'Tolkien', el joven escritor que hizo de la Tierra Media su patria
Ante un biopic como el que nos ocupa -la película de la vida de un escritor de literatura fantástica, quizás el más célebre de todos-, son lógicas determinadas expectativas. Tolkien se enfrenta al mismo tiempo al juicio del lector de la obra del autor británico, del fan del universo creativo de la Tierra Media y de la generación que creció descubriendo su capacidad de asombro en una sala de cine con las tres películas de El señor de los anillos de Peter Jackson.
A un largometraje que narrase la vida del J. R. R. Tolkien se le pedía que contestase a preguntas cómo: ¿de dónde vino la inspiración necesaria para crear elfos, orcos y hobbits?¿Cómo se convirtió en el referente literario de alcance mundial que fue?¿Cuánto hay de la vida del propio Tolkien en El señor de los anillos?
Pero resulta que hasta el mismísimo biógrafo de Tolkien, Humphrey Carpenter, escribía que hay preguntas que no se pueden responder. “Mucho menos en libro de este carácter”, afirmaba en su obra sobre la vida del escritor. “Él no estaba de acuerdo con las biografías como auxiliares de la apreciación literaria, y tal vez estuviera en lo cierto. Su vida se encuentra en El hobbit, El Señor de los Anillos y El Silmarillion, porque la verdad sobre él está en sus páginas”.
Ahora que llega a nuestras pantallas este biopic dirigido por el realizador finlandés Dome Karukoski, las palabras de Carpenter vuelven a adquirir relevancia. Pues Tolkien no responde a muchas preguntas y, sin embargo, se nos muestra como una agradable y romántica cinta sobre la creatividad, la cultura como redención y el drama vital como fuente de inspiración.
Ubi bene, ibi patria
Tolkien arranca cuando el creador de El señor de los anillos no era más que un chaval que jugaba en la campiña inglesa, en los aledaños de la granja de su tía llamada Bag End -Bolsón Cerrado, como años después se llamaría el hogar de Frodo y Bilbo Bolsón-. A los cuatro años había enterrado a su padre, víctima de una sorpresiva fiebre reumática. A los doce enterró a su madre, debido a un mal tratamiento de la diabetes.
Pero antes de fallecer, la mujer se encargó personalmente de instruir y educar estrictamente a John Ronald Reuel Tolkien y su hermano menor. A los tres años sabían escribir y a los cuatro hablaban fluidamente latín y otras lenguas. Tenían una cultura rotundamente superior a los niños de su edad.
Gracias a ello, y con la ayuda de un párroco de origen andaluz llamado Francis Morgan, Tolkien entraría en el prestigioso colegio privado King Edward's School de Birmingham, donde empezaría su pasión por las letras. Aunque pasaría la adolescencia en un orfanato en el que conoció a Edith Mary Bratt -Lily Collins en la película-, que se convertiría en su mujer.
Tolkien narra el devenir de la vida de un joven huérfano con una flema tan británica que sorprende que la película sea estadounidense y la dirija un realizador finlandés. Y sin embargo, más allá del repaso cronológico de hechos históricos, Dome Karukoski se esmera en buscar un sentido subyacente en cada decisión que Tolkien tomó en vida, antes de convertirse en el creador de la Tierra Media. Insiste en aquello en lo que Humphrey Carpenter ya fracasó, haciendo constantes alusiones con poco atino, a la fantasía y a las criaturas que luego poblarían El señor de los anillos.
Pero si hacemos el esfuerzo de obviar su torpeza narrativa, este biopic se significa como algo más: una muy optimista reflexión sobre la creatividad en tiempos oscuros. La inspiración que brota de la desgracia y el papel redentor y sanador de la cultura.
En una escena de la película, Mabel, pues así se llamaba la madre de Tolkien, discute con su hijo porque este no quiere mudarse a Birmingham. Y entonces le hace repetir en voz alta una expresión latina que reza: “Ubi bene, ibi patria”, que bien se podría traducir como “Donde uno está bien, allí está su patria”. Pues bien: Tolkien podría ser entendida como la búsqueda de esa patria, que no es un lugar, sino un estado de bienestar. Consecución de un proyecto de vida.
Nicholas Hoult encarna a un escritor joven, impetuoso y perdido en una búsqueda permanente de patria. Primero a través de los estudios de filología, luego buscando consumar su amor -prohibido por el padre Francis- con la también huérfana Edith, más tarde sirviendo a su país en la Primera Guerra Mundial como oficial de comunicaciones, y finalmente, a través de la literatura. Pues en el fondo, la Tierra Media fue siempre su patria.
Cero sorpresas, algún toque de inspiración
En la lectura de un joven apátrida que descubre que su hogar está en la literatura podemos ver en Tolkien un agradable biopic sin demasiadas ínfulas. Una cinta liberada del ánimo de trascendencia de películas como La teoría del todo o The Imitation Game, que se mueve entre el tedio y el puntual hallazgo.
En sus breves momentos de inspiración, se aprecia una labor de puesta en escena que busca ecos con la trilogía de Peter Jackson de forma evidente pero agradecida. Composiciones de la campiña inglesa que recuerdan a Hobbiton, bosques que aluden al Lothlórien de La comunidad del anillo, o campos de batalla en los que se aprecia claramente la influencia de Mordor. Pero por lo demás, Tolkien no ofrece ninguna sorpresa, mucho menos tiene el valor que sobre el guion parecen demostrar sus personajes.
Es habitual que la industria domestique talentos ajenos y sitúe a los recién llegados en un lugar en el que no molesten. Y parece que es exactamente lo que le ha ocurrido al director finlandés Dome Karukoski con su primera película hollywoodiense.
No hay aquí asomo del ingenio que el realizador mostró en una comedia tan atípica y esquinada como El gruñón, llena de personajes cuya antipatía generaba simpatía. Ni tampoco el temple discursivo de una película tan política como Tom of Finland, basada en la vida de Touko Laaksonen, un dibujante pionero en la cultura LGTBI europea por su trayectoria pulp tras la Segunda Guerra Mundial. Pero tampoco resulta ser Tolkien un filme vacío: solo una película tibia basada en un personaje que no quería serlo.