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Debemos resetear el sistema: por un futuro en paz con la naturaleza

Boro M. Tarín

Acció Ecologista-Agró —

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Asistimos con mucha preocupación a una nueva gran extinción. La biodiversidad retrocede como consecuencia de la contaminación y de la explotación productivista e insensata del medio ambiente.

El calentamiento global es una realidad indiscutible que pone en riesgo la vida tal como la hemos conocido. El tiempo se acaba y el orden social de la humanidad necesita una profunda revisión filosófica, ideológica y emocional. Más no es necesariamente mejor, ni mucho tampoco va a garantizar el sueño prometido de un mundo feliz. La emergencia climática que se ha declarado por científicos e instituciones internacionales confirma la solvencia del ideario ecologista. De todas las personas depende evitar que la utopía no sea sustituida por la última pesadilla.

Desde el triunfo de la tecnología que apadrino la primera revolución industrial, nuestra especie se ha creído superior tras domesticar la energía fósil. Más allá de la supremacía dogmática, más allá del ejercicio caprichoso del poder político soberano, la especie humana parece estar segura de que es más importante dominarlo todo hasta el agotamiento, que complacerse en una amable existencia junto a lo natural. Dicen que conquistamos la luna, y algunos están convencidos que la humanidad podrá escapar a su infortunio migrando a otro planeta. El antropocentrismo en lo universal condiciona la evolución de la vida en la tierra, se comporta como un fin que ignora los medios, que galopa al lomo de la expansión desencadenada por el estallido del big bang.

Equivocadamente, una parte de la humanidad identifica progreso y desarrollo con crecimiento económico, con el ir constantemente a por más, sacrificando territorio, atmósfera y clima que no tienen valor porque son gratis, no cuestan nada por un pacto sobreentendido que se demuestra ajeno al interés general. La explotación del medio gratuito seduce irremediablemente al grupo y al individuo, convenciéndolos con un ideario de libertad tras el que se ocultan el liberalismo y el libertarismo individualistas, reforzando su toxicidad con promesas falsas de prosperidad, empleo y competitividad. Confundidos por el circuito de consumo compulsivo contribuimos al enriquecimiento especulativo de algunos. Nada, o casi nada, de solidaridad. Como mucho, alguna migaja de anticuada caridad.

En este momento padecemos una crisis sanitaria, social y económica cuya gestión es un ejemplo de esa huida suicida hacia una fortuna imposible de alcanzar.

Se engañan los que piensan y dicen que resolveremos los efectos negativos del COVID-19 invirtiendo, consumiendo o reconstruyendo una “nueva normalidad”. La realidad es bien distinta y ha demostrado los errores cometidos en el pasado, machaconamente reprochados por los ecologistas al defender el consumo de proximidad, el respeto al territorio o recordando los efectos negativos del carbono sobre la calidad del aire que respiramos, la temperatura y las estaciones climáticas que, hasta el momento, formaban parte de nuestro conocimiento de la “antigua normalidad”. Hay que reducir antes que reciclar. Hay que reutilizar para conservar los recursos naturales que están bien en su lugar original. El consumismo de la modernidad es negativo, resta, no suma, y agota los recursos disponibles. Comercio justo, desarrollo de servicios colectivos para todos y todas, sanidad, educación, dependencia, integración, cooperación, gobernanza, responsabilidad social, justicia fiscal y, sobre todo, prudencia. Es urgente reparar los daños ocasionados y resarcir al medio natural.

Otra vez en la encrucijada, ante el abismo colapsista, como el navegante que temía al horizonte en la tierra plana de la época medieval. Mientras, como hongos, surgen las comisiones de reconstrucción de la normalidad. El estado, la comunidad autónoma y el ayuntamiento disimulan sus intenciones ofreciendo ansiolíticos que tranquilicen al público en general. Vuelta a más de lo mismo. Supresión de barreras ambientalistas. Leyes menos exigentes para aprovechar gratuitamente los recursos naturales. Nada de compensaciones. Nada de limitaciones. Sacrificio de lo público. Producción y consumo. Soluciones mediatas que deberían llevar a la deseada nueva normalidad, pero no sirven para adaptarnos a esa “realidad distinta” que se ha instalado definitivamente en la recurrencia de epidemias víricas que se propagan por los cielos de la globalización contaminándolo todo.

El planeta tiene límites. Desde esta premisa, el ecologismo propone conciliar a la especie humana con la naturaleza. Hay que conseguir la armonía en la eco-existencia, administrando con prudencia los recursos de la tierra, moderando el aprovechamiento económico en el presente, respetando el derecho de las generaciones que están por venir. Pero, sometida a la norma, la humanidad se encamina a adaptarse a la situación sin transformar el sistema de organización económica y social. Transición ecológica y estrategia para el cambio climático se utilizan como marcas verdes para decorar el triste escenario de la demagogia del poder. Los que mandan o pretenden mandar saben reconstruir, reedificar, reordenar. No saben prever, reparar, desurbanizar, naturalizar o enmendar. Aunque acreditados científicos de Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) apunten a la agresión sobre el medio ambiente como un factor principal desencadenante de la pandemia, los gobernantes no quieren atender a los criterios ecologistas y se mantienen en la prioridad del rédito inmediato medido en votos, adhesiones y seguidismo de la rancia política de siempre. Sin ideas originales, añorando el “new deal”, el “plan Marshall” y sonriendo sonoramente como el personaje de Berlanga, se muestran incapaces de resetear el equipo para volver a empezar. Se repiten las historias, los argumentos, los fines perseguidos y se aparca la solución de los problemas de fondo. La historia les juzgará. Entre tanto, las ecologistas seguiremos pensando que luchar por la esperanza, sin violencia, hacia un futuro verde, es la única posibilidad.

*Boro M. Tarín, miembro de la comisión de Territorio de Acció Ecologista-Agró

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