Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
Aaron Sorkin, tienes que venir a España a hacer una serie
Últimamente sueño con Aaron Sorkin. Ojo, no son sueños lúbricos. Como devota de sus series Studio 60, The Newsroom y El ala oeste de la Casa Blanca trato de convencerle de que se mude a este lado del Atlántico y escriba una versión española mezcla de las dos últimas.
- Aaron, tienes que venir. Tras 36 años de democracia se vive un momento crítico. España es, con Grecia y Portugal, el país europeo más afectado por la crisis (con el 26% de paro y el 55% entre menores de 25 años), sufre recortes en sanidad, educación, ciencia, asuntos sociales, justicia... Y se ve sacudida por una sucesión de escándalos de corrupción. El último y más grave es el caso Bárcenas-Gürtel, con supuesto reparto de sobresueldos en negro, durante años, a altos cargos del Partido Popular del presidente Rajoy y la sospecha de financiación ilegal. Ésta también planea sobre el caso Pallerolls de Unió. Y el PSOE, principal partido de la oposición, tampoco está libre de pecado, pues en una de las dos únicas regiones en que gobierna, Andalucía, se enfrenta al caso de los ERE, por indemnizaciones a despedidos de empresas que ¡nunca trabajaron en ellas! Otras altas instituciones del Estado están en la picota: Carlos Dívar dimitió como Presidente del Tribunal Supremo, acusado de pasar facturas de hoteles de lujo a cargo del erario público. Incluso la monarquía se tambalea por la imputación del yerno del rey en el caso Urdangarín.
La desconfianza en el sistema se extiende entre los ciudadanos como una mancha de aceite. De ahí que piense que aquí hay tema para ti. Porque si bien tus series muestran las cloacas del Estado y los comportamientos bellacos, también tienen personajes con convicciones, integridad y compromiso con el sistema democrático. Y he leído que el ejemplo de esos personajes ha servido, en Estados Unidos, de acicate para ciertos político.
“Yo sólo entretengo” -declara el Dios de los guionistas. Pero hay consenso en que la clase política estadounidense post El ala oeste, y en particular los cargos del Gobierno Obama, y él como presidente, han seguido el modelo de los “falsos” presidentes Bartlet y Santos en ocasiones importantes.
Estoy convencida de que en todos los partidos españoles -¡No es poca ventaja frente al bipartidismo de los EEUU la diversidad de formaciones en nuestro hemiciclo!- hay gente decente, digna de inspirar a esos personajes capaces de replicar a sus líderes y obligarles a rectificar o marcharse. Recientemente hemos visto dimisiones de concejales del PP y una reprimenda pública a los dirigentes socialistas mundiales a cargo de la secretaria general de sus Juventudes. Pero cabe esperar que alcen la voz dirigentes con más peso. Un joven que se ha jugado hasta su integridad física en las filas socialistas como Eduardo Madina, por ejemplo, o una veterana conservadora, defensora de esta democracia desde sus primeros días como Soledad Becerril. ¿Acaso no se atreverán a exponer, según los casos: “Compañeros, es la hora de la catarsis. Dejémonos de trampear, echémosle arrestos, reconozcamos la verdad, incluso si es que hemos dado poder a tipos que han resultado ser 'chorizos', sin controlarles, o mirando a otro lado porque nos convenía que tejieran redes de clientelismo” o, “Admitamos que no han sido casos aislados sino cobros en B a empresas a cambio de adjudicaciones para nutrir nuestros presupuestos”. Para concluir: “Hagamos borrón y cuenta nueva aunque cueste una cúpula porque está en juego algo mayor: el sistema, el fin de la democracia, que salga un populista, que nos impongan un gobierno de tecnócratas, dictadura o revolución. Promulguemos otra ley de financiación de partidos, mejoremos la ley de transparencia. Pero para recuperar el crédito, evitemos la tentación del ‘Y tú más’ y paguemos un precio quienes por acción u omisión fallamos a los ciudadanos”.
Quizá incluso Sorkin podría escribir un capítulo centrado en la decisión de una Infanta de renunciar al título y los derechos de sucesión. En la escena clave la “falsa” Infanta diría a su hermano y su padre algo así como: “Papá, Felipe, esto no puede seguir. La culpa, civil o penal, la dirimirá ese dichoso juez Castro. Y, pase lo que pase, yo estaré con mi marido porque le quiero y es el padre de mis hijos. Pero por ellos he decidido recuperar yo el sentido de la ‘ejemplaridad’. Quiero enseñarles que uno puede equivocarse pero debe afrontar las consecuencias”.
Me gusta imaginar al guionista escribiendo sus líneas, a la actriz dándoles vida... Pero sobre todo a la mujer de verdad, sentada ante la pequeña pantalla, tomando la decisión de seguir el guión de ficción, hermosear la realidad y otorgarse a sí misma el título que más vale ostentar y heredar: la dignidad.