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María Dueñas, arrebatada perfección
El Palau de la Música de València ofrecía un lleno absoluto. Y no hay que olvidar que estamos viviendo un mes de noviembre con muy densa programación sinfónica en este auditorio y el Palau de les Arts, lo que hace difícil para el público acudir a todas las citas musicales interesantes. Entre los asistentes estaban los directores musical y artístico de Les Arts, Mark Elder y Jesús Iglesias, y el presidente del patronato, Pablo Font de Mora. La expectación estaba justificada no solo por la muy reconocida calidad de la Chamber Orchestra of Europe y el renombre de Antonio Pappano, actualmente director principal de la London Symphony. También y especialmente por la presencia de una violinista granadina, María Dueñas, que cumplirá 23 años el próximo 4 de diciembre y que ya se ha convertido en una de las figuras más destacadas del panorama musical internacional.
Esta joven artista ha grabado para Deutsche Grammophon el Concierto para violín y orquesta de Beethoven, en un álbum que incluye cadencias de diversos autores, entre ellas las escritas por ella misma, ya que también es compositora, y los 24 Caprichos de Paganini. Ha tocado con muchas de las principales orquestas del mundo y en breve debutará con las filarmónicas de Viena y Nueva York. Toca un violín Nicolò Gagliano, de 1724, cedido por la Deutsche Stiftung Musikleben. Maria Dueñas ya tocó en el Palau de la Música en abril de 2024 el Concierto para violín y orquesta número 1 de Max Bruch con la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen dirigida por Paavo Järvi.
La Sinfonía española fue escrita por el francés Édouard Lalo para el violinista navarro Pablo de Sarasate, quien la estrenó en París el 8 de febrero de 1875. El exotismo español estaba muy presente en la música francesa de la época. No hay que olvidar que la célebre Carmen de Bizet fue estrenada un mes después. Con cinco movimientos, es más un concierto para violín y orquesta que una sinfonía, aunque la orquesta tiene un papel muy destacado, más allá del mero acompañamiento. Incluye unos nutridos vientos, timbales, percusión y arpa. Pappano dispuso una cuerda con 10/8/6/4/3, que sonaba muy bien, aunque en algún momento parecía tapada por el potente sonido de los metales.
Por su parte, María Dueñas ofreció una versión de impresionante madurez expresiva y apabullante dominio técnico. La orquesta presenta en los cuatro primeros compases ese ritmo tres-dos que marca el primer movimiento y que reaparece a lo largo de la obra. Después entra el violín, que en su segundo compás ha de dar un mi agudo casi en el extremo del diapasón. La solista lo pulsó como si lo destacara especialmente. A continuación, se entregó con arrebato a las enormes dificultades de la partitura. Desplegaba una energía impropia de la fragilidad que aparenta, alzando el arco ocasionalmente y haciendo volar con los movimientos de cabeza la larga cola en la que recogía su cabello oscuro. La bravura de los momentos de virtuosismo contrastaba con la delicadeza de aquellos en que la partitura marca dolce. Muy bello sonido en la entrada del violín en el Scherzando e intensidad expresiva en el Andante, el menos español de los movimientos de la obra, cuando exhibió la redondez de los graves que sabe extraer de su violín. Los difíciles pasajes del Rondo final, que incluyen pizzicato de mano izquierda y trino al mismo tiempo, no parecieron serlo para María Dueñas, que recibió una calurosa, intensa y prolongada ovación, solo detenida cuando hizo ademán de disponerse a tocar el primer bis.
Acompañada por la orquesta, interpretó en primer lugar un arreglo para violín del célebre Cant dels ocells, que parecía dedicado a las víctimas de la dana, aunque ella no lo dijo expresamente, pues no pronunció una palabra. A los renovados aplausos correspondió con una nueva pieza fuera de programa, esta vez sola. Fue el delicado Vals triste del húngaro Franz von Vecsey.
En la segunda parte, la orquesta mostró su alta calidad en la interpretación de las Danzas eslavas, op 46, del checo Antonín Dovřák. Esta colección de ocho piezas breves fue compuesta por el autor de la Sinfonía del Nuevo Mundo en 1878, a petición de su editor, Friz Simrok, tras el éxito de las célebres Danzas húngaras de Brahms, también editadas por él. Como las del compositor de Hamburgo, inicialmente fueron escritas para dos pianos y posteriormente orquestadas. A diferencia de Brahms, Dvorák no utiliza temas populares existentes, sino propios. Por su brevedad y brillantez se suelen utilizar con frecuencia como bis en los conciertos y son escasas las ocasiones en que se puede apreciar el conjunto de la serie completa. En 1886 compuso Dvorák una segunda colección de otras ocho Danzas eslavas, que lleva el número de opus 72. Pappano, que dirigía sin batuta, correspondió a los aplausos del público con la interpretación de la melancólica número 2 de esa colección, a mi juicio la más bella de las que sonaron.
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