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CV Opinión cintillo

Al final…, ganó Qatar

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Aunque empezó perdiendo 0-2 frente a Ecuador en el partido inaugural, un mes después Qatar acabó ganando por goleada, ya que no en el estadio Luasil (aquello fue cosa de Argentina y Francia), sí en el campo en el que se dirimen los auténticos juegos de poder, los de carácter tanto económico y político como mediático y simbólico.

Desde que el balón empezó a rodar y las cámaras iniciaron las retransmisiones para todo el planeta, quedaron fuera de foco las denuncias sobre violación de derechos humanos en el emirato petrolífero, los miles de muertos y heridos en la construcción de estadios e infraestructuras faraónicas, la marginación de las mujeres y la persecución de disidentes políticos y colectivos LGTBI.

La coalición de intereses entre la FIFA de Infantino y la dinastía Al Thani, impuso un relato único (…sólo futbol, todo fútbol) que, sin apenas resistencia, acabó siendo aceptado y difundido por todos: autoridades políticas que avalaban con su presencia en el palco a la satrapía qatarí, medios de comunicación que cataban las excelencias de la organización conforme avanzaba la competición y, finalmente, millones, miles de millones de nosotros, incluso los menos hooligans que acabaron/acabamos siguiendo el definido como mayor espectáculo del mundo y asumiendo que, al fin y al cabo, también nos merecíamos un poco de alegría tras años de crisis y pandemias…y que, bueno, aquello tampoco parece estar tan mal, se nota que es un país moderno, con sus costumbres un poco raras pero la gente parece vivir bien…

Y además, hemos visto muy buen fútbol, aunque los nuestros cayeran pronto, con selecciones nuevas y potentes (Costa Rica, Marruecos, Croacia) y la mejor final de la historia, con ese espectacular duelo entre Messi y Mbappé…

La qatarsis cómplice y complaciente sólo pareció alterarse unos días antes de la final, cuando la policía belga detuvo a una vicepresidenta del Parlamento Europeo (y a su padre saliendo precipitadamente del hotel con una maleta repleta de dólares!). A partir de ahí, el ya conocido como Qatargate ha implicado a varios europarlamentarios (socialistas, para más inri!), lobistas y dirigentes de supuestas ONGs anticorrupción (¿!), salpicando incluso (y eso sí que me ofende especialmente!) al Secretario General de la Confederación Sindical Internacional, Luca Visentini, recién elegido en el último congreso de la organización.

Se cerraba así el círculo de la corrupción como estrategia millonaria para blanquear las sucias prácticas del emirato y ganar influencia mediática, mediante su promoción planetaria asociada al deporte de masas (sportwashing). Se trata de una estrategia iniciada en 2010 con sobornos acreditados por un valor de más de 800 millones de dólares para asegurarse su elección como sede de este Mundial, consolidada desde entonces con la inversión de más de 200.000 millones en la construcción de sus estadios e infraestructuras y acompañada durante todo el trayecto por presiones, cesiones y donaciones dirigidas a desactivar las críticas a su déficit democrático y la explotación esclavista de miles de trabajadores emigrantes.

Contra toda evidencia, ni la FIFA ni la dinastía qatarí parecen darse por aludidas: mientras los primeros hablan del “gran legado” de este Mundial, los otros se plantean -en vista del éxito- promover su candidatura para los Juegos Olímpicos de 2036.

Y entre tanto, ya casi nadie se acuerda de los miles de trabajadores procedentes de India, Bangladesh, Nepal, Filipinas… muertos en las obras previas a tan magno acontecimiento, ni de los heridos con vidas destrozadas y familiares desamparados, para quienes la campaña PayUpFIFA, promovida por las mayores y mejores organizaciones de la sociedad civil internacional, reclama de la FIFA y del gobierno de Qatar un programa integral de compensación a las víctimas de abusos laborales durante los preparativos del Mundial, así como un fondo económico de 400 millones de dólares, un porcentaje mínimo sobre los 11.000 millones de presupuesto que acaba de declarar la FIFA para el próximo ejercicio, sin que por el momento se haya registrado respuesta alguna.

En fin, resulta realmente descorazonador que un deporte promovido en sus orígenes por las clases trabajadoras (Hobsbawm) y del que participan hoy millones de jugadores de base, operando frecuentemente como factor de identidad nacional y alegrías colectivas, se haya convertido en un juego de millonarios, aparato de desclasamientio social y corrupción político-económica.

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