“Llevarán a otro sitio al dictador, pero 30.000 personas que nunca debieron estar enterradas seguirán en el Valle de los Caídos”
Alfons Cervera escribe sobre olvido y silencio desde 1995. Ha dedicado su carrera a recordar a los perdedores de la guerra y a los luchadores por la libertad y a día de hoy se pregunta por qué hemos tardado 43 años en ocuparnos de la tumba del dictador. 'Maquis' y 'El color del crepúsculo' son algunos de sus libros y ahora presenta 'La noche en que los Beattles llegaron a Barcelona', un libro que versa sobre la tortura y el autor dedica a las víctimas del Caso Almería. Este jueves 15 de noviembre, a partir de las 19.30 horas, estará en La Vorágine junto a la asociación Desmemoriados con motivo de la iniciativa 'Narrativa contra la injusticia'.
¿Vivimos tiempos de desmemoria histórica?
Yo creo que, desde hace muchos años, en España se vive de olvido, de silencio con respecto a lo que pasó unos años atrás. Es como si hubiera una página de olvido sobre el tiempo de la Segunda República, el golpe de estado fascista, la Guerra Civil y la dictadura franquista. Ahora, parece que, por diferentes motivos, hay una reacción frente a ese silencio.
¿Cree que esta reacción responde a un mayor interés en la actualidad, por ejemplo, de los jóvenes?
Yo soy un defensor total de la gente joven y no son los que tienen responsabilidad en temas de desmemoria histórica, olvido y silencio. Somos nosotros quienes deberíamos haber hecho más de lo que hemos hecho para conseguir que la situación actual fuera mucho más normal de lo que está siendo. Además, sí, yo conozco a muchísima gente joven que están muy decididos a trabajar en recuperar la memoria.
A pesar de todo lo que se ha escrito sobre la historia del Siglo XX, ¿la gente sigue desinformada?
Sí. Que haya más información no quiere decir que a la gente le llegue más. Ahora se mezclan un montón de historias que tienen que ver con la memoria y no sé si provocan más información o desinformación. Es cierto que ahora aparecen muchísimos datos sobre muchas situaciones que se dieron entonces, lo que no podría asegurar es si eso se convierte en una cultura de la memoria.
Su último libro está dedicado a las víctimas del Caso Almería. ¿Qué tiene de especial la historia de esos tres chicos?
Cuando empecé a pensar la novela y en ese cruce entre la música y el concierto de los Beatles con otra música, la de la tortura en el franquismo, no se me podía ocurrir otra historia que la de esos tres jóvenes a los que una especie de azar maldito puso en manos de la Guardia Civil. La tortura iba a ser el asunto mayor en la novela y aquel 10 de mayo de 1981 esos chicos acabaron torturados, asesinados y quemados en un barranco. Encontraba el correlato perfecto para hablar de la tortura y contar aquella historia que, por otra parte, pienso que es de las historias menos contadas de la época.
Ese episodio ocurrió durante la Transición.
Estamos hablando de 1981. La Transición es algo que está siendo muy debatido actualmente. Yo creo que se hicieron cosas que se tenían que hacer así y lo que dejó fue enormes huecos que ahora se trata de llenar. Hay un verso del poeta Eliot que dice que “el pasado no tiene remedio”. No sé si tiene remedio, pero el presente sí que lo tiene. Y, precisamente, de lo que estamos hablando ahora mismo, y mis novelas también intentan eso, es de brotar reflexiones desde el presente que nos ayuden a esclarecer mejor el pasado.
¿Sacar a Franco del Valle de los Caídos es un paso fundamental para hacer justicia?
Estamos viviendo una situación muy compleja. Hay quien insiste en determinados aspectos de ese conflicto y hay quien insiste en otros. Se está barajando que el aspecto más importante es la exhumación de Franco. Ahora, se ha añadido otro interrogante, que es dónde se van a enterrar esos restos. Esto parece el cuento de nunca acabar. Lo que de verdad importa con respecto al conflicto, en mi opinión, es qué pasa con las 30.000 personas que hay enterradas en el Valle. Si supiéramos qué hacer con ellas y tomáramos decisiones sobre ellas, posiblemente el conflicto fuera menor.
Creo que el dictador ha de salir, no puede estar en un sitio preeminente. Tampoco debería estar en La Almudena, debería ser devuelto a su familia y que lo entierren en un sitio que ellos decidan, que no sea un sitio público. Yo no digo que eso no sea un conflicto, pero una vez aclarada la exhumación, hay que ver qué pasa con las 30.000 personas que hay enterradas ahí, porque convertir el sitio en un lugar de memoria o en una escuela de democracia me parece secundario. Las personas se merecen ser recuperadas para esta democracia que estamos viviendo. Enterrarán en otro sitio al dictador, pero seguirán enterradas ahí. Ahora no sé dónde tienen que estar, pero no debieron estar nunca enterradas en ningún sitio.
Hace unos meses, salía un anuncio en televisión del Gobierno en el que salían un excombatiente franquista y otro republicano y su conversación terminaba en un abrazo. ¿Hasta qué punto es acertado dar esta imagen?
Ya hubo ese intento de reconciliación hace tiempo, cuando el ministro de Defensa era José Bono. Se hizo algo así para celebrar el Día de las Fuerzas Armadas. Ahora, ha vuelto a aparecer. Hay un vídeo del Gobierno, para celebrar la Constitución, en el que aparecen dos personas que lucharon en frentes diferentes durante la Guerra Civil. Una conversación de asuntos banales y una voz en off que va diciendo que eso es la reconciliación: gente que estuvo en lugares enfrentados durante la guerra ahora pueden hablar. A mí me parece de una frivolidad y de una banalización del conflicto de la memoria tremendo e inaceptable. Los procesos de reconciliación son fundamentales. Me gusta recordar una frase de Avishai Margalit en 'La ética del recuerdo', que dice que el problema de los países que salen de un trauma, como una guerra, ponen la palabra reconciliación por delante de la palabra verdad. Para mí, libros y campañas como esta me parecen una infamia y un insulto a la dignidad de la gente que luchó por la libertad y por la democracia en este país.
No hacen ninguna distinción entre la gente que luchó por la legitimidad republicana y la gente que, desde el golpe de Estado y después, durante la guerra, luchó contra esa legitimidad. Esta propuesta para celebrar la Constitución y la que antes hizo Bono, lo están banalizando lo que debería ser un deber de memoria. El recuerdo debe estar lleno de dignidad, no de indignidad.