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Centro social Luis Buñuel: una escuela para ser más ciudadano

El IES Luis Buñuel se trasladó en 2005 y el edificio quedó en desuso. Juan Manzanara

Marimar Cabrera / Marimar Cabrera

Zaragoza —

Un inmueble de más de cinco mil metros cuadrados, un edificio del siglo XIX situado en pleno casco histórico de Zaragoza, lleva camino de convertirse en una Escuela de Participación Ciudadana. El Luis Buñuel mantiene, además de su nombre, el carácter formativo de su anterior uso: un instituto de educación secundaria. El traslado del centro educativo en 2005 vació uno de los equipamientos municipales más valiosos de la ciudad. Ahora, un proyecto vecinal quiere convertir este espacio que también albergó el Museo de Bellas Artes y la casa consistorial en un centro social gestionado junto a la Administración pública.

El colectivo ‘Dale vida al Luis Buñuel’ junto a la asociación de vecinos Lanuza Casco Viejo ocupan el edificio, propiedad del Ayuntamiento. Piden la cesión de su uso que, de momento, también es municipal. Y reclaman la gestión compartida a través del Plan Integral del Casco Histórico, un proyecto de revitalización urbana y socioeconómica promovido por el consistorio. Desde junio de 2013, y con el consentimiento del gobierno municipal, decenas de vecinos acuden cada día a las actividades que ellos mismos programan en este espacio de la plaza de Santo Domingo. Organizan talleres de títeres, cultivan una huerta comunitaria, celebran mercadillos, ensayos teatrales y mantienen un servicio de cafetería y ludoteca.

El objetivo de estas más de cien asociaciones y las 1.500 firmas de vecinos que han dado su apoyo al proyecto es el de “gestionar el bien común” y recuperar así un edificio abandonado “para dotar al distrito de un espacio de encuentro con el que hasta ahora no contaba El Gancho”, en el barrio de San Pablo, explica Elsa Navarra, quien ha participado en la iniciativa desde su origen. Reconoce que las actividades culturales dinamizan la zona, una de las más degradadas de la ciudad, pero afirma que el fin último del proyecto es el de “fomentar el interés por el trabajo comunitario como herramienta de politización y empoderamiento de la ciudadanía”.

Esta fórmula mixta de desarrollar el Buñuel como contenedor de actividades y como escuela social es, según el vicealcalde de Zaragoza, Fernando Gimeno, “un método de participación vecinal que hay que ensayar en estos tiempos”. Reconoce que “puede generar menos costes que un centro cívico” convencional, ya que su gestión compartida supone que el consistorio corre con los gastos de suministros, como la luz o el agua, y los responsables del proyecto se ocupan de su mantenimiento, limpieza y programación.

El antiguo instituto podrá tener únicamente usos sociales y culturales. Es lo que aprobó el Pleno del Ayuntamiento de Zaragoza a finales del pasado mes de febrero, con los votos a favor del Partido Socialista, Chunta Aragonesista e Izquierda Unida y el voto en contra del Partido Popular. Aunque el Ayuntamiento estudia la cesión directa del uso de este espacio, su apuesta más firme es la de sacarlo a concurso público. En este sentido, asegura que el vecindario “tiene muy buenas condiciones” para seguir desarrollando las actividades del centro.

Salir del abandono

La participación ciudadana es, según los responsables del proyecto, algo que se aprende. Aseguran que existen herramientas para avanzar hacia una democracia en la que se trabaja junto a la administración para crear motores de socialización, cooperación y revitalización de los barrios, las ciudades y sus vecinos.  Además de  la promoción de la cultura popular y el fomento de la creatividad, el Buñuel quiere probar nuevas formas de colaboración entre las instituciones públicas y la iniciativa social para terminar con el abandono de los espacios comunes.

Una junta gestora conformada por organismos públicos y ciudadanos sería la encargada de coordinar este tipo de espacios, los centros sociales de gestión compartida. Este es el esquema organizativo que desde el Buñuel consideran “la reacción a una demanda de la ciudadanía que busca ejercer su papel como sujeto político activo”, según apunta otro de los miembros del colectivo, Eddy Castro.

Mientras se decide la fórmula, la sociedad municipal Zaragoza Vivienda ha adjudicado los trabajos de reforma del edificio. Las obras de rehabilitación eléctrica y de climatización durarán unos cinco meses y tendrán un coste de 289.079 euros. Esto supone, según Castro, “el reconocimiento de la capacidad de la ciudadanía para gestionar espacios públicos de uso común” y “el primer paso que siempre se ha dado para construir iniciativas similares en otras ciudades”.

Cultura comunitaria en España

El Patio Maravillas y  la Tabacalera en Madrid, Ateneu Candela en Terrasa (Barcelona) o La Casa invisible de Málaga son otros centros de cultura comunitaria que trabajan para mantener su actividad  a través de la gestión compartida con las Administraciones públicas. Los centros tienen en común su pretensión de conformarse como espacios de aprendizaje, integración y la búsqueda de nuevos modelos organizativos. El fin de estos, según sus estatutos, es el de cubrir una necesidad social y convertirse en un elemento más para la transformación de su entorno próximo.

Elsa Navarra, del Buñuel, ha estudiado los principales centros sociales comunitarios de España para definir el marco más adecuado para el desarrollo del centro zaragozano. Sostiene que los procesos para constituir estos proyectos vecinales están vinculados a espacios físicos concretos; generalmente a edificios abandonados reivindicados por la ciudadanía. “Ante la falta de respuesta desde las instituciones, la colectividad ha decidido tomar la iniciativa, activándolos de manera colaborativa y tratando de contribuir, de este modo, a procesos más amplios de revitalización de entornos deprimidos, o de dinamización cultural del territorio”. 

 

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