Historia de la fosa de despojos de la Batalla de Alarcos: 19 de julio de 1195
“Comenzó entonces a edificar la villa de Alarcos, y, sin acabar todavía el muro y no suficientemente afianzados los pobladores en el lugar, declaró la guerra al rey marroquí”. Crónica latina de los Reyes de Castilla.
Alarcos se ubica en la llanura manchega, en un punto cercano a donde el río Guadiana se une a su afluente el Jabalón. Se trata de una zona de “tablas”, con un entorno que condicionó la forma de vida de sus pobladores. Cerca se encuentran los Montes de Toledo, que proporcionaron otros recursos básicos y complementarios a su dieta y a su forma de vida.
En el devenir histórico, fue zona de asentamiento que controlaba los pasos tradicionales entre el norte y el sur, y entre las tierras del Atlántico y el Mediterráneo. En concreto, durante la Edad Media, por aquí pasaba el camino principal que unía Córdoba con Toledo.
En 1147, Alfonso VII conquistó Calatrava y toda su comarca y la dio para su defensa a la Orden del Temple, que la mantuvo en su poder hasta comienzos del reinado de Sancho III, cuando, ante el empuje almohade, los templarios renuncian a la plaza y se la devuelven al rey. Este abandono planteó un grave problema en el bando cristiano, que se resolvió en 1158, cuando Sancho III hizo donación de Calatrava a la Orden del Cister, para la creación de una nueva orden militar, la primera hispana, que tomó en nombre del lugar: la Orden de Calatrava.
A partir de ese momento, todo el territorio circundante comenzó a consolidarse, asentándose nuevos pobladores. A la vez que se emprendía una sistemática tarea de fortificación, todo el territorio se organizó de acuerdo a un sistema de encomiendas, todas ellas situadas en el entorno de Calatrava y Alarcos (Caracuel, Benavente, Malagón y Guadalerza) y en el muy transitado camino de Toledo a Córdoba. Alarcos, castillo situado en la margen izquierda del río Guadiana, no fue ajeno a este proceso; sobre todo a partir de 1190, con la construcción de una ciudad regia de nueva planta que sirviera de base para el proceso de recuperación territorial. El autor de la Crónica Latina se hace eco de esta situación: “…sin acabar todavía el muro y no suficientemente afianzados los pobladores en el lugar…”.
Los trabajos arqueológicos desarrollados en la muralla y en el castillo de Alarcos han ampliado la información facilitada por las fuentes escritas. Las excavaciones han documentado un tramo de la gran fosa que se abrió para poder cimentar la muralla. Se trata de una zanja con un ancho de entre 8 m en la parte superior y 5 m en la zona inferior, con 6´5 m de altura en alguna de sus partes.
En el punto más alto del cerro se encuentra el castillo, construido sobre una plataforma artificial formada por un gran muro ataludado o “zarpa” que permitió ampliar la superficie edificable. Es un recinto cerrado de forma más o menos rectangular, que conserva una torre de forma cuadrada en cada una de las esquinas y otra más en el centro de cada uno de los lados, a las que se añadió una más adelantada en el lado este. Destacan las torres de los lados este y oeste, pentagonales en proa, y otra albarrana que defiende un pequeño portillo situado en el lado sur.
La batalla de Alarcos
Alarcos se encontraba en pleno proceso constructivo cuando una expedición cristiana contra al-Andalus, mandada por el arzobispo de Toledo Martín López, llegó hasta la región de Sevilla, lo que provocó la ira del califa almohade Abu Yusuf Yaqub al-Mansur, que cruzó el estrecho de Gibraltar el 1 de junio de 1195. El 8 de junio se encontraba ya en Sevilla, donde organiza y pasa revista a su ejército. Prosigue su marcha y una vez cruzado el puerto del Muradal, el ejército almohade se extiende por la llanura de Salvatierra.
Alfonso VIII de Castilla convocó en Toledo a sus vasallos y sin esperar a las tropas leonesas de Alfonso IX de León, reunió a su ejército, compuesto por los caballeros de Toledo y los de las órdenes de Calatrava y Santiago. Con el rey castellano también se encontraban los obispos de Ávila, Segovia y Sigüenza y gentes de toda la Extremadura.
Ya en Alarcos, al-Mansur convocó una reunión de jefes. Acabada la reunión, el visir les mandó armarse y prepararse para el día siguiente. Ese mismo día, 18 de julio, el rey Alfonso ordenó a todos los suyos que a primera hora de la mañana salieran armados al campo para luchar contra el rey de los moros. Pero los musulmanes descansaron ese día. Al día siguiente, miércoles 19 de julio, los musulmanes marcharon hasta colocarse “a una distancia de dos flechas o más cerca” de Alarcos.
Los cristianos, que estaban desplegados por las laderas de los cerros de Alarcos y del Despeñadero, mandaron un ataque con la élite de la caballería pesada, donde se encontraban los caballeros de Calatrava y Santiago, así como las huestes del Arzobispo Don Martín y otros caballeros; el Alférez Real, Diego López de Haro, enarbolaba el pendón real.
La táctica de ataque almohade, con una caballería más rápida que la cristiana, permitió efectuar movimientos más veloces, golpeando y saliendo inmediatamente, apoyados por los arqueros y ballesteros que combatían a cierta distancia. Ésta se oponía a la de la caballería pesada cristiana, basada en la fuerza. El combate encarnizado y las flechas de los arqueros almohades hicieron estragos en el campo cristiano.
Lo mejor de la nobleza castellana murió en la batalla y quedó diezmada. Las órdenes militares de Calatrava y Santiago perdieron a la mayor parte de sus miembros, los posteriores ataques almohades de 1196 y 1197, que devastaron las tierras toledanas, no pudieron ser repelidos por el reino de Castilla.
Perdida la batalla, y mientras el rey marchó hacia Toledo con unos pocos caballeros, D. Diego López de Haro se quedó cercado en el castillo, conteniendo a los musulmanes. Aceptada la rendición, pudo salir del castillo a cambio de algunos rehenes.
La fosa de despojos
Los trabajos arqueológicos realizados en Alarcos desde 1984 han descubierto restos muy reveladores de la batalla. En todas las zonas donde se ha excavado se ha producido una significativa recuperación, sobre todo, de armamento procedente de la batalla. Destaca la fosa de despojos que se encontró junto a la muralla de la zona sur, donde se utilizó la fosa de cimentación abierta para arrojar los restos de la batalla; en ella aparecían mezclados esqueletos humanos, probablemente cristianos, con otros huesos de diferentes animales.
Todo el espacio ocupado por la fosa se encontraba sellado por un gran encanchado de piedra, procedente del derrumbe de la muralla que ocultaba tanto un gran edificio ibérico, como la fosa de fundación de la muralla. Dicha fosa estaba cubierta, a su vez, con piedras y cal y bajo ella aparecía una gran acumulación de huesos humanos entremezclados con huesos de équidos y otros animales junto a una gran cantidad de armamento que habría sido, sin ninguna duda, el causante de sus muertes.
Entre los hallazgos no había armas caballerescas de calidad, tales como espadas o armas defensivas, pero sí se constató una gran cantidad y diversidad de puntas de flecha de diferentes tipos.
Junto a las puntas de flecha, aparecen en menor proporción, pero sí en número suficientemente amplio, una serie de puntas de lanza predominando las de grandes dimensiones de forma lanceada con una gran nervadura central y un enmangue tubular de sección circular junto a otras más cortas, pero de idéntica sección, forma y enmangue que las anteriores. También se encontraron espadas cortas de un único filo, casi cuchillos. Asimismo, aparecieron algunas bolas de hierro, posiblemente utilizadas como munición por los honderos de la infantería.
Igualmente se encontraron elementos vinculados a la caballería —herraduras, clavos y espuelas— y otros propios de los combatientes, como monedas y algunos adornos de sus vestimentas, así como algunos otros útiles como pequeños cuchillos que utilizarían para cortar alimentos y hoces. Junto a ellos aparecieron otros objetos como las emblemáticas espuelas utilizadas por los caballeros. Otras piezas curiosas fueron algunos objetos personales que los combatientes de Alarcos llevaban consigo, como los dados encontrados en la fosa o los pequeños instrumentos musicales, como flautas, o los aderezos de su indumentaria hallados en las zonas relacionadas con la batalla.
Las armas halladas en Alarcos forman un conjunto único, de gran valor histórico y arqueológico. Al tratarse de despojos de guerra nos resulta difícil establecer con certeza a cuál de los dos ejércitos pertenecieron. Las fuentes contemporáneas y la tipología de algunas de ellas sugieren que en su mayor parte fueron utilizadas por cuerpos de infantería.
La cerámica localizada en la fosa es muy escasa, pero bastante uniforme: jarritas, cantimploras y cántaras, todas ellas relacionadas con el almacenamiento y transporte de líquidos.
Los restos faunísticos recuperados en la fosa demuestran que, tras la batalla, se utilizó para enterrar tanto a combatientes como a sus monturas. Se recuperaron dos conjuntos óseos: de una parte, los huesos de dromedario y équidos, como animales que participaron directamente en la batalla, y de otra, los provenientes de la alimentación de las tropas del campamento cristiano. También se documentan animales de compañía como gatos y perros. Finalmente, los restos de aves presentes en la fosa nos ha permitido distinguir a especies tanto domésticas como silvestres, resaltando los huesos de buitre negro, especie que podrían estar en relación con las labores de carroñeo tras la batalla.
El análisis de los restos humanos de la fosa ha permitido establecer un número mínimo de 34 individuos, aunque es probable que el número real de personas depositadas en la fosa fuera mayor. Los restos se corresponden con una mayoría de individuos masculinos. En su mayoría son individuos adultos jóvenes (20-35 años) de sexo masculino; también adultos medios (35 a 50 años) y una minoría de adultos de más de 50 años, además de 9 individuos de entre 14 y 19 años y un individuo menor de 14 años.
Se han registrado alteraciones en los huesos que afectaron a los individuos en vida y que nos dan información sobre la salud de los mismos. Entre estas las patologías se han detectado signos de infección en diferentes restos óseos, artrosis, periostitis y diferentes traumatismos. Así mismo aparecen marcas de corte (producidas por cuchillos), marcas de tajo (producidas por espadas o hachas), golpes y fracturas. En cuanto a las heridas, las más frecuentes son las fracturas.
Las consecuencias de la batalla de Alarcos tuvieron un efecto inmediato, aunque no contundente; retrasó durante 17 años el avance cristiano hacia Andalucía y la frontera volvió a las riberas del Tajo. El avance musulmán en al-Ándalus con los almohades, y en Tierra Santa con Saladino, motiva la idea unificadora de cruzada en la cristiandad, propiciando la victoria en las Navas de Tolosa.
A escala local, la derrota acabó con el desarrollo de la ciudad de Alarcos, pero fue el origen de la fundación de Ciudad Real en un lugar próximo y perteneciente a su alfoz. Parte de los materiales constructivos más nobles, pasaron a formar parte de los edificios públicos de la nueva ciudad. Recuerda que puedes visitar el Parque Arqueológico de Alarcos, y ver el campo de batalla y la fosa de despojos, y el Museo de Ciudad Real donde se exhibe parte del armamento.
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