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Día 23 en estado de alarma: sorpresas te da la pandemia

Sorpresa /foto: Lola P.L.

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“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”, cantaba Rubén Blades y, tanto que nos la ha dado; creo que nadie esperaba tremendo sorpresón, que dirían por tierras caribeñas. Tras el primer impacto, que nos dejó atónitos y confusos, llegó la normalidad de lo anormal y, con ella, un saco de sorpresas casi a diario. 

No deja de sorprenderme el buen humor de la gente que me rodea en mi barrio, en el mercado, con mi familia, entre mis amigos... Con la que tenemos encima, y con la que se nos viene después. No sé si es inconsciencia, que creo que no, o sabiduría popular: “al mal tiempo buena cara”. 

No deja de sorprenderme cómo hemos cambiado hábitos y hemos abrazado unos nuevos en tan poco tiempo. Hacemos vídeollamadas a cuatro bandas, hemos convertido nuestros hogares en oficinas, en guarderías, en colegios, en institutos, cosas que parecerían imposibles han adquirido una normalidad asombrosa.

No deja de sorprenderme cómo se  ha lanzado el personal al mundo de la cocina. No hay levadura fresca en ningún supermercado, todo cristo haciendo pan y pizza.

No deja de sorprenderme lo corto que se nos hace el día, con el miedo que ésto nos suponía. Ahora “no tengo tiempo para nada” es el comentario general.

Pero para sorpresas, la que me da mi amigo el mirlo con su canto agudo todos los días, a las 3 de la mañana, desde el alféizar de mi vecina. Que no me acostumbro, oye. Y es que, como cantaba  Rubén Blades, “si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos”. Pues eso, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios”. (La ventana de Luis).

Procrastinación

(La ventana de Ángela) Nunca pensé que mis peores defectos fueran a venir a mi rescate. Ha sido mi gran sorpresa de esta cuarentena. Casera patológica. Perezosa devocional. Con menos masa muscular que un barbapapá (millenials, ver wikipedia). Cuando una de tus frases de cine preferida es esa de “Ya lo pensaré mañana” de Escarlata O’Hara, estás preparada para un confinamiento y para un secuestro yihadista de largo aliento. La procrastinación te acorta los días, te ensancha la mente, te abre un horizonte en el que todo encierro se hace corto. Nunca hay días suficientes para dejar de hacer lo que deberías estar haciendo. Cuando se acabe el toque de queda, cuando me toque enfrentarme a todos mis planes incumplidos, me habrán puteado, pero bien. ¡No te lo perdonaré, Carmena!

Tres sorpresas

(La ventana de Olga) Hoy he recibido una sorpresa, he regalado otra y me he sorprendido a mí misma. La sorpresa me ha llegado en forma de naranjas de Cantillana. Me ha traído un colega un saco de unos 15 kilos a casa. Nos hemos visto con la fugacidad y distancia que marcan los nuevos tiempos, para una entrega que ha sabido casi a contrabando. Pero es que para traer un cargamento de vitamina C a una familia privada de la D, como todas, está más que justificado el desplazamiento.

Mi sorpresa ha sido pararme a comprar torrijas en la panadería de vuelta del trabajo, que en casa son muy noveleros con las tradiciones, y es lo que toca en Semana Santa. El panadero, que las hace él mismo, me ha contado que está desbordado, que hizo a primera hora unas 30, “con pan de brioche”, pensando que iba a vender pocas “porque cada uno las haría en su casa para matar el tiempo”.

Pero, qué va, no ha parado en todo el día y ya son casi las tres de la tarde. Y eso que a él no le gustan, según me relata mientras me sirve las mías, que ya no son de las hechas con pan de brioche -“disculpa, pero esas han volado”- y me pregunta por las niñas. Y entonces me sorprendo a mí misma contándole y preguntándole a su vez por el negocio. Porque si algo me pasa desde que empezó el estado de alarma es que hablo y me intereso por lo que ocurre a personas con las que no solía detenerme, y gasto con ellas el tiempo que me regala este confinamiento de miedos y pesadillas.

El lado positivo

(La ventana de Alejandro) Sigo en modo zen. Bueno, todo lo zen que puede ser un tipo tan nervioso como yo. Pero el caso es que sigo pensando en el aquí y el ahora -para no morir de angustia- y me concentro en verle el lado positivo a lo que está pasando… que ya es mucho concentrarse. El caso es que una de las cosas que me están sorprendiendo de esta cuarentena es la inmensa generosidad que tantas personas demuestran desde sus hogares, puestos de trabajo y despachos.

Me encanta que en mi barrio los vecinos y las vecinas se hayan organizado para ayudar a cualquier persona que necesite algo, por mínimo que sea. Alucino con las personas que se exponen todos los días al contagio con miedo, valentía y una sonrisa en la cara. 

Me emociona profundamente la ternura de la la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, que ha tranquilizado a los más pequeños, asegurándoles que el Ratoncito Pérez y el Conejito de Pascua son “trabajadores esenciales”. Los niños neozelandeses no se quedarán sin Pascua ni regalo bajo la almohada.

Y, por último, me fascina Pedro Almodóvar, que ha logrado ponerle palabras a esta dura cuarentena mejor que nadie. Sus profundos y divertidos artículos son un acto de amor. Así da gusto plantarle cara a la pandemia.

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