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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Dadles un salva-arañas y cambiarán el mundo

Dibujo de Carla, alumna de Primaria en un colegio de Cabezón de Pisuerga (Valladolid)

Chema Lera

Eran las 10 de la mañana cuando abrí la puerta de clase. Las niñas y los niños me saludaron y se dispusieron en una fila para salir. De repente se oyó un pequeño grito: “¡Una araña!”, gritó uno de ellos, a la vez que ponía cara de susto, abriendo mucho los ojos, agitando las manos y señalando a la pared. El resto de la clase se apartó también.

“Silencio”, les dije, “vamos a movernos sin hacer ruido, no sea que la araña nos haga una llave de yudo y nos inmovilice”. A lo cual respondieron con bastantes risas.

Nos separamos de la pared y les propuse hablar para ver qué podíamos hacer. Y les planteé una cuestión: “¿creéis que la araña prefiere estar con los suyos o con nosotras, a quienes además nos tiene que ver como seres gigantes? Poneos en su lugar y pensad si vosotros preferís estar con las arañas o con los compas de clase. Tal vez esté buscando la salida para ir a buscar a sus compis arañas”.

Fuera como fuese, lo que era cierto es que teníamos un problema de convivencia. ¿Qué hacer ante aquel problema?

“Tal vez deberíamos reflexionar sobre quién podía abrir la puerta o la ventana para que la araña pudiese salir. ¿Podría hacerlo ella misma (señalando a la araña) o tal vez lo tendría que hacer la gente gigante (señalando al grupo de personas que estábamos en la clase)?”. “¿Creéis que las chicas y los chicos que estábamos aquí somos mucho más grandes y fuertes que la araña?”. Y todo el mundo asintió sin dudarlo.

“¿Creéis que la gente grande y fuerte tiene que aprovechar su fuerza para ayudar o para 'abusar'? En el lenguaje del patio de recreo 'abusar' significa imponer por la fuerza lo que tú quieres hacer. Y claro está, dijeron que para ayudar. ”Y si en vez de una araña es un niño o niña más peque que yo, ¿qué tengo que hacer, ayudar si se ha caído o reírme de él: 'anda canijo, que te has caído'?“. Ayudar, dijeron unánimemente otra vez.

“¿Pensáis que la gente grande tiene que ir dando collejas para hacerse el chulito o la chulita, o tiene que ayudar?” Ayudar, contestaron sin dudar. “¿Cómo creéis que se siente mejor una persona, haciendo daño o ayudando?”. Ayudando, dijo toda la clase. “¿Cómo lo pasáis mejor, cuando os portáis de forma violenta o cuando ayudáis?”. La respuesta fue inmediata: cuando ayudamos. “¿Cómo os gusta que se comporten vuestros amigos y vuestras amigas, con violencia o sin violencia?”. Sin violencia dijeron a la vez.

Y así estuvimos un ratito más, haciéndonos preguntas y dándonos las respuestas. Hablando de lo que se consigue con la violencia: enfadarse más, reñir más, perder amigas y amigos, pasar mal rato, llorar… Y hubiéramos estado mucho más tiempo pero el polideportivo nos estaba esperando y, claro está, nos teníamos que marchar. En dos días les volvería a ver y podríamos seguir hablando, pero antes de irnos teníamos que decidir: ¿Qué hacemos?

“Tenemos dos posibilidades: coger un trapo y darle golpes a la araña y luego tirarla a la papelera, como siempre se ha hecho; o ayudarla a salir de clase, el modo empático. Pensar en lo que hemos hablado y contestad lo que penséis de verdad”. Y nadie, absolutamente nadie, ni el niño que tanto se asustó, optó por golpear a la araña.

Empezamos hablando de una araña y terminamos con la convicción de que no hay que ser violento con los demás, sean de la especie que sean, de que hay que ser solidario, de que me siento mejor ayudando que haciendo daño, de que la violencia es mala y no sirve para relacionarse, de que la violencia no es buena para convivir... Teníamos un problema de convivencia, un conflicto de intereses que se puede resolver al modo tradicional, golpeando al ser que nos plantea el conflicto y deshaciéndonos del cadáver, o con empatía y sin violencia.

“Tenemos que elegir, y lo haremos libremente. Será nuestra decisión y, por supuesto, asumida y respetada por todo el grupo”. Puse toda mi confianza en aquellos peques que tenía delante, algo que tendríamos que hacer más a menudo. Resultado: todo el mundo eligió la empatía. Y eligieron la empatía porque nos dimos la oportunidad de hablar con afán de resolver y buscar la mejor solución para todas las partes; eligieron la empatía porque pusimos en entredicho el 'modo tradicional' de actuar; se eligió la empatía porque mostramos la realidad de la violencia, que es hacer daño o, peor aún, matar; se eligió la empatía porque entendimos que la araña tiene una vida y merece ser respetada; se eligió la empatía porque las niñas y los niños quieren convivir, pero convivir sin violencia.

Y además esta elección fue libre y soberana. Podían elegir entre la violencia o la empatía, y no defraudaron, eligieron la empatía. Una elección libre supone siempre una reflexión y un mínimo de espíritu crítico.

Y una vez que teníamos clara la decisión, llegó el momento de ayudar a la araña. ¿Quién cogería a la araña y la ayudaría a salir a la ventana, a la calle o al jardincito de enfrente? Y ahí es donde entra en juego un instrumento fantástico que me enseñó mí amiga Nelly: el salva-arañas. No es más que un cono de cartulina, preciosamente decorado y una base, de más o menos medio folio de tamaño, con su decoración correspondiente.

¿Cómo funciona este prodigio tecnológico? Pues muy fácilmente: ponemos la base cerca de la araña y cuando sube la tapamos con el cono y con todo el cuidado del mundo le sacamos al jardín, a la calle o a la ventana.

Ni que decir tiene que ahora cada clase tiene su salva-arañas. Cada cierto tiempo las niñas y niños de los últimos cursos hacen salva-arañas y los reparten por las clases para que así se pueda sacar a cualquier “bicho” que nos encontremos en clase sin necesidad de tener que matarlo.

Es digna de ver la cara de satisfacción que tienen cuando cogen el salva-arañas y son capaces de salvar la vida de un ser minúsculo. El orgullo y el gozo se les nota en el rostro alegre y satisfecho de quien sabe que ha contribuido a salvar una vida, y eso afianza y fortalece su autoestima.

Esta decisión de optar entre usar el salva-arañas o dar un pisotón o golpear con la bayeta es una decisión que las niñas y niños toman de forma autónoma, sin consultar con nadie. Y qué duda cabe que esa opción puede ser el principio de la asunción de la resolución de conflictos de forma pacífica, y la asimilación de que mi fuerza y mi conocimiento son para ayudar, no para infligir daño o intimidar.

Las niñas y niños de primaria no pueden elegir su comida ni pueden elegir dónde vivir, pero sí pueden elegir entre matar a la araña o a cualquier otro ser vivo pequeño, o ayudar a ese ser vivo que, aunque pequeño, no deja de ser un ser sintiente a fin de cuentas. Pueden elegir entre hacer un ejercicio de empatía o un ejercicio de violencia. Y cuando conocen la empatía, eligen la empatía, sin duda alguna. Y esa empatía la llevarán a sus relaciones sociales, a su modo de convivencia, a su forma de resolver los problemas con sus compañeras y compañeros de clase.

Démosles autonomía y poder de decisión, pero también démosles otra forma de actuar, otra forma de entender las relaciones, otra forma de solucionar sus discrepancias. En definitiva, otra forma de convivir, y veremos cómo la cordialidad, la mesura y el respeto entran en nuestras aulas.

Un sencillo cono les pone ante la disyuntiva de poder ejercer la empatía o ejercer la violencia; de usar el cono haciendo un ejercicio empático entendiendo que todos convivimos en el mismo espacio y que todos tenemos derecho a vivir o dejar el cono y actuar como se ha hecho siempre, como se ha hecho tradicionalmente, a base de golpes.

Un sencillo cono les puede iniciar en el camino de la convivencia sin violencia y absolutamente nadie puede dudar de que aprender a convivir sin violencia supone cambiar la sociedad, y cambiarla para bien. Por eso, dadles un salva-arañas y cambiarán el mundo.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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