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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Pena de muerte rural

Cabaña pasiega en La Concha, Miera.

Paco Gómez Nadal

Para cualquier viajero despistado Cantabria es una joya por descubrir. Un territorio diverso, ambientalmente rico y culturalmente variado y poderoso. Para cualquier político cántabro esto debería ser una obviedad, pero no lo parece.

Cantabria, al igual que el resto del Estado, se subió en los años setenta del siglo pasado al tren del desarrollismo urbano pero no llegó a ningún puerto. Ni siquiera al de Santander, una ciudad de servicios (ergo, de camareros y vendedores de ropa) que vende su parálisis como un valor y que camufla su carácter vetusto bajo dos términos no aplicables al tejido ¿productivo? de la capital de la comunidad autónoma: Smart city.

El resto… el resto no parece existir. Cantur, esa empresa pública que no parece del común, le apuesta a sus megaproyectos y saca pecho cuando se llena Cabárceno y la estación de esquí de Alto Campoo. El nuevo-viejo presidente le apuesta el futuro a un año jubilar (es algo así como el I+D entendido desde una mesa de camilla) y el anterior viejo-nuevo presidente pensaba que al futuro no se llegaba en vagones de tren sino en teleféricos y que el futuro era sinónimo de campo de golf.

Entonces… ¿dónde queda el valor patrimonial de Cantabria? ¿Dónde aparcamos el valor cultural intangible de algunas de sus comarcas? ¿Qué hacemos con las gentes que dibujaron su paisaje y alimentaron el alma de Cantabria a punta de trabajo, barro, estiércol y dalle? ¿Para qué nos sirve una región tan rica si sólo la utilizamos para hacer parques temáticos o para deslizarnos por sus lomas de nieve o de niebla?

Hace unos días asistí a un interesante encuentro en ADIC sobre el futuro de los pasiegos, de sus gentes, de su paisaje intervenido desde hace siglos, de sus vacas, de su cultura, de su increíble acervo… Y me pareció que al unir futuro y pasiegos se construía un oxímoron de difícil resolución. El debate podía haber sido sobre Cabuérniga o sobre Soba o Trasmiera… el resultado hubiera sido similar: desolación. No una desolación fruto de fuerzas de la naturaleza o de la incapacidad de las gentes que habitan el territorio, sino desolación y agonía como consecuencia de unas políticas urbanas y urbanizantes que han ignorado el carácter y las características únicas de cada unas de estas comarcas.

Al igual que se han vaciado las fábricas de Santander, Torrelavega o Reinosa para llenar los bares de camareros o de desempleados que apuran el blanco en la barra seca de la vida, la política y la ¿planificación? económica parecen condenar a los ganaderos y campesinos al turismo rural o la nada. Pena de muerte contra “su forma de vida” y su cultura para vender turísticamente “su forma de vida” como pieza de museo y su cultura como etnografía folclórica.

No hay futuro desde el desprecio, no hay respeto desde el desconocimiento. Me enfada cuando se habla del rabel como folclore y del violín como música culta; me indigna cuando se califica a los pasiegos de pintorescos y a los de la corbata roja como ejecutivos; me enoja cuando se alaba un magret de pato como gastronomía de altura y se arrincona el cocido montañés al espacio grasiento del plato “típico” o “popular”. No entiendo cómo se dice que del campo no se puede vivir cuando todos vivimos gracias al campo y no me entra en la cabeza cómo se gastan millones y millones de euros en los estúpidos proyectos del Ayuntamiento de Santander o en autovías para que los viajeros pasen de largo por la comunidad autónoma mientras se regatea hasta el último euro para invertir en la Cantabria rural que es, por cierto, la que le da identidad, cultura y turismo a la Cantabria urbana.

Lo más probable es que yo sea un poco corto y que no entienda. Pero no sé a qué espera el autodenominado como Partido Regionalista en hacer un plan agresivo de repoblamiento y fijación demográfica en la Cantabria rural; no sé por qué no se buscan alternativas productivas a la leche que la Unión Europea hace tiempo que condenó a la desaparición; no entiendo por qué no hay programas educativos diferenciados y adaptados a cada uno de los ecosistemas humanos de la comunidad autónoma; no sé por qué no hay un sistema de solidaridad presupuestaria que desvíe fondos de los municipios urbanos más ricos a los rurales abandonados; tampoco entiendo la torpe política turística ni la dejación de funciones de las entidades culturales en la valorización y difusión de la cultura cántabra que, ante todo, es rural.

Jesús Oria, el responsable de esa cosa llamada Consejería de Medio Rural, Pesca y Alimentación, dijo hace unos meses que el despoblamiento del medio rural es “uno de los problemas sociales, económicos y ecológicos” más importantes de nuestra sociedad. ¿Entonces? ¿A qué espera? ¿Por qué hay millones y gestiones para el Racing o para cualquier fábrica mal gestionada por el sector privado pero hay tan poco interés en el Medio Rural?

No entiendo nada, pero debe ser que soy un poquito corto y que no nací en Cantabria. Claro, que ahora que lo pienso, en dónde nací las cosas funcionan igual: una política diseñada para acabar con el campo y para afianzar la reconversión ¡improductiva' de este país.

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