Santiago Vico, la memoria gráfica de un milagro cultural
Albacete aún estaba abriendo los ojos a la Democracia. En la fisonomía de la ciudad todavía convivían las paradojas del poblachón manchego y la capital que aspiraba a la modernidad. Hace cuarenta años, un milagro vino a alumbrar a una provincia que, en muchos aspectos, aún vivía cegada por décadas de dictadura.
En aquellos primeros años del nuevo régimen político, dos hechos culturales eran ya una realidad: el Instituto de Estudios Albacetenses y la revista Barcarola. Fue entonces, en 1983, cuando el Ministerio de Cultura y la Fundación Juan March pusieron en marcha un programa piloto en España. Con esta iniciativa se pretendía llevar una oferta de calidad a alguna provincia española, lejos de los grandes espacios madrileños. Los ideólogos del proyecto barajaron diversas opciones y finalmente, “atendiéndose a criterios de tipo sociológico, geográfico, económico, demográfico y de equipamiento cultural”, se eligió a Albacete.
Así se detalla en el primer balance del programa. Sin embargo, hay quien cuenta que tras la elección albaceteña se encuentra también la cercanía familiar del escritor Alonso Zamora Vicente con esta tierra. El caso es que Albacete fue la seleccionada para esta iniciativa pionera. Durante el primer curso que comenzó en otoño de 1983, se realizaron 142 actos por toda la provincia a la que asistieron 82.039 personas.
“A Albacete le tocó la lotería”, dice Santiago Vico. Y no le falta razón. En aquella primera campaña de Cultural Albacete se invirtieron 49.575.465 pesetas de las de antes. Charlamos con el fotógrafo que retrató desde el inicio esta experiencia única. Ahora acaba de publicar un libro donde recoge 938 imágenes captadas desde 1983 hasta 1996, una verdadera memoria gráfica de ese milagro cultural que, gracias a ese impulso, hoy sigue vivo. El trabajo acaba de ser presentado con la presencia del vicepresidente de la Diputación de Albacete, Fran Valera y el gerente de Cultural Albacete, Ricardo Beléndez.
El título del volumen es 'Cultural Albacete. Historia Gráfica' y ha sido editado por la Diputación de Albacete y el propio Cultural. En sus páginas aparecen más de 1.600 personas, un dato contundente que demuestra que más allá de los dos años que contemplaba el programa piloto, la cultura en Albacete continuó porque Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Diputación Provincial y Ayuntamiento persistieron con la apuesta. O como se pretendía entonces: “dejar una maquinaria de acción cultural susceptible de funcionamiento autónomo”.
Aquella provincia alejada de los grandes centros del poder, recibía semanalmente a los grandes intérpretes de la escena, a las plumas más rutilantes de la literatura nacional y las exposiciones más importantes que podían verse en Madrid, se colgaban también en Albacete. O en alguno de los pueblos de la provincia. De hecho, en el Colegio Público de Casas Ibáñez pudo verse la muestra de 222 grabados de Goya. Esta fue la primera expo del programa.
El primer escritor que recitó su obra en la ciudad fue José Hierro y el primer acto que fotografió Santiago Vico, un concierto de Pedro Corostola y Manuel Carra. Una serie integral de violoncello y piano dedicada a Beethoven. El fotógrafo recuerda aquel día de noviembre de 1983. Rememora para nuestros lectores que el compromiso laboral por el que fue contratado en exclusiva le obligaba a presentar 4 fotografías, de 18 por 24 centímetros, de cada acto. Y bromea Vico: “Entonces trabajaba como fotógrafo sin galería, que era una manera bonita de decir fotógrafo ambulante”.
Con esa fórmula administrativa, Santiago podía disponer de un laboratorio fotográfico en su propio domicilio. Pocos de los que pasean por la calle Mayor de Albacete saben que en la habitación de la criada de un viejo piso, el único cuarto que no tenía calefacción, este fotógrafo fue revelando una a una las imágenes que luego se publicaban en la prensa nacional y que ahora ilustran este documento increíble. En esa casa alquilada, Santiago Vico instaló su lugar de trabajo y allí, entre cubetas y líquidos, fueron viendo la luz los retratos de actrices, premios nobel o científicos versados en el futuro.
Allí contendría el aliento en más de una ocasión mientras trabajaba con los negativos. “Nunca sabes si van a salir con los ojos cerrados, con la boca torcida, nunca lo sabes”, explica sobre el momento del disparo con su Yashica. Todo el material lo realizaba en blanco y negro. Con las obras de teatro solía usar un par de carretes de 36 fotos. En otras actividades, la “inversión” de película era menor.
En aquellos tiempos, los fotógrafos aún se lo pensaban mucho cuando le daban al botón. De hecho, el propio Vico se mofaba en uno de sus libros anteriores de que no había hecho todas las fotos que quería por “falta de conocimientos, de medios técnicos y de algo tan elemental como el dinero para comprar carretes”.
Santiago Vico había comenzado a hacer fotografías a finales de los años sesenta y desde el principio fijó su mirada en ese Albacete que estaba cambiando de piel. Como contábamos en otra ocasión, el fotógrafo se dejó inspirar por la madera quejumbrosa de sillas y vigas en la Posada de la Estrella; la escayola barnizada por el humo de los cigarros; un caballo en los Depósitos del Sol; los carteles corroídos por los vientos y la lluvia; un carro por la calle Feria; las viviendas cueva de la calle Cristóbal Lozano; las envejecidas escalinatas de la fábrica de harinas Fontecha o la yerba ascendiendo del patio al tejado en la Posada del Rosario. Imágenes que ya son memoria no escrita de esta ciudad.
Ahora el recuerdo de Cultural Albacete adquiere vida con esta nueva obra de Santiago Vico. Y no es un libro cualquiera. Ha tardado 18 años en revelarse después de diversas interrupciones, sobresaltos y coyunturas. “Empecé un libro de imágenes y me ha salido una enciclopedia”, vuelve a bromear el fotógrafo y cambia su tono: “Lo que siento es que se ha muerto la mayoría de la gente que aparece”. Quienes aparecen en el libro son todas y todos los que durante casi quince años fueron “alguien” en la cultura de España de aquella época. Desde Cela a Almudena Grandes pasando por la Fura dels Baus o el mimo Marcel Marceau.
Precisamente es un mimo el protagonista de la fotografía elegida por Santiago Vico para la portada de este libro. Elegante, plástica, significativa del contenido que encierra esta obra imprescindible. En la imagen, el holandés Frederik Vanmelle, apenas iluminado por un foco, ejecuta un sentimiento. Instante atrapado en el papel. “Una película 400 ASA forzada a 1.600”, matiza el autor del retrato sobre las dificultades técnicas en los años ochenta y desvela que cuando digitalizó los negativos descubrió matices que entonces no pudo ver.
Quizá esta sea la foto estrella de todo el libro, pero Vico recuerda con cariño la instantánea de aquel espectador con boina que no se apartó de su atuendo durante toda la función o el susto de un pianista con uno de sus “flashazos”. Repasa momentos de labor con “artistas demasiados pagados de sí mismos” y otros encantadores, como Jesús Puente. En su balance gráfico, no faltan las exposiciones, las conferencias y esas sesiones culturales que blincaban la ubicación oficial para conquistar institutos o colegios. En sus penúltimas palabras, Santiago muestra satisfacción por las personas que han escrito los textos que acompañan su trabajo: Juan Pedro Aguilar, Juan Bravo Castillo, Antonio Soria, Juan Manuel Martínez Cano, Rubí Sanz, Antonio Yébenes y José María López Ariza. Voces esenciales de la historia cultural de Albacete.
Ahora ya solo nos queda recrearnos con estas mil fotos. Bien valen un millón de palabras de elogio o simplemente el silencio. Mirarlas con nostalgia o con los ojos abiertos a la curiosidad de un tiempo que jamás respiramos.
Últimamente, cuando le preguntan, Santiago Vico dice que “la fotografía son tres cosas: motivo, oportunidad y encuadre”. La suya, además, es talento, destreza y el guiño de un chiquillo que entendió que tras la impostada seriedad del mundo, siempre existen grietas por donde asoma ese momento de gracia, de irónica peripecia, de profunda verdad.
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