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¿España en serio?

Marina Subirats

Este eslogan del PP, 'España en serio', me parece, en este momento, no sólo inoportuno sino francamente caricaturesco: una auténtica burla. Estamos asistiendo a un conjunto de operaciones tan grotescas que más que convencernos de la seriedad de nuestro país, nos llevan a pensar si no hemos vuelto a un pasado chusco y atrabiliario. Veamos: quienes desde el poder y con todo a favor han saqueado las arcas públicas hasta unos niveles nunca alcanzados en democracia, han hundido el prestigio de las instituciones y –posiblemente lo más grave– han destrozado la cohesión y la ética pública, convenciéndonos que la honradez y la solidaridad son actitudes de débiles mentales, siguen ocupando cargos, amparados por prebendas de todo tipo. Y, por el contrario, quienes, desde la impotencia de no ser nadie, de la juventud o de la inexperiencia, tratan de expresar su descontento con algún aspecto de la vida social, son detenidos, juzgados, víctimas de escarnio, tratados como delincuentes. ¿Es esta la igualdad de los españoles ante la ley que nos asegura la Constitución?

En pocos días hemos asistido a varios de estos despropósitos: la semana pasada, unos titiriteros detenidos por un cartelito en un guiñol; el fin de semana, el clamor por un poema en el Ayuntamiento de Barcelona; luego el juicio a Rita Maestre por una protesta realizada hace varios años en una capilla. Y así sucesivamente. Tal como están las cosas, habrá que ir con cuidado con lo que decimos, con lo que escribimos, con lo que pensamos. Contraviniendo el artículo 14 de la Constitución: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.

Tomemos el caso de Rita Maestre. Personalmente estoy en contra de cualquier burla contra una religión, porque no me parece bien ofender a personas para las que tal creencia tiene un valor fundamental en su vida. Ahora bien, una cosa es mofarse de una creencia, y otra muy distinta protestar contra un abuso de poder, contra una imposición. Y por lo que he podido leer sobre el episodio de Rita y el motivo por el que se la está juzgando, ésta distinción es totalmente pertinente.

La Iglesia Católica ha usado y abusado de su poder en España, y ni siquiera en la actualidad deja de hacerlo. Habitualmente no se presenta como una oferta acogedora y generosa, que invita amablemente a aceptar sus códigos morales a quien quiera seguirla, sino como una religión de Estado que puede imponer reglas de conducta a toda la población y que está legitimada para hacerlo. Queriendo ignorar, por una parte, que el artículo 16 de la Constitución establece claramente que ninguna religión tendrá carácter estatal, y por otra que las reglas de conducta que pretende imponer resultan inadmisibles, en muchos casos, para quienes no compartimos esta creencia. Leo hoy mismo en la prensa unas declaraciones del obispo de Tenerife: “Hay menores que desean el abuso e incluso lo provocan”; y “el fenómeno de la homosexualidad es algo que perjudica a las personas y a la sociedad”, entre otras declaraciones. Los obispos tienen derecho a expresar sus opiniones, sin duda, como usted o como yo. Pero si las expresamos los ciudadanos y ciudadanas, no tienen mayor trascendencia, mientras que cuando las formula la Iglesia, lo que pretende es imponer sus reglas de vida a toda la población, juzgar sobre lo correcto o incorrecto de cómo vivimos y sancionar cualquier disidencia. Es decir, imponer su opinión sobre cualquier otra, sin discusión. Y esto se llama abuso de poder, un abuso que, hoy, en España, no es en absoluto admisible.

La Iglesia, en el pasado, ha usado y abusado de la violencia para imponer sus reglas: una violencia destructora, que se ejercía sobre las personas hasta llevarlas a la hoguera, si era preciso. Hoy no llega ya a este extremo, pero sigue tratando de imponerse por la violencia; pensemos, por ejemplo, en el debate en torno al aborto: “la mujer violada tiene obligación de tener al hijo, como el soldado bajo tortura de no dar información”, dice hoy mismo en la prensa el obispo Bacarreza, de una diócesis chilena. Es su opinión, pero no la comparto, así que no pretenda usted imponérmela en nombre de una creencia que tampoco comparto; y sin embargo asistimos de continuo a este tipo de intentos. Legitimar la ocupación de espacios que deben ser estrictamente laicos, influir en leyes que deben estar al margen de toda creencia religiosa, mantener prebendas heredadas del pasado que hoy no tienen ninguna justificación.

La violencia ejercida genera violencia; la ha generado en el pasado, contra la Iglesia, y la genera todavía hoy en algunos casos, cuando se percibe como una imposición totalmente arbitraria, a la que no reconocemos ninguna legitimidad. Pero ciertamente si comparamos el daño que puede infligir la protesta de unos estudiantes entrando en una capilla con el daño causado por la imposición de opiniones como las apuntadas más arriba, la diferencia es abismal.

¿Cuál es el verdadero crimen de Rita Maestre, la razón por la cual se la está juzgando por unos hechos que, según parece, la propia Iglesia ya ha perdonado? Tener la osadía de ocupar un puesto de concejala en Madrid, de haber entrado en un Ayuntamiento que el PP considera suyo. Desde la formación del gobierno de Manuela Carmena, los intentos de escándalo, las acusaciones absurdas, las persecuciones personales no han cesado. Siempre basadas en sucesos intrascendentes. Espectáculo esperpéntico de cómo se entiende la democracia por parte de determinados partidos.

Dejen en paz a Rita Maestre, a Manuela Carmena, a todo su equipo, a los inicios de un cambio que tanto necesitamos. Juzguen a los consistorios por cómo funcionan las ciudades, por la limpieza, el civismo, la solidaridad que se instalen en ellas, por cómo se administra el dinero público. Y si lo hacen mal, critiquen a fondo, por favor. Pero no envenenen la vida ciudadana con querellas de otros tiempos que nos remiten a reediciones de la crónica negra más que al país moderno que ya íbamos ganando y que hoy parece estar retrocediendo no sólo en cuanto a seriedad, sino incluso en libertad e igualdad.

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