El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Podría ser un verso de una canción, o el recuerdo de algo enunciado, pero no. La A, la C, la G y la T son ni más ni menos que las cuatro letras que tiene nuestro genoma humano y que, como escribe Carlos López Otín en un artículo que se publicará en la revista Claves, esconden los secretos más íntimos de nuestra vida, incluso aquellos que, como dijo Dostoievski, no nos contamos ni a nosotros mismos. En su artículo, titulado El insoportable peso de la levedad científica, Carlos hace una reflexión sobre el peso que la ciencia tiene frente a lo que tradicionalmente llamamos cultura y en su desarrollo llega a afirmar: “Personalmente no distingo entre unas y otras formas de aprender, pues todas son lo mismo y la misma cosa son. A mi juicio la separación entre Ciencias y Letras o entre Tecnología y Humanidades es ficticia y contraproducente; el conocimiento es único: su división en materias es una concesión a la debilidad humana”.
Conocí a Carlos hace ya unos cuantos años y desde nuestro primer encuentro me cautivó su mirada, su forma de escuchar cuando los demás éramos quienes debíamos escuchar, su generosidad y esa forma casi espiritual de convertir los interrogantes en respuestas. La vida nos ha mantenido unidos por diferentes razones que no vienen al caso y sus palabras siempre llegan como un regalo o como un aliento para darte abrigo en esa noche fría y sin luna. Su artículo me llegó el pasado 9 de noviembre después de haber visto cómo el señor Donald Trump se convertía en el nuevo presidente de los Estados Unidos, mientras el resto del planeta nos preguntábamos cómo eso era posible, cómo América no se había protegido de América y por qué había sucumbido a las palabras necias de un hombre que había llegado para insultar, despreciar, humillar y hacer del dinero la religión de los poderosos, magnates histriónicos e incultos que se consideran únicos, diferentes, superiores, olvidando que su genoma contiene las mismas cuatro letras que el resto de los genomas humanos.
Unas horas antes, en la madrugada del 9 de noviembre, escribía: “Los errores del pasado no los corrige la sabiduría del presente, ni los errores del presente los corregirá la sabiduría del futuro. Hoy más que nunca necesitamos cultura, pensamiento y tolerancia, es decir conocimiento”. Lo escribí y vuelvo a hacerlo, porque en estos días en los que hemos llegado al ocaso y que no son más que el preámbulo de victorias indeseables de intolerancia, racismo e incultura, necesitamos más que nunca dioses de carne y hueso que nos devuelvan la esperanza y la sabiduría; hombres y mujeres capaces de cerrar los ojos y leer en el infinito y la quietud las cuatro letras de nuestro nombres, esas que nos hacen únicos y humanos.