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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Nosotras, triatletas

María San Emeterio

Es posible escribir sobre la cinta del gimnasio. Lo que sea. Este despropósito llamado columna da fe de ello. Velocidad, 6.2. Calorías, 24. 0,5 kilómetros recorridos. Un poco de sudor desprendiéndose de la piel y más cañas de las admisibles rondando las caderas. Sigamos, pues.

Algunas mujeres sentimos la necesidad permanente de hacer varias cosas a la vez. Este despropósito llamado María también da fe de ello. Bien podría estar ahora contemplando mi imagen en el espejo que hay frente a la cinta. Pero es que no se hacen una idea de la tensión que me generan en estos momentos las cañas. Qué risas, es julio y estamos en la terraza del Canela. No nos castañean los dientes. Vivir en tirantes. Sonreír en tirantes. Pide otra. Otra más. Y de aquellos tragos estas caderas. Esto es así.

Las mujeres y el tiempo. Nosotras, triatletas. Las mujeres en guerra contra sí mismas, contra el reloj, las obligaciones, cuánto tiempo hace que no te tumbas, abres un libro, cuánto tiempo llevas sin dejar escurrirse las horas, sin pensar en nada que no tenga forma de letra, éramos letras, cuánto tiempo llevas sin dejarte ir de los segundos y de los minutos, de las listas que se pasean por tu cabeza remoloneando en forma de nevera de asueto.

Que nos engañaron. Eso es un hecho. Nos contaron un cuento en el que cambiaba el papel de la protagonista. De princesa a chica independiente. La Cenicienta con la fregona en la mano desaparecía y no lo hacía para plantarse con un vestido pomposo en un baile hortera montada en una carroza que en realidad no lo era. Porque en la versión moderna ahí que la veías, traje sastre, gafas de ver sin graduación, pantalla de ordenador al frente, levanta la vista, las dioptrías como forma de reconocimiento al esfuerzo laboral, móvil con 4G y despacho. Qué felicidad prosaica ésa. La nómina que estrena el mes. Y una cadena bien armada al tobillo.

¿Ha sido bueno el cambio? Pues veréis, no. O no del todo, claro. Que aquí los flecos se desarman en demasiadas direcciones. Que estábamos en casa con la fregona. Cierto. No nos esperaban vestidos pomposos, príncipes en mallas ni calabazas-carroza en la puerta de la choza. No había lugar. No había desarrollo profesional, personal. Cierto, también. Cómo es la conjunción adversativa ‘pero’. Se planta en el colador gramatical y se va metiendo por los rincones de esta semántica vieja, alterando todo aquello que en un primer momento había comenzado siendo bello.

Y empezaron las carreras. La lucha contra nosotras mismas, contra lo que somos. Horarios absurdos, sueldos miserables. Qué quieren que les cuente que no les haya gimoteado ya una amiga. Una hermana o una compañera de oficina. La sensación intermitente de no estar. De no llegar. Si me preguntara ahora una aspirante a profesional de 20 años le diría dos cosas; la primera, no, no estudies Periodismo. Y la segunda, tampoco, no, no seas madre. Porque en lugar de cuidarte con mimo, utilizarán tu condición para esclavizarte. Para hacerte sentir menos, siempre. Cada vez que necesites salir al pediatra. Apiretal y sudor. Qué es un primer día de colegio. Ni verle la cara al salir corriendo de clase. Cosas que te imaginas frente a la pantalla del ordenador. Tu vida en un recuadro.

Esto os lo cuenta una persona que tiene suerte. Un buen trabajo, horarios admisibles. Tiempo para subirse en una cinta en el gimnasio y dejar la cabeza quieta durante unos minutos para escribir otra columna poco memorable. Pero es que una vez me escupieron que si no fuera por mi condición (madre, soltera), siendo una buena profesional (oh, gracias) podría cambiar el guion de mi fin de mes. Y no me lo dijo un empresario. Me lo dijo una mujer. Me lo dijo una representante política. Y pensé en todas las que no tienen tanta suerte. Las mujeres para las que, con villanía, seguiremos relatando con voz grave esos finales de cuento de terror.

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