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Puede ser un trampantojo, una ilusión óptica, pero soy de los que intuyen que Pedro Sánchez va a tener un mejor resultado del que pronostican los sondeos convencionales y los impulsivos digitales a los que, sin rigor, se está dando tanta relevancia.
Me parece que el líder socialista arrastra el lastre de un partido a medio renovar pero tiene el aval de haber ganado unas primarias en su partido cuando pocos daban un duro por el y, sin duda, se está confirmando como el candidato más presidenciable junto a Rajoy.
A Rivera le tiemblan las piernas a medida que se acerca el 20-D y su organización territorial, en eso se parece mucho a la fracasada operación reformista de Roca, deja mucho que desear cuando lo que está en juego es gobernar un país con unos desafíos institucionales, económicos y sociales, de aúpa. Al final, el duelo de presidenciables será entre Rajoy y Sánchez. Eso o el barullo de la ingobernabilidad.
Es significativo que después del debate de Antena 3 Televisión se haya producido un encendido debate de tres contra uno, todos contra Pedro Sánchez incluido el presidente de Gobierno que, desde la prepotencia o la indolencia, le hizo un flaco favor a la salud democrática de este país ausentándose del debate. ¿Lo ven débil y quieren hacer sangre o lo ven como la única alternativa?
Pablo Iglesias, a pesar de errores de bulto, como el del referéndum por la autonomía plena de Andalucía, se ha confirmado como el mejor en los debates televisivos. Importa más cómo se dice que qué se dice. Y el líder de Podemos es el que mejor maneja las emociones, la persuasión, y la sacudida en los corazones de los maltratados por la situación económica y, además, con su imagen y su discurso gana de calle el duelo generacional, el duelo entre los jóvenes que votan a la izquierda, el duelo entre los jóvenes emigrados por la falta de oportunidades.
Pero esto no va solo de emociones, de gobernar desde un plató televisivo permanente, y ahí está la lección de Grecia y del ausente Tsipras en la campaña de Podemos, esto va también de gobernar para la mayoría en un mundo interdependiente, de sacar adelante unos Presupuestos y de cohesionar un país en el que, durante esta última legislatura, se ha abierto y de qué manera la brecha de la convivencia, del orteguiano sugestivo proyecto de vida en común.
Esto no va de triunfar en el espectáculo de una democracia cada vez más trivializada por la presión de muchos medios de comunicación y de las redes sociales, con electores más volátiles y descreídos por la corrupción, la falta de ejemplaridad de los políticos y los partidos.
Esto va de dialogar a izquierda y a derecha, de intentar reconstruir los puentes rotos entre el centro y la periferia, de reducir el abismo de rentas y de fortalecer a la anémica clase media.
Esto va de ideas, de control de las emociones, y, sobre todo, de encofradores de la cohesión, del bienestar y de un futuro mejor para nuestros hijos, en un país que se quiere poco a sí mismo, que vibra poco con sus símbolos, que tiene unas insoportables cifras de paro y de exclusión, que se deja llevar temerariamente por la polarización que, en algún momento, nos evoca a las dos Españas.
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