Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

Íñigo Jáuregui Ezquibela es docente de profesión y antropólogo de vocación. El mayor legado que heredó de su padre fue la pasión por las montañas. Una pasión inmune al paso del tiempo y que revive cada vez que las visita o escribe sobre ellas y quienes las frecuentan o habitan.

Una de espías

0

A primera vista, resulta difícil imaginar dos actividades más dispares o ajenas entre sí que el alpinismo y el espionaje. El único vínculo que cabe imaginar entre ambas realidades –y es mucho imaginar– está relacionado con las sospechas que los gobiernos de China, Pakistán, Nepal o la India debieron albergar durante décadas sobre las verdaderas intenciones de las expediciones que solicitaban autorización para acceder a las cumbres de sus montañas más altas. Aunque las informaciones al respecto escasean, la obligación de contar en todas ellas con la presencia de oficiales de enlace, pone de manifiesto que las autoridades de esos países estaban persuadidas de que el propósito último de algunas, o todas ellas, no residía en su ascensión sino en recopilar información sensible susceptible de ser utilizada en su contra.

Al margen de estas sospechas que, mirándolo bien, son bastante verosímiles si pensamos en el papel que los pundits al servicio del Imperio Británico desempeñaron en el “Gran Juego”, existe un episodio que demuestra que el alpinismo y el espionaje no son tan irreconciliables como parecía en un principio. La historia, real como la vida misma, es como sigue…

Todo comenzó en el otoño de 1964 cuando un avión norteamericano de reconocimiento que sobrevolaba la Meseta del Tíbet avistó y fotografió una nube muy, pero que muy sospechosa. Al analizar las imágenes con más detalles, los expertos descubrieron que tenía el aspecto y la forma de un hongo atómico y, si era así, aquello sólo podía significar que China acababa de convertirse en una potencia nuclear y en una amenaza para sus vecinos. En otras palabras, la explosión de este artefacto provocó una enorme alarma en las cancillerías occidentales y la adopción de una serie de medidas destinadas a monitorizar el desarrollo tecnológico y armamentístico del gigante asiático. Una de ellas, tal vez la más llamativa, corrió a cargo de la Agencia Central de Inteligencia que recibió el encargo de concebir, diseñar y emplazar un ingenio electrónico capaz de interceptar las comunicaciones de las unidades del Ejército Popular estacionadas en las inmediaciones del área en la que se había producido la explosión.

La principal dificultad con la que se tropezaron los agentes de la C.I.A. no residió en el diseño del SNAP 19C, nombre en clave con el que fue bautizado el artefacto, sino en su ubicación. Las montañas candidatas para su emplazamiento fueron cuatro: Everest, K2, Kanchenjunga y Nanda Devi. Las tres primeras enseguida fueron descartadas por consideraciones logísticas, geográficas y políticas, de modo que la elección recayó en la tercera, un cono nevado de 7.816 metros situado en la región india de Uttarakhand, entre los valles de Rishi y Ghoriganga, y a un paso de la frontera tibetana.

A fin de no levantar muchas sospechas, la Agencia organizó y financió una expedición liderada por el alpinista indio más famoso de aquel entonces, Manmohan Singh Kohli, en la que, además de indios, figuraban norteamericanos, como Robert Schaller, y nueve sherpas originarios de Sikkim. No sabemos cuántos de ellos estaban enterados de la finalidad de la ascensión, pero lo más probable es que sólo unos pocos tuvieran acceso a toda la información y a la verdadera naturaleza del artilugio que debían instalar cerca de la cumbre y que entrañaba un enorme peligro.

El grupo partió del Santuario del Nanda Devi una vez acabado el monzón, a mediados de septiembre de 1965. La ruta elegida, la trazada por los británicos Tilman, Shipton y Odell en 1934 y 1936. Tras establecer cuatro campamentos en las faldas de la montaña, el empeoramiento del tiempo forzó a Kohli a un cambio de planes. Dada la imposibilidad de alcanzar la cima, colocaría el SNAP 19C en una cota sensiblemente inferior y cercana al campamento 4. Dicho y hecho. El ingenio quedó instalado y, al parecer, operativo, sin embargo, las señales se interrumpieron bruscamente sin que nadie supiera los motivos.

A fin de resolver el enigma, la expedición volvió a reunirse un año después. Cuando regresaron al campamento 4 no hallaron ni un solo resto del aparato. Ni ese año ni al siguiente. Al final, en 1968, perdida toda esperanza, se decidió abandonar la búsqueda en la sospecha de que las avalanchas o las grietas del glaciar habían sepultado o se habían tragado el artefacto. Pero llegados a estas alturas, alguno se preguntará: ¿por qué ese empeño? ¿por qué organizar tantas operaciones de rescate para buscar un objeto inservible e imposible de recuperar? La respuesta es muy sencilla. El mecanismo principal, que pesaba 17 kilos, contenía un regalo envenenado: una batería eléctrica alimentada por 5 kilos de plutonio 238 y 239 capaces de envenenar el agua de los ríos que nacen en esta región de la India para desembocar en el Ganges.

En 2010, los testimonios de Manmohan Singh y otros protagonistas de esta aventura hicieron que algunos periodistas indios se desplazaran hasta los pueblos de procedencia de los treinta y tres porteadores que formaron parte del equipo original para escuchar su versión. No encontraron a ninguno. Todos habían sido víctimas de una muerte prematura.

Sobre este blog

Íñigo Jáuregui Ezquibela es docente de profesión y antropólogo de vocación. El mayor legado que heredó de su padre fue la pasión por las montañas. Una pasión inmune al paso del tiempo y que revive cada vez que las visita o escribe sobre ellas y quienes las frecuentan o habitan.

Etiquetas
stats