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Manifestación de impotencia

Manifestación de Vox en Madrid.

Javier Pérez Royo

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En la trayectoria de la derecha española desde la entrada en vigor de la Constitución la manifestación que culminó con la foto de Casado, Rivera y Abascal en la Plaza de Colón ocupa, sin duda alguna, un lugar destacado. Convocada, por si el lector no lo recuerda, para el día previo a la apertura en la Sala Segunda del Tribunal Supremo del juicio del procés, con la finalidad no disimulada de hacer una demostración de fuerza que no pudiera pasar desapercibida para nadie y muy especialmente para los Magistrados integrantes de la Sala, el número de asistentes quedó lejos de las expectativas que se habían generado con su convocatoria. Los tres partidos de la derecha española cometieron un error de cálculo. Lo que debía haber sido “la madre de todas las manifestaciones” se convirtió en una manifestación más. La foto de los tres líderes juntos lo subrayaría todavía más. Ni con la suma de todos se alcanzó el objetivo.

Aquella manifestación fallida incrementaría el desbarajuste en que ha desembocado el estallido del PP tras el éxito de la moción de censura que condujo a Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno. A Albert Rivera, que había convocado inicialmente en solitario la manifestación aunque abriéndola a la participación del PP, le salió el tiro por la culata. No solamente fue modesta la participación ciudadana, sino que, además, se incorporó Vox en plan de igualdad con Ciudadanos y PP, alterando con ello cualquier estrategia de futuro que se tuviera hasta ese momento.

En aquella manifestación se anticipó lo que ha sido el resultado electoral de las derechas en las elecciones de 2019. La idea de España que preconizan las tres derechas tiene un apoyo considerable en la sociedad española, pero es minoritaria. Esa idea la impuso el general Franco tras la Guerra Civil, pero no se puede imponer en democracia. La radicalidad con la que tiene que ser expresada como consecuencia de la presencia de Vox, no la hace más minoritaria, pero sí reduce prácticamente a cero su posibilidad de expansión más allá de lo que es la derecha pura y dura. Peor todavía: aumenta el rechazo expreso de todas las demás fuerzas políticas estatales o de las distintas nacionalidades y regiones con la excepción de Navarra Suma y Foro Asturias. En la votación de investidura hubo partidos que votaron negativamente la candidatura de Pedro Sánchez, pero que están mucho más en contra de cualquier candidatura de la derecha española.

La derecha española se encuentra ante un “horizonte de impotencia”, como consecuencia del “rechazo” mayoritario a su idea de la unidad de España, de la que queda excluida la mayor parte de la misma. Este horizonte de impotencia es el que explica su trayectoria en la presente legislatura.

Las derechas españolas no parecen dispuestas a aceptar la situación en la que la han situado los ciudadanos con el ejercicio del derecho de sufragio. Han decidido poner en marcha una rebelión contra el Gobierno. La misma rebelión que se intentó antes de la investidura y que fracasó, aunque se movilizaron todos los recursos habidos y por haber, aunque se intentó reeditar el “tamayazo” que hizo a Esperanza Aguirre presidenta de la Comunidad de Madrid. No se pudo impedir que Pedro Sánchez fuera investido presidente y que Pablo Iglesias se incorporara al Gobierno como vicepresidente.

Con la composición del Congreso de los Diputados no hay ni una sola posibilidad de poner fin constitucionalmente a la Presidencia de Pedro Sánchez. No hay “mayoría de censura” susceptible de ser articulada. Por eso se apostó tan fuerte para impedir la investidura. O se frustraba el Gobierno de coalición en ese momento, o ya no se dispondría de posibilidad alguna a lo largo de la legislatura.

Con la llegada de la COVID-19 la derecha, ahora ya sin contar con Ciudadanos, ha empezado a barajar la posibilidad de conseguir lo que no consiguió en la investidura. Tampco, entonces, se trataba de llegar al Gobierno, sino de forzar la repetición de las elecciones. Exactamente igual que ocurre ahora mismo. No se trata de llegar al Gobierno, sino de hacer ingobernable el país, de tal manera que se tenga que poner fin a la legislatura y convocar elecciones anticipadas.

Haciendo uso de los recursos de poder de que disponen en comunidades autónomas y ayuntamientos y ejerciendo derechos que la Constitución reconoce, Vox de manera abierta y PP de manera subrepticia han decidido aprovechar la situación de emergencia que vive el país para torpedear, por un lado, el instrumento del estado de alarma previsto en la Constitución y en la Ley Orgánica 4/1981 para hacerle frente y organizar, por otro, una campaña continuada de protestas ciudadanas, con ejercicio incluso del derecho de manifestación, con la finalidad de dificultar la acción de Gobierno.

Ayer tuvieron lugar las primeras manifestaciones convocadas por Vox con un resultado similar al que tuvo la de la foto de la Plaza de Colón. La derecha grita mucho, insulta mucho, pero sigue representando lo que sigue representando. Por muy difícil que sea la situación, o tal vez porque los ciudadanos saben que la situación es muy difícil, las llamadas a la rebelión de Vox no encuentran eco en la sociedad. Las manifestaciones de este pasado sábado, anunciadas desde hace semanas incluso desde la Tribuna del Congreso de los Diputados por Santiago Abascal, no fueron una expresión de fuerza, sino de impotencia.

No fueron ni siquiera capaces de demostrar que pueden controlar el desarrollo de la manifestación que convocan para que se haga respetando la ley.

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