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'El porvernir', Isabelle Huppert y el vértigo de la libertad

El porvenir, de Mia Hansen-Løve

Rubén Lardín

En Edén, su anterior película, Mia Hansen-Løve tomaba el auge y caída de la cultura de club para poner en imágenes la experiencia de su hermano, un DJ que vivió el apogeo de la escena house parisina, pero sobre todo su ocaso. En El porvenir, el título que hace cinco en su filmografia, la directora toma de su álbum familiar el perfil de sus progenitores, ambos profesores de Filosofía, para narrar algo parecido, un colapso. En esta ocasión lo hace de la mano de Isabelle Huppert, que interpreta a una mujer que rondando los sesenta debe replantearse su vida y sobre todo volver a comprender sus aspiraciones cuando se enfrenta a un divorcio repentino, a un apagón profesional y a la decrepitud de su madre. Una fiesta.

Los problemas del primer mundo

Si se le ha de poner un pero al cine de Mia Hansen-Løve es que resulta algo estomagante en su ilustración aparente de problemáticas burguesas, en su talante de niña aplicada y en su empeño por hacer del drama dialéctica. Esta última opción, sin embargo, debe considerarse característica sine qua non de ese cine francés de la palabra que no calla más que para mirar por un instante al mar de niebla pero que, siendo justos, hace país y da mucha envidia.

Mia toma aquí distancia de su adorado Éric Rohmer, en cuyas películas los personajes son capaces de verbalizar con una precisión asombrosa y curativa la procesión que va por dentro, y acude a la cita. Pone a sus protagonistas a hablar de filosofía, y Pascal, Schopenhauer, Günther Anders o Unabomber se convierten en cameos ilustres que funcionan como puntillas irónicas a las circunstancias de unas personitas desamparadas que lo que van a ir descubriendo en esta película es que el alimento intelectual nunca es suficiente, que por sí mismo no supone ningún conocimiento del mundo.

El río que nos lleva

El porvenir se apoya en la presencia siempre soberbia de Isabelle Huppert para amplificar las habituales inquietudes victorianas de Mia Hansen-Løve. La actriz regala a la película una suma de talento y oficio que la asientan en su tema principal: la libertad recobrada. La libertad que se manifiesta primero como ausencia, como privación, y seguidamente como responsabilidad que es conveniente asumir antes de

que se nos eche el tiempo encima.

Cantaba Corcobado con los Chatarreros que la libertad es la cárcel más grande de todas las cárceles. El porvenir trata la riña de gatos entre la libertad de pensamiento y la de acción, intenta diferenciar las inercias de las inclinaciones y acaso ilustra que tras la condena matrimonial lo que permanece es la familia. El romance no queda descartado de una trama que de hecho gira en torno a la idea del idilio, de su utilidad y de su conveniencia, pero la película se quiere más grave y su preocupación es el tiempo inexorable y la vejez que aguarda. Por lo demás, todo es clemencia.

Lo que tenga que ser, será

El padre de mis hijos, la segunda película de la directora, se abrochaba con otra canción más bien dispuesta a los caprichos del destino. La recuperación del Que sera, sera, en la versión de Doris Day, hacía alusión a la temática que conducía aquella película, la ruina de un productor de cine primero y la desorientación de su entorno después, y redundaba en una de las características de todo el cine de su autora, que termina cada una de sus obras en una nota sostenida, con sus personajes abiertos a la reconstrucción.

Son relatos elaborados al detalle y resueltos con inteligencia, tanta como para aparentar una cualidad líquida, un aspecto inacabado que es producto de su escritura íntima, de su interés en aceptar las preguntas más que en dar con las respuestas.

A sus 35 años, Mia Hansen-Løve se mantiene como uno de los valores incontestables del cine francés contemporáneo, meticulosa sin acusar formalismos y a la vez capaz de puestas en escena que en más de una ocasión han rozado el prodigio. Sus películas caminan las aguas menores del cine de autor pero sus modales nos devuelven el tacto de los viejos maestros. Así vuelve a hacerlo en El porvenir, un título tal vez más elemental que otros suyos y como siempre algo subordinado al cine de que es sucesora, pero en cualquier caso satisfactorio como pedazo de nostalgia que mira hacia el futuro.

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