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María Márquez, la generación 'millennial' hereda el PSOE de Andalucía

María Márquez, vicesecretaria general del PSOE de Andalucía.

Daniel Cela

Armilla (Granada) —

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María Márquez (Huelva, 1990) tenía 14 años cuando se afilió a las Juventudes Socialistas de Andalucía. El mismo día de su cumpleaños. Veintiún años después, María Jesús Montero la ha nombrado vicesecretaria general del PSOE andaluz, un puesto clave cuando existe una secretaría general a tiempo parcial, compartida con la vicepresidencia del Gobierno y el Ministerio de Hacienda.

El nombre del 15º Congreso Regional del PSOE andaluz es el de María Márquez. Montero será la candidata que se enfrentará a la mayoría absolulta de Juan Manuel Moreno en las próximas elecciones, pero esta diputada onubense de 35 años ha sido señalada para abrir el camino a una nueva generación de socialistas andaluces que dejan atrás a referentes históricos como Rafael Escudero, José Rodríguez de la Borbolla, Manuel Chaves o José Antonio Griñán.

Márquez es más que una vicesecretaria general, tiene la condición no escrita de delfín en un partido que jamás ha tenido un relevo evidente junto a la figura del jefe. No lo tuvo Chaves ni Griñán ni Susana Díaz. Su futuro no está escrito, pero el futuro del PSOE andaluz le tiene reservado páginas en blanco.

El origen político de María Márquez es la misma cuna donde se amamantaron los cachorros del PSOE andaluz que debieron tomar el relevo de esa generación que gobernó Andalucía durante 37 años, pero ese salto generacional naufragó en las guerras napoleónicas que empujaron al socialismo al vacío: Susana Díaz, Mario Jiménez, Rafael Velasco...

Este es el segundo intento de escribir el siguiente capítulo del PSOE andaluz, depositando la confianza en una hornada de políticos 'millennials', treinteañeros y cuarentones que han acumulado más experiencia política en la oposición al Gobierno de Moreno que en los años dorados del socialismo en la Junta. María Márquez entró como diputada por Huelva en el Parlamento andaluz tras las elecciones de 2015 que anticipó un cambio de ciclo en la política española: el Gobierno en minoría de Susana Díaz, que optó por apoyarse en un partido emergente de derechas -Ciudadanos- mientras irrumpía Podemos a su izquierda.

Márquez volvió a ser diputada en las elecciones de 2018, cuando el PSOE perdió la Junta de Andalucía, y volvió a ocupar un escaño tras las comicios de 2022, que dieron la mayoría absoluta a Juanma Moreno. A María Márquez, sus compañeros le reconocen chispa, entrega e instinto y “mucha hambre por la política”.

En la campaña de las últimas elecciones andaluzas, en 2022, sacó en un mitin dos tarjetas, la de la sanidad pública andaluza y una tarjeta de crédito. “Este domingo tenemos que elegir entre esta o esta. Esta es la blanca y verde, la tarjeta sanitaria pública que impulsó el PSOE. Esta es la tarjeta de crédito, la que mira cuántos ceros tienes en tu cuenta corriente para ver qué te pasa, si te curan o no te curan”, dijo, poniendo en pie a todo el auditorio.

Pero también dibujan a Márquez dentro de las páginas del manual ortodoxo del socialismo andaluz. “Es muy de partido, se estudia los argumentarios, se los cree”, dice una compañera. En 2021, en conversación con este periódico, confesaba que a los diez años pidió a su padre un libro de Karl Marx como regalo por su primera comunión, y a los 12 años “veía una y otra vez” las cintas de VHS donde su padre tenía grabados los debates entre Felipe González y José María Aznar (1993).

Con 31 años entró en la Ejecutiva Federal del PSOE, elegida por Pedro Sánchez para ocupar la Secretaría de Formación, a propuesta del exlíder del PSOE andaluz, Juan Espadas. Estuvo algo más de un año compartiendo filas con Montero, que ya entonces se fijó en ella.

La secretaria general de los socialistas andaluces señaló a Márquez desde el minuto uno. La diputada onubense empezó a ejercer como persona de confianza de Montero mucho antes de que arrancase el 15º Congreso Regional. La ministra le dio galones para abrir negociación con otros dirigentes del partido, iniciar conversaciones, tantear las pulsiones internas de las provincias, que tanto ruido de sables han hecho en este cónclave. Márquez inauguró el Congreso de Granada sin que aún se hubiera oficializado su cargo en la nueva ejecutiva. Ejerció un liderazgo porque Montero se lo pidió y porque sus compañeros, sin preguntar, se lo reconocieron de inmediato.

La diputada de Huelva ha sido coprotagonista de la travesía del desierto del PSOE andaluz. Ella y su amiga, la parlamentaria y portavoz parlamentaria, Ángeles Férriz, formaron un tándem que pilotó la corriente crítica a Susana Díaz; escudaron a Juan Espadas cuando tomó el relevo de la expresidenta de la Junta, por mandato de Pedro Sánchez, y luego tomaron distancias de Espadas porque la dinámica del partido no terminaba de funcionar. “Debimos hacer la renovación en 2019, cuando perdimos la Junta”, dice.

Las dos reconocieron el cambio de ciclo político que se produjo en Andalucía en 2018, pero ni la ejecutiva de entonces, pilotada por Díaz, ni la que le siguió después, en manos de Espadas, quisieron reconocer la necesidad de una refundación en el PSOE andaluz. Estos días previos al Congreso, Juanma Moreno ha dicho de ella que “es una portavoz brillante”. Es previsible que a partir de ahora se encargue del cara a cara con el presidente andaluz en las sesiones de control del Parlamento.

María Márquez pertenece a una generación de jóvenes con muchos problemas que ella no ha vivido en primera persona o, al menos, no con la misma crudeza que dibujan las estadísticas: una Andalucía con un 36% de paro juvenil, con la renta per capita más baja del país, la mayor demora para emanciparse, la dificultad para acceder a una vivienda... Es una generación de jóvenes que se ha ido alejando de los partidos políticos, de los sindicatos, de las instituciones que no han sabido renovarse a tiempo, mientras el populismo, el negacionismo, la polarización y las consignas neoconservadoras acaparaban más y más terreno.

El reto de Márquez es rejuvenecer y modernizar el discurso del PSOE andaluz. No se trata sólo de recuperar a los 400.000 votantes que les dieron la espalda en las autonómicas, sino de lograr que su generación se identifique con un partido centenario que aún se aferra a un relato vetusto de la política, y que sigue sorprendido porque muchos profesionales progresistas de la sociedad civil se han pasado al PP de Moreno. Es una mujer con poder orgánico que tiene a su alcance la posibilidad de repartir juego, de incorporar a otros políticos jóvenes con ganas de pelear pero a los que no les han dado espacio. Hasta ahora.

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