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Bi-elecciones
Cuando el lunes Albert Rivera puso en el mercadillo de la investidura su última baratija, averiada ya de fábrica, me propuse ingenuamente no leer nada al día siguiente y escribir esta columna al margen de todos los falsos regateos que iba a provocar, igual que esa escena de La vida de Brian que se cita menos que la famosa sobre el Frente Popular de Judea.
Me daba una pereza terrible estrenar temporada como columnista hablando de un asunto que copa la agenda mediática desde hace demasiados meses, debido a la incompetencia de los líderes políticos. ¿De verdad no ha terminado esa cascada electoral de los últimos años? ¿A quién corresponde la mayor responsabilidad en la repetición electoral? No creo que se pueda decir mucho más de todo lo que venimos leyendo.
El sentimiento de hastío se ha extendido de tal manera entre la ciudadanía que la bufonada de Rivera apenas tuvo efecto, más allá de caldear cualquier tertulia televisiva. Por muy estupendos que algunos se pongan, la repetición electoral no tiene nada de “responsabilidad de Estado”, “búsqueda de la estabilidad”, “bienestar de la mayoría social” ni demás grandilocuencias. Estas nuevas elecciones, mucho más que cualquier otra desde la irrupción de Podemos y Ciudadanos en el panorama estatal, sólo se entienden desde una lógica meramente partidista. Si Sánchez pretende consolidar la ascensión de los infiernos del PSOE, como efecto secundario tendremos un repunte del PP. En definitiva, la lógica que subyace a esta absurda repetición electoral es la del apuntalamiento del bipartidismo, así sea en su actual fragilidad, en cualquier caso mucho más prometedora que la que pintaba hace no tanto.
A eso apunta el estrabismo de Ciudadanos, que con un ojo mira a PSOE y con otro a Vox, lo que a la postre le restará votos. Mientras tanto, el caballo de Abascal parece asemejarse más al de Atila que a Babieca, por lo que difícilmente brotarán nuevas hierbas. Y en el lado izquierdo, parece que Unidas Podemos aún no ha tocado suelo. Todo ello, claro, según las encuestas.
Abulia electoral
En noviembre, por tanto, se logrará lo que en abril parecía imposible: devolver a la ciudadanía en tiempo a récord a su tradicional abulia electoral. El hartazgo es ya empacho, y ya sabemos que el bipartidismo nada a gusto en las aguas de la abstención.
Estos augurios, de confirmarse, entran en consonancia con lo que las elecciones municipales de mayo arrojaron: el fin de ciclo que abrió el 15M. Después de ocho años, la capacidad de adaptación, o resilencia, como se dice ahora, del bipartadismo ha superado su momento más crítico en toda la democracia. Mientras el IBEX 35 sigue respaldando el turnismo, Pedro Sánchez hace como si no, enarbola la bandera roja sin tocar uno solo de los pilares de la distribución de riqueza y recupera una parte considerable de los votantes que se habían ido a Podemos, muchos de los cuales estuvieron en las plazas y ahora, incluso, asumen el mensaje del voto útil o aceptan sin cuestionar la ley de representatividad del 5%, cuando tan sólo hace ocho años impugnaban el Régimen del 78 en su totalidad.
Es cierto: Unidas Podemos tenía que haber aceptado la oferta de julio, del mismo modo que es verdad que no se entiende por qué para el PSOE entonces era válida y ahora no. Es igualmente cierto que los bloques resultantes de esas elecciones apenas sufrirán cambios con respecto a los actuales, por lo que, de confirmarse las encuestas, tendríamos una mejora en escaños del PSOE, pero más bien pírrica. Al final, todo eso será lo de menos. Lo definitivo será la certificación del fin de ciclo y la necesidad de que más pronto que tarde inauguraremos otro.