El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Hay una España con fiebre que amplifica polémicas cada mañana sin respiro, que extiende el odio señalando a los inmigrantes como el enemigo interior, que aplaude el manual de las deportaciones masivas de Trump y practica el de la extrema derecha francesa que desde hace una década difunde la teoría del gran reemplazo.
Hay una España que en el Congreso de los Diputados se salta todas las líneas rojas en los ataques personales y familiares a los enemigos, que ya hace tiempo que dejaron de ser rivales políticos, y a la que no le preocupa fracturar la sociedad para conseguir la pieza mayor. El montero lo anunció hace ya muchos meses: “El que pueda hacer, que haga”. Los últimos que han entrado en el punto de mira han sido los suegros.
Pero también hay una España que convive. Por ejemplo, la estamos disfrutando a diario los que nos hemos instalado en la casa del pueblo desde el inicio del verano y analizamos el “reality show” de Madriz desde la distancia y el sosiego de un pequeño municipio de poco más de 400 habitantes.
Nos quedamos con el subidón de alegría comunitaria y la ilusión por las actividades de las colonias que empiezan a las 10, a las que los niños suelen llegar acompañados por abuelas y abuelos.
Con los interminables recorridos de amigos en bicicleta dando vueltas y más vueltas al pueblo y alrededores. Con el ágora de la piscina. Con la recogida de los huevos de las gallinas en los corrales. Con los paseos por los caminos y senderos saludando y compartiendo con los convecinos caminantes las novedades del día.
Con las tormentas de tarde y noche de este verano tropicalizado, de relámpagos, rayos y truenos que contemplamos en primera línea de cielo sin interferencias de grandes edificios. Un verano también de devastadores incendios como el del Bajo Ebro que se ha cobrado la vida de un bombero.
Nos quedamos con los apreciados caracoles, con las tertulias nocturnas en la calle (tomar la fresca) y, finalmente, con los huertos como primorosas obras de arte vegetal y alimentario sometidas a la evaluación ciudadana permanente.
Y hablando de huertos, la desazón que vives cuando unas semillas de calabazas, autóctonas y variadas con alguna singularidad marroquí, nacen con fuerza y hermosas flores amarillas. Las mimas, les pones buen abono órganico, esponjas la tierra a su alrededor con frecuencia, las riegas puntualmente pero, de repente, se ralentiza su crecimiento y las flores una tras otra empiezan a abortar.
Pues bien, preguntando descubres que la causa de esa mortandad suicida es la polinización que es la que permite la reproducción de la mayoría de las plantas con flores, incluyendo muchos cultivos alimentarios, la biodiversidad y la producción de alimentos.
Si no hay transferencia de polen desde las anteras, la parte masculina de la flor, al estigma, la parte femenina, no hay fecundación y se resienten los frutos de la planta y la producción de semillas.
Las abejas son las polinizadoras más importantes pero cada vez quedan menos por los pesticidas, por el cambio climático y la pérdida de hábitats.
Un matiz definitivo. Puedes intentar una polinización artificial pero si en la planta no quedan estigmas, el ciclo de la vida se interrumpe abruptamente. La naturaleza es femenina. En la vida del hortelano, llena de secretos, de fórmulas mágicas y de contratiempos inesperados, todos los días se aprende algo.
Otro ejemplo de civismo y convivencia que me ha emocionado en una localidad del Norte de Italia de 14.000 habitantes, Villasanta, sensible con los jubilados/pensionistas Un colectivo que en España se acerca a los 10 millones. En Aragón somos alrededor de 280.000.
Hay un estereotipo del jubilado que dice que después de haber desayunado con sus amigos en un bar, las gorras no suelen faltar, se dedican a supervisar con las manos entrelazadas a la espalda y la mirada fiscalizadora las obras públicas de sus municipios.
Pues bien, el alcalde de Villasanta, Lorenzo Galli, ha decidido capitalizar la curiosidad y el tiempo de los jubilados locales reclutándolos para supervisar e informar de cualquier imperfección en las obras municipales.
Contribuyen así al mantenimiento de una ciudad que dispone de pocos recursos. Durante dos o tres horas de trabajo se reparten las zonas de la localidad por equipos y van identificando problemas de baches, de jardinería, farolas que no funcionan, daños en las aceras, fallos en la instalación de la fibra óptica subterránea, en el alcantarillado, en los aparcamientos.
Un trabajo de servicio público ejemplar que muchos jubilados españoles y aragoneses haríamos bien a gusto. También se podría incluir la retirada de basura en la naturaleza.
No me digan que no hay motivos para el optimismo. Somos un ejército civil de casi 10 millones de ciudadanos esperando el grito “En marcha”.
Me despido con otros motivos de alegría. La concesión del Premio de las Letras Aragonesas a José Luis Melero y a Antón Castro. Dos personas “sin fiebre”, que cohesionan la sociedad, y que están dejando un legado extraordinario.
Siempre me he sentido feliz de haber invitado a Antón a incorporarse a la redacción de “El Día de Aragón” en la década de los 80.
Y una recomendación literaria: las pinceladas del libro de relatos cortos de Julio José Ordovás, “Lecciones de abismo”, una hermosa y misteriosa declaración de amor a Zaragoza de un explorador de la calle que incorpora además la singular visión del que madruga mucho para trabajar en la panadería familiar del barrio de la Magdalena.
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