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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad.

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Foto: laicismo.org

Javier Pérez Royo

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“Nuestra decisión ha sido adoptada después de un considerable periodo de tiempo y no ha sido llevada a cabo en medio de una acuciante desesperación. Ni se trata de la manifestación de un desarreglo mental. Consciente, racional y deliberadamente, hemos tomado de forma absolutamente libre las medidas para poner fin a nuestras vidas a causa de los impedimentos físicos que merman nuestra calidad de vida, debido a la edad, visión desfalleciente, osteoporosis, molestias en la columna y dolorosos problemas ortopédicos”.

Reproduzco la nota que dejó el matrimonio integrado por el almirante Chester Nimitz y su mujer Joan, de 86 y 89 años respectivamente, que se quitaron la vida con una sobredosis de píldoras para dormir. The New York Times abriría la información sobre su muerte con el expresivo título: “Al suicidarse, un almirante mantiene el mando hasta el final”.

He recuperado esta información, de la que solía hacer uso en las clases cuando tenía que explicar el derecho a la vida, a la vista de los términos en que se expresaron los portavoces del PP y de Vox en el debate de admisión a trámite de la proposición de ley de regulación de la eutanasia en el Congreso de los Diputados este pasado lunes.

¿Hay alguien que, después de leer esa nota, pueda tener la menor duda de que Joan y Chester Nimitz tenían derecho a haber recibido asistencia de la sociedad para poner fin a sus vidas y no haberse tenido que suicidar? ¿Con base en qué argumento, que no sea exclusivamente religioso, puede la sociedad negar la asistencia en ese trance a ciudadanos que han ejercido sus derechos y cumplido con sus obligaciones a lo largo de toda su vida y que consideran que ha llegado el momento en que no tiene, para ellos, ningún sentido seguir viviendo?

¿Se hubieran atrevido los portavoces de PP y VOX a mirar a los ojos a Joan y Chester Nimitz y negarles el derecho, no a suicidarse, sino a solicitar ayuda para poner fin a sus vidas? ¿No tenían derecho a haber estado acompañado de sus hijas y nietos, así como del médico que los había atendido durante años, en ese momento, evitando cualquier riesgo innecesario? ¿Es razonable que tuvieran que dejar dicho por escrito que no los despertaran si los encontraban con vida?

El suicidio del almirante y su mujer se produjo en 2002. Eran personas de una posición mucho más que acomodada y con la mejor asistencia médica disponible. Con unas hijas que los visitaban varias veces por semana y con las que habían discutido varias veces de la posibilidad de poner fin a sus vidas. Que esperaron al 2 de enero para suicidarse, a fin de que sus hijas tuvieran que pagar menos impuestos por la herencia. Simplemente no querían seguir viviendo.

Desde 2002 hasta hoy y desde hoy en adelante seguro que ha habido, hay y habrá millones de personas que se han encontrado, se encuentran y se encontrarán en una situación similar, cuando no peor, que aquella en la que se encontraban Joan y Chester Nimitz. Si, como su ejemplo pone de manifiesto, ya entonces debería haber estado regulada la eutanasia, ¿tiene algún sentido que no lo esté hoy?.

El caso del almirante Chester Nimitz y su mujer, Joan, va más allá de la proposición de ley de eutanasia que fue admitida a trámite por el Congreso de los Diputados. Pienso que es importante que se reflexione sobre ello.

No debe ser necesario estar en una situación terminal o en medio de una “acuciante desesperación” para poder decidir poner fin a la vida. Se debe tener derecho a poder poner fin a la vida antes de llegar a una situación terminal. Y se debe poder hacerlo, despidiéndote de la gente que ha sido importante en tu vida y a las que quieres expresarles el cariño que les tienes y el que sabes que ellos tienen por ti. Irse en soledad mediante una sobredosis de pastillas no debe ser la alternativa.

Por supuesto que, para que la decisión de poner fin a la vida sea una decisión libre, la sociedad debe de haber puesto a disposición de los ciudadanos todos los medios que sean posible para evitar el dolor. Pero una ley de cuidados paliativos no es la alternativa a la ley de eutanasia. Es otra ley distinta, que tiene sentido por sí misma, de la misma manera que lo tiene la ley de eutanasia. Cuidados paliativos y eutanasia no son términos contradictorios, sino complementarios.

No hay nadie que esté a favor de la eutanasia que esté en contra de una ley de cuidados paliativos. La alternativa ofrecida por el PP es, por tanto, una ofensa a los demás partidos. Nadie discute que hay que evitar el dolor en toda la medida en que sea posible. Pero el derecho a la vida va mucho más allá de vivir sin dolor. Se puede perfectamente no querer seguir viviendo, aunque no se tenga dolor. Y esto tiene que ser reconocido por la sociedad de la forma en que se hace en las sociedades democráticamente constituidas: aprobando la ley correspondiente.

Ya está bien de excusas.

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