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La gente afro en pie y activa pese a nuestra necia ignorancia
Cuando en abril de 2021 el presidente Sánchez visitó Senegal y Angola, lo que allí trató con sus gobiernos quedó eclipsado por un dime y direte con Isabel Díaz Ayuso sobre el recuento de víctimas del covid que hoy ni recordamos. Esta semana resulta que lo abordado por Sánchez y sus homólogos en el primer G20 celebrado en África, en Sudáfrica, y en la VII cumbre Unión Africana-Unión Europea, en Angola, vuelve a quedar opacado. Ahora por la condena del Supremo al fiscal general del Estado y la presión de Rusia y EEUU para que Ucrania se rinda.
Ya es mala pata, ¿no? Ojo que entiendo el imperio de la rabiosa actualidad, pero siempre hay un enésimo suceso truculento o reportaje ligerito de ocio y tendencias que igual, por una vez, podía hacer hueco.
La verdad es una pena la poca atención prestada al G20 de Sudáfrica y la Cubre UA-UE, dos apuestas multilateralistas organizadas desde la perspectiva y con documentos de partida sureños, africanos. Y celebradas cuando Europa, al fin, es consciente de que o crea un eje de alianzas Norte-Sur, Europa-África, o, en el panorama de eje Este-Oeste formado por China-Rusia-EEUU, está condenada a la irrelevancia.
El G20 en Sudáfrica es una cita que merece mucha más atención de la recibida por lo que implica de paso al frente de África en el tablero internacional, sabedora de su doble fuerza: sus preciados recursos naturales y la pujanza de su numerosa y joven población.
Situémonos. La primera cumbre del G20 se celebró en 2008 en Washington y desde entonces han supuesto la reunión y debate de 19 de los 195 países del mundo, una mezcla entre las mayores potencias económicas y destacados países emergentes que congrega a Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica y Turquía. A estos estados se suma la Unión Europea, bajo cuyo paraguas acude España como país invitado, y desde 2023, la Unión Africana que sólo es miembro de pleno derecho desde el pasado 2024.
Diecisiete años han tenido que pasar para que al fin un G20 se celebre en su único país miembro africano, en Sudáfrica, y con países invitados como Nigeria, Egipto, Argelia, Etiopía o Sierra Leona y varias instituciones panafricanas. Y ha sido en esta edición boicoteada por la Administración estadounidense de Donald Trump, que no ha acudido acusando falsamente al gobierno de Cyril Ramaphosa de perseguir y hostigar a la población sudafricana blanca-católica. Todo ello mientras Trump, en EEUU, amenazaba con la pena de muerte a seis congresistas demócratas por instar al Ejército, en este impactante vídeo, a incumplir órdenes ilegales… como la de asesinar a navegantes del Caribe y Pacífico acusándoles, sin pruebas, de ser narcos.
Es esclarecedor leer la declaración final de los líderes asistentes a este G20 en Sudáfrica y constatar que el continente está dando un paso al frente en el tablero político internacional, poniendo sobre la mesa sus prioridades de acción medioambiental y financiera, consciente de su doble fuerza clave: la de su población joven, numerosa y pujante y la de sus preciados recursos naturales.
Indolencia frente a Sudán, Mali, Congo
Los esfuerzos y avances africanos son tan invisibilizados y, por tanto, ignorados por la mayoría social, como lo es la mayor catástrofe humanitaria hoy en el mundo: la de Sudán. O también la asfixia de combustible y el pánico impuestos a las y los malienses por grupos terroristas del Sahel. O la guerra provocada en Congo por el grupo M23 respaldado por Ruanda que extrae recursos congoleños y los deriva a manos occidentales (un conflicto del que casi sin foco acaba de firmarse un acuerdo de paz en Qatar).
La empatía y solidaridad que la población española siente y manifiesta hacia los pueblos palestino y saharaui, tejida con lazos históricos, familiares y personales, puede y debe extenderse a las vecinas y vecinos africanos oprimidos. Nacerá fácilmente, de forma natural, con que solo abramos nuestros ojos y oídos al clamor de la comunidad afro aquí, en la diáspora española, que ya está organizando actos de concienciación, visibilización y reivindicación como el celebrado en Sevilla el domingo pasado.
Pese a la indolencia española y europea frente a conflictos en África, colectivos afro se esfuerzan en visibilizarlos en nuestras calles y plazas, en señalar la implicación occidental en sus causas y reclamar una reacción internacional para pararlos.
Porque en este mundo globalizado, si unimos la línea de puntos, resulta que el exterminio terrorífico que sufre la población civil, las familias, madres, chiquillos y abuelas en Sudán está causado por el expolio de oro por parte de Emiratos Árabes, potencia cuyas manos manchadas de sangre son las que acogen y agasajan, oh casualidad, al vividor, defraudador fiscal y desvergonzado rey emérito Juan Carlos I.
Conocer y escuchar a sudaneses que hoy viven en España, o a su ex ministra de Asuntos Exteriores hoy exiliada en Cairo (Egipto), Mariam al-Sadiq al-Mahdi, a quien podéis prestar oídos en esta entrevista y yo he oído en directo en la Conferencia “Sobre la necesidad de la paz. Hacia una justicia transicional mundial” en el FICMEC Nador nos acerca a un dolor intolerable, vibrante bajo las cifras y nos empuja a reaccionar.
Igual que lo hace conocer la ejecución en la plaza de su pueblo, en Mali, de la tiktoker de 20 años Mariam Cissé, por difundir vídeos defendiendo la labor de su gobierno frente al terrorismo. Algo que conmueve y escalofría con solo leerlo, sin necesidad de conocer personalmente, como es mi caso, a compañeras y amigas suyas que ruegan guardar el anonimato, aterradas de que también a ellas las asesinen por ejercer su libertad de expresión como mujeres emancipadas y demócratas, blogueras e influencers.
Protagonistas sobreponiéndose a crímenes
De forma vergonzosa e incomprensible pasamos de cuanto, de bueno y malo, pasa en África. Incluso volvemos la espalda a lo que ocurre con los africanos aquí en España. Estos días, en Algeciras, se denuncia el cierre de hostales por el Ayuntamiento porque la mayoría de alojados son africanos.
Y yo he tenido que viajar a Marruecos, al ya citado Festival Internacional de Cine y Memoria Común de Nador, para rescatar de entre mis recuerdos, gracias al cortometraje Jimmy de Aïcha Camara, el caso que vagamente me sonaba del asesinato racista cometido en Alcorcón en 2002 del quinceañero de origen angoleño Ndombele Augusto Domingos. Una obra ganadora, en el FICMEC, de una mención especial “por la pertinencia de su reivindicación antirracista y la extraordinaria interpretación de Astrid Jones, en el papel de la madre del asesinado”.
Del desgarro real de esa madre, bordada por la actriz, y el de toda la familia, me ha hablado la hermana de Jimmy, Madalena, que se interpreta a sí misma en la película. Y pensar en ellos me ha hecho revivir la injusta muerte las pasadas Navidades, del senegalés Mamouth Bakhoum perseguido por la Policía Local de Sevilla, hasta ahogarse en el Guadalquivir. Un fallecimiento que la justicia ha dejado sin culpables tras las muertes impunes en nuestro país de otros cinco senegaleses en los últimos cinco años. ¿Cuántos otros africanos y afrodescendientes?
Las vidas y las muertes de personas negras siguen sin importarnos, ya sucedan en África o aquí cerca nuestra. En vez de atender y aprender de las aportaciones de académicos a caballo entre continentes, como la filóloga Odome Angone, aquí nos dedicamos, las policías autonómicas vasca y catalana, Ertzaintza y Mossos d’Esquadra, anuncian que a partir de ahora se van a dedicar a publicar la nacionalidad de los detenidos cayendo en la trampa neofascista de vincular inmigración y delitos.
Yo veo otra cuenta más útil y reveladora: enumerar cuánta población originaria de África y del sur global estudia en nuestros coles la Primaria y cuánta logra luego graduarse en la universidad, y cuánta consigue convertirse en líderes mediáticos, empresariales, de banca, artísticos, sindicales, políticos… en esta sociedad nuestra que tiene que abrir su mente y entender que todo avance y construcción de estabilidad global pasa por las y los africanos, sureños, en sus continentes y la diáspora.
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