Sábado, 22 de marzo de 2014. Sobre las tres de la tarde llegamos a Madrid y fuimos a buscar el hostal que mis compañeros habían reservado justo al lado del edificio del Congreso de los Diputados. Al acercarnos, nos encontramos con un grupo de policías que habían cerrado el paso, construyendo con decenas de vallas metálicas una pared, y vimos sus coches antidisturbios aparcados a lo largo de toda la calle. Incluso con la reserva del hostal, nos dijeron que no se podía pasar por allí, y nos mandaron entrar por otro lado. Dando la vuelta a la manzana, llegamos al lado opuesto, a una calle estrecha, y nos encontramos de nuevo con una pared de policías y sus coches antidisturbios. Incluso antes de revisarnos las reservas del hostal y las mochilas, se fijaron en la camiseta que llevaba, una camiseta muy simple, blanca, y con solo un escrito: indignad@s. Un policía, de manera muy amable, me dijo que tenía que quitarme la camiseta y guardármela en mi mochila, o ponerme por encima la chaqueta que llevaba en la mano. Le pregunte: “¿·Qué está pasando?, ¿está prohibido tener escrita la palabra indignad@s? Si ni siquiera estoy diciendo qué es lo que me indigna...”. Otro policía nos dijo que estábamos entrando en la zona del Congreso, y de manera muy seria (y ya nada amable) nos repitió la orden. Así que era claro, o me ponía la chaqueta y escondía mi indignación, o no podía pasar. Me tapé, pasamos, y nos fuimos los tres riéndonos por la situación tan increíblemente absurda.
Y exactamente, podemos reirnos por lo ridículo que nos parece. Pero en realidad, si nos ponemos a mirar el fondo del asunto, podemos ver que se trata de un caso de pura censura, nada más, nada menos. Una censura que ya limita totalmente lo que uno dice, piensa, cómo se expresa, o viste. Y no estamos hablando, por supuesto, de mensajes insultantes, sino de una simple palabra, indignad@s. Ahora podemos preguntarnos tranquilamente qué es lo que nos espera con la recientemente aprobada Ley Mordaza, falsamente llamada Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana, ya que muchos de sus puntos únicamente tienen que ver, en su peor forma, con la vulneración de la libertad de expresión e información. ¿Qué pasará con nosotr@s la próxima vez que expresemos nuestro desacuerdo y gritemos “¡No a la reforma de la ley del aborto!”, “¡Basta de recortes en servicios sociales!”, “¡Ni un desahucio más!”, o “¡Cierren los CIEs, ya!”?
Dejamos las maletas en el hostal y nos fuimos, ahora con aún más razón, a encontrarnos con al menos un millón de personas más con las que nos reunimos ese día en Madrid para formar parte de una Marcha por la Dignidad.
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