El pasado 4 de febrero se celebró, en Ceuta, la IV Marcha de la Dignidad en recuerdo de los, al menos, 15 migrantes que murieron, después de una nefasta actuación de quienes vigilan las fronteras, en la playa del Tarajal. La participación de jóvenes migrantes fue significativa. Ellos encabezaban la marcha, y decimos ellos, utilizando el masculino, porque eran hombres jóvenes de no más 20 años, con unas experiencias vitales tan fuertes que no seríamos capaces de reproducir. Una chavalería como la de nuestros barrios, jóvenes sin futuro, pero que deciden jugarse su vida por una vida con dignidad, por una vida mejor. La dureza del viaje, las penumbras, las penurias, las palizas, los asedios, el hambre… que sólo unos cuerpos jóvenes son capaces de resistir.
Ellas, aunque no las viéramos en la manifestación, también están a este y ese lado de la frontera. Invisibilizadas, como solemos estar las mujeres. Pero también migrantes y que sufren aún más que ellos la travesía buscando un mundo mejor.
Nuestra juventud también emigra, ni mucho menos en las mismas condiciones. El que nuestra juventud tenga que salir a buscarse la vida fuera de su país es para algunos de quienes nos gobiernan, “movilidad exterior” (Fátima Báñez) o “una forma de enriquecerse, de abrir la mente y fortalecer habilidades sociales” (Alfonso Dastis).
Pero cuando el paro prolongado, la falta de un futuro cierto y la desesperanza son las causas que obligan a abandonar el país, entonces se llama exilio económico y no valen paños calientes para definirlo. Las estimaciones de algunos informes dicen que, desde que comenzó esta crisis/estafa, en torno a 218.000 personas han optado por buscar fuera de nuestras fronteras el futuro que aquí se les niega. Cuando las cifras de paro entre la población de menos de 25 años es del 42,9%, según los datos de la EPA, cuando el 80% no han conseguido emanciparse ni crear un futuro propio, cuando el 38,2% de la población joven está en riesgo de exclusión social según los datos del Observatorio de Emancipación de 2015 del Consejo de la Juventud, estamos hablando que este no es un país para jóvenes.
Un túnel ya demasiado largo
A la gran mayoría solo les queda los trabajos en precario, el exilio, la formación continua por seguir haciendo algo, o dejar pasar las horas sin ningún sentido deambulando por las calles... Lo estamos viendo en nuestros barrios, sobre todo en los barrios de exclusión, en la Andalucía Invisible para las administraciones, en la que malviven las generaciones que ni estudian ni trabajan, con unas tasas de absentismo inaceptables, con una falta de esperanza en una vida mejor, la cual produce un desarraigo y apatía que impide ver luz al final de un túnel ya demasiado largo.
África, el continente más joven del mundo. Con unas cifras de paro, que varían de unos países a otros, alarmantes. Pero no es solo el desempleo lo que obliga a la emigración, a esa aventura que, en muchos casos, les cuesta la vida. Son las guerras, el hambre, la falta de libertades y la imposibilidad de una vida y un futuro digno las causas principales de la huida en busca de un mundo mejor. No es cierta, sin más, la idea de que son las personas más desfavorecidas las que salen del África subsahariana. Más bien, al contrario, son aquellas que tienen mejor preparación, que cuentan con un nivel de estudios o unos conocimientos laborales, y que son más fuertes las que se lanzan en búsqueda de un futuro mejor, aunque incierto.
Y se ponen en marcha, y en el camino aparecen las mafias, los tratos inhumanos, las violaciones y cuando están llegando a Europa se las recibe con vallas y concertinas, con lo peor de lo peor de esta Europa que envejece, en muchas ocasiones, de espaldas a los derechos humanos. Y a aquellas personas que consiguen cruzar y no mueren en el intento se las encierra en los distintos CIE, que son verdaderas cárceles donde no tienen derecho a nada, donde el Estado se salta las más elementales normas humanitarias y de asilo.
Lo difícil es creer después de haber visto…
La juventud de este país también emigra a otros países europeos a buscarse la vida honradamente, a contribuir con sus conocimientos al crecimiento de los países que los acogen. Muchas veces escuchamos que los emigrantes vienen a quitarnos el trabajo, a enturbiar las relaciones, a delinquir. ¿Cómo nos sentiríamos si en los países europeos se dijera eso, constantemente, de quienes tuvieron que emigrar de nuestro país? ¿Qué pensaríamos si recibieran el trato inhumano que nuestro país dispensa a quienes vienen aquí para intentar mejorar su vida? ¿Cuál sería nuestro ánimo si viéramos que a nuestros jóvenes los reciben en la frontera con vallas y concertinas y a los que consiguen pasar los internaran en un CIE? ¿Cuál sería nuestra reacción si se repitieran las escenas de miles de españoles en campos de internamiento en las playas francesas, como en el exilio republicano de 1939, y que muchos terminaron en los campos de concentración y exterminio nazis?
Sólo hay una raza, la humana; sólo hay una juventud, que no es otra que la que, desgraciadamente, se tiene que buscar la vida y el futuro fuera del país que la vio nacer. Una juventud africana que viaja en patera y se juega la vida. La otra, no.
En la manifestación del Tarajal, eran ellos, los jóvenes migrantes los que más chillaban. La fuerza y la vehemencia con las que gritaban “Libertad” y “Justicia” ponían los pelos de punta porque, a pesar de todo, todavía seguían creyendo en ellas. Lo difícil es creer después de haber visto… Y siguen creyendo en los derechos humanos, principios básicos de la vida, de su vida, de la vida de cualquier persona, aunque aquí se los neguemos.
El 9 de febrero se cumplieron 22 años de la muerte de Diamantino García, que luchó y encabezó, desde distintos colectivos y organizaciones, la defensa de las personas en situación más vulnerable. Decía el compañero Diamantino que las causas por las que luchamos son difíciles, pero son tan justas que algún día las ganaremos. Hoy lo imaginamos negro y joven, megáfono en mano, exigiendo justicia y libertad.