Córdoba) y José Marfil (Málaga).

Había que ser “un poco duro” si querías “salir de ese infierno”. Algunos pasaron de la guerra civil al exilio, de ahí a la guerra mundial contra el fascismo, los campos de exterminio... Sus duros testimonios componen un discurso narrativo carente de otros aditivos. Una noche les montan en un tren “en vagones cerrados como animales” con destino único en la degradación humana. Era uno de los grandes peligros a evitar, en momentos en que la propia existencia valía tanto como nada. “Degradarte no, te convertías en un nazi”. O enfilabas camino a una muerte segura.

“Si tenías mucha sensibilidad te podías morir”

“Si tenías mucha sensibilidad te podías morir, te tenías que hacer fuerte”. Hambre, sufrimiento. “Ya en el cuerpo no teníamos nada, lo habíamos perdido todo”. El dolor como rutina. “Ni en la familia podíamos pensar”, admiten. Los que ya no servían para el trabajo esclavo eran subidos “a una camioneta y directamente al crematorio”. Una chaqueta a rayas, de preso, gastada por el tiempo y como de película, es mostrada a la cámara. Su propietario la tuvo que usar durante cuatro años en Mauthausen (Austria). 

¿Por qué sobrevive un deportado? “Ellos mismos no lo saben”, explica Ángel del Río, antropólogo, profesor en la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla) y coguionista de Memoria de las cenizas. “Veían –prosigue– cómo gente más joven y con más salud se moría”. Una explicación sería “el deterioro psicológico”. Si una persona “se derrumbaba, acababa muriendo”. Un sustento vital, un soporte de unión para superar la barbarie, fue la condición común de “antifascistas”. Los españoles “hicieron piña y se convirtieron en un colectivo muy fuerte”. Con la semilla de la impotencia, de ver cómo morían compañeros a los que era imposible ayudar, germinó en cambio “un sentimiento de culpabilidad” que ha cohabitado siempre con “el ansia de vivir para contarlo”.

Audiovisual con objetivo didáctico, dirigido “a los jóvenes”

El proyecto audiovisual tiene además un fin pedagógico que se completa con la próxima edición de un libro que incluirá una “guía de recursos que explique la historia de estos andaluces”. Un objetivo didáctico enfocado “sobre todo a los jóvenes” y que podrá trabajarse en diferentes niveles educativos, como “universidades, institutos y escuelas de adultos”. El documental, relata su director, Eduardo Montero, tiene uno de sus pilares fundamentales en el testimonio de las familias de los presos. Es, cuenta, “la otra parte” de una misma historia, la que ha vivido “una angustia totalmente diferente”.

En algún caso, incluso, la investigación ha revelado el fallecimiento o reclusión en un determinado campo de concentración nazi de algún familiar desaparecido. Una de las tareas más complejas en la realización de Memorias de las cenizas reside en los propios relatos personales, “a los que no te acostumbras por su dureza”. Vestigios vitales que mantienen “por sí solos la tensión narrativa” e impactan por su integridad: los protagonistas están “política e ideológicamente intactos” y se ven responsables, confiesa Montero, de transmitir a las nuevas generaciones el terror que sobrevino de manos del nazismo. Uno de los deportados deja una sentencia en la obra: “Seguimos siendo antifascistas, antifascistas hasta la muerte”.

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