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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Ultimatum a la especie humana

Coronavirus

Pedro Pozas Terrados

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Regiones del mundo aisladas en cuarentenas, donde el ejército ha salido a la calle por no dar abasto las fuerzas policiales para contener los aislamientos. Prohibición donde se originó el virus en China de la venta y utilización para consumo de especies exóticas o salvajes. Cierre de colegios, institutos, universidades, teatros, cines, actividades de mayores y otras concentraciones humanas en muchos países, incluyendo en España. Consejos para no salir de casa o de viaje, a no ser que sea necesario.

Las costas mediterráneas sacudidas por un mar embravecido que no ha perdonado en ningún momento que la especie humana le haya quitado su espacio. Incendios forestales donde millones de hectáreas han ardido dejando una estampa desoladora en Australia, la cuenca del Congo o Indonesia. Temperaturas elevadas o muy bajas, por encima y por debajo de lo normal; récords de temperaturas jamás registradas. Sequías en regiones de África donde la hambruna se ha disparado, sin que las noticias se hagan eco de ello. Plagas de langosta del desierto arrasando los cultivos existentes en Etiopía, Somalia y otros países africanos. Grandes nevadas jamás registradas en Canadá, donde han quedado pueblos enteros literalmente bajo la nieve. Grandes inundaciones en Reino Unido y en Brasil, donde muchas regiones han quedado aisladas y los muertos se cuentan por decenas. La Antártida llega a superar los 20,70 grados, una temperatura jamás registrada: las poblaciones de pingüinos barbije han disminuido en un 77%. Un millón de especies en el mundo a punto de desaparecer para siempre. Solo queda ya un 3% de la masa global de mamíferos y fauna salvaje, frente al 60% de los animales explotados en las granjas.

Se suspende el carnaval en Canarias debido a los vientos huracanados de 120 Km/h, con una calima jamás registrada que lleva arena del desierto africano: durante varios días es considerado el lugar más contaminado del mundo. Se suspenden las fallas de Valencia. El índice de la bolsa baja a extremos insospechados, amenazando con una crisis económica mundial. Cientos de países en el mundo comienzan a tomar medidas severas ante el auge de los contagios y muertes humanas a causa al coronavirus. La histeria colectiva salta a la población civil, que hace acopio de víveres esenciales dejando vacías las vitrinas de los supermercados. Los presos de las cárceles italianas se amotinan y en una de ellas hay una fuga de decenas de reclusos.

Y podría seguir...

Todos estos escenarios podrían ser sacados de una película con efectos especiales, donde los humanos estuvieran en riesgo de ser exterminados por una amenaza exterior que invade su vida y la seguridad de los suyos, hundiendo las economías y poniendo en jaque su subsistencia.

Sin embargo, todas las cuestiones a las que me he referido son ciertas. Todos los hechos mencionados son verdad. Están ocurriendo desde que hemos comenzado el año 2020, todas seguidas. ¿Cuál es el porqué de todo ello? ¿Nos hemos puesto a pensar por qué están sucediéndose todas estas llamémosle graves incidencias en la vida de las personas? ¿Ya nos hemos olvidado del cambio climático y sus consecuencias? ¿Nos hemos olvidado de la extinción de especies y la destrucción de los ecosistemas de la Tierra? ¿Por qué pasa todo ello?

Claramente, el ser humano ha estado despreciando la naturaleza desde el comienzo de la revolución industrial, creyendo que sus recursos eran infinitos, sin preocuparse de las consecuencias y haciendo caso omiso de esos hippies -así eran denominados por la clase política y por la mayoría de la sociedad los grupos ecologistas que surgíamos allá por los años 70 y 80, y que advertíamos que, de seguir a ese ritmo, las consecuencias para los humanos serían brutales y que, de no cambiar el rumbo, llegaríamos al colapso. Y no, no se cambió el rumbo y, como un barco suicida, nuestra sociedad, con los ojos cerrados, continuó avanzando en línea recta en medio de cientos de icebergs, hasta que uno de ellos... crack... chocó, llegó el colapso y se abre el abismo de la irresponsabilidad y de las manos a la cabeza.

Resulta que todos aquellos a quienes señalaban, insultaban, llamaban locos, antisistema y antisociales, acusaban de querer volver a las cavernas, tenían razón. Ahora nadie se acuerda de ellos. Ahora, llenos de histeria, nos echamos las manos a la cabeza, sin pensar de dónde ha venido todo esto y hacia dónde vamos a continuar, y si seremos capaces de pilotar con precisión y sabiduría la última oportunidad que tenemos de rectificar nuestro ya maltrecho rumbo.

Hace solo unos meses, la COP25 fue noticia mundial por celebrarse en España (ya que en Chile la sociedad se había levantado por la falta de bienestar de sus ciudadanos y el abuso de los políticos), pero ya se ha olvidado todo. Sigue el cambio climático amenazando nuestra existencia y digo bien, nuestra, porque jamás podrá amenazar a la Tierra, ya que ésta no nos necesita para seguir viviendo.

Ahora, el virus que ha asaltado nuestras vidas, acaso por comer carne y exterminio de especies, nos da una nueva lección. Un ultimátum a los humanos. Una advertencia radical y seria. No podemos continuar con el agotamiento de los recursos naturales, no podemos continuar destruyendo los ecosistemas que regulan nuestro planeta porque, si seguimos así, ese mismo sistema regulador que nos ha señalado ya como causantes de muchos problemas de la Tierra, nos eliminará sin lugar a dudas. Debemos rectificar en la protección inmediata a nuestro planeta. No solo en el frente del CO2, ya repetido hasta la saciedad, sino en cientos de otros frentes que hemos abandonado, que no hemos respetado y de cuya destrucción somos responsables.

Seguimos teniendo políticos mirando a babor y a estribor en lugar de a la proa, en la dirección hacia donde va el barco, sin percatarse de los peligros que tenemos en nuestra trayectoria de navegación. Muchas veces incoherentes dan órdenes incoherentes, aprueban decretos sin sentido y apuestan por energías que parecen ser limpias pero que contaminan y destruyen más de lo que ellos quieren imaginar. Una de ellas es el coche eléctrico, por el que España ha apostado en lugar de otras energías alternativas libres, como pueden ser incluso el motor de agua o de hidrógeno. Nos venden el coche eléctrico como energía de cero emisiones, pero es falso. Como bien describe Jorge Riechmann, científico, filosofo moral de la Universidad Autónoma de Madrid, en su nuevo libro Otro fin del mundo es posible, hay un estudio, dirigido por Cristoph Buchal (Universidad de Colonia) y publicado por el Instituto Ifo de Munich, en el que asegura que los vehículos eléctricos, como el Tesla u otros con el mismo sistema de energía, tienen emisiones de CO2 significativamente más altas que los coches con motores diesel, ya que para su construcción se gasta una importante cantidad de energía, utilizada en la extracción y el procesamiento de litio, cobalto, manganeso y otras materias primas, críticas para la producción de automóviles eléctricos y especialmente para sus baterías, que además deberán ser repuestas con una frecuencia importante. Sin contar con la destrucción de la tierra para la obtención masiva de los citados minerales.

Quienes lógicamente ha salido beneficiadas de estos coches eléctricos son las propias empresas eléctricas, que seguirán obteniendo beneficios a costa de lo que aparentemente es un coche limpio. Ya hay pueblos indígenas que se están levantando porque quieren expropiarles su territorio, donde han encontrado algunos de los minerales para la fabricación de baterías. Dentro de dos décadas dirán, como ha ocurrido con el coche diesel, que se vendió en su día como ecológico (una de las estafas más sangrantes en España) que se equivocaron a la hora de elegir el mejor prototipo de vehículo para los usuarios.

El coronavirus debe ser el último error humano y que los líderes comprendan que un solo virus ha puesto en jaque a la humanidad y que ha sido por la destrucción de nuestra naturaleza, por el consumo de carne, por el tráfico de especies y la destrucción de nuestros ecosistemas mundiales. Si no aprendemos la lección, la próxima vez tal vez no será una advertencia a los humanos, sino un exterminio total de esta especie que cree estar por encima de la propia Tierra.

Al igual que estamos siendo testigos de cómo los gobiernos se lo han tomado en serio y están actuando de una forma rápida, inyectando dinero, suspendiendo eventos a pesar de los graves problemas económicos, a la hora de atajar y parar el coronavirus de una manera veloz e instantánea, tendrían que actuar como ya lo ha advertido Naciones Unidas respecto a tan grave problema al que la humanidad se va a enfrentar como es el cambio climático. Los gobiernos han demostrado que cuando quieren hacer las cosas rápido, pueden hacerlo y que existen recursos para hacerlo. ¿Por qué no se hace igual con la emergencia al cambio climático, que como ya hemos visto en España con la COOP25 no llegan a ningún acuerdo nunca? COP26, COP27…..¿hasta cuándo?

El cambio climático ya está originando millones de muertos por sequía, por inundaciones, por contaminación de las ciudades, reducción de la salud de las personas y escasez de comida a nivel mundial. Naciones Unidas ha declarado el coronavirus como una pandemia, pero lleva declarando la emergencia climática desde hace años. ¿Acaso las muertes por la sequía o la contaminación de las ciudades son menos muertes que las del coronavirus o muertes de segunda? Nos enfrentamos a un gran dilema, a una gran decisión que debe de tomar el capitán del barco de la humanidad. Debe reunirse con su equipo de mando y valorar la situación con la que los humanos tratamos a la Tierra y cambiar el rumbo de nuestra propia nave, mirar a la proa para ver cuál es el mejor camino para solventar el colapso que se nos avecina por el cambio climático y la desaparición de especies y ecosistemas.

Se ha decretado el Estado de alarma en toda España, al igual que ya ha ocurrido en Italia y China. Nuestra prioridad ahora será gestionar y parar los contagios del coronavirus, reducir las muertes, ser responsables y seguir las indicaciones de las autoridades sanitarias, no saliendo de viaje o de casa a no ser que sea indispensable. Pero no debemos olvidar de dónde ha salido esta amenaza que nos tiene a todos en vilo. No olvidemos el exterminio de especies. No olvidemos que con el cambio climático está pasando igual aunque mucho más silenciado. La Tierra y nuestros ecosistemas son indispensables para la vida de todas las especies animales y vegetales.

Tal vez, el coronavirus sea un ultimátum a la humanidad. Tal vez la próxima advertencia que la Tierra nos haga sea la del exterminio de nuestra especie por su incapacidad de evolucionar y de convivir en simbiosis con el resto de las especies. Quienes crean que la selección natural ha sido el factor fundamental de la evolución que sepan que la Tierra es más fuerte y tenemos perdida la batalla. Ya lo está demostrando. Y los que crean que la evolución ha sido mucho más compleja que una selección natural en la que las especies han evolucionado por simbiogénesis, como lo creo yo, es decir por cooperación mediante fusiones simbióticas, debemos esforzarnos y seguir esforzándonos para respetar al resto de las especies y los ecosistemas y por supuesto a la Naturaleza en todo su esplendor.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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