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Para apreciar la delicadeza de Oriente, a veces también un poco tremendista, hay que estar en calma, casi medio zen, pero el frescor de la Lonja rebaja enseguida el ajetreo y abre el espíritu, el apetito, los sentidos, lo que haya que abrir.
La Lonja es el espacio ideal para aplacar el estrés y sus cortisoles (de ahí vienen los Corticoles): la amplitud, el silencio y lo que cada cual quiera aprender.
La expo de la colección del catedrático de Arte Federico Torralba da para muchas visitas. La Lonja que ha estado a punto de desaparecer como sede de exposiciones, es uno de los mayores atractivos de Zaragoza: por su amabilidad y ausencia de fricciones, no hay burocracia, no hay bots, sólo pasear, refrescarse, o calentarse, y disfrutar.
El primer asombro son siempre los demás, los vivos que se se sorprenden y pasean y miran y se miran. La ciudad, lo civil, la civilización. Ese lujo.
De esta expo, que quizá es mejor verla en varias veces, se sale ya con el alma fresca y los ojos apaisados. Coincide la inmersión en arte oriental –hace unos meses hubo otra muestra de arte erótico oriental en el Palacio de Sástago de la DPZ–, coincide con la construcción de la fábrica de baterías china en Fiqueruelas, con el imperio de China en general. Estamos en la onda… en la Lonja.
Esta foto, casual y veloz como todas, aprovecha las nuevas pantallas, en ese momento apagadas, para mezclar, con sus diagonales y todo, el Ayuntamiento y el Pilar, ambos en la calma de la mínima actividad. Por suerte siempre hay personas al fondo.
(Ah, tengo vídeos de estos days con nutrias en el Ebro desde el Puente de Piedra, pero qué pereza los vídeos).
Laluenga, en el Somontano de Barbastro, ha recreado el homenaje que le rindió a su ilustre hijo Basilio Paraíso en 1908: se reprodujeron los discursos de aquel día, tal como fueron publicados en El Diario de Huesca de la fecha. Aunque en su momento no estuvieron presentes, a la recreación asistieron Santiago Ramón y Cajal y María Moliner.
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