Los despojos de la web anodina
Se preguntaba Dylan Moran, en un espléndido gag, por qué hay mujeres que guardan bajo llave en una caja un fajo de cartas de su pasado amoroso, cuidadosamente atadas, que jamás releen. ¿Qué imperiosa necesidad hay de tenerlas ahí? ¿Simplemente están para saber que existen? ¿Para ser conscientes de que existe un pasado que no desaparecerá jamás pero al que no quieren acceder para no sentir?
Las redes sociales operan exactamente al revés que esa caja de cartas polvorientas. Nadie escribe, crea o comparte con ánimo de ocultarse y no ser visto, sino precisamente lo contrario. Se busca la visibilidad, la viralización, y, básicamente, que se cumpla la máxima de cuanto más, mejor.
Es posible, como apuntan algunos, que internet sea el reino de la ironía, pero lo que está claro es que no es el espacio de la sutilidad. Por tanto, lo no compartido, lo que ha sido desechado y olvidado no le importa a nadie. Y no importa en absoluto a menos que se pueda convertir, precisamente, en una perla en ese barro.
¿Qué pasa cuando algo es tan poco interesante, tan anodino, que ni siquiera merece atención? ¿No es esa ruina algo reivindicable, en su incapacidad de generar un mero “me gusta”, un simple clic? ¿Cuales son esos despojos de las redes que no merecen ni un buen cocido?
Esta pregunta parece haber generado cierto interés últimamente, el suficiente para que hayan salido distintas plataformas que te muestran aquello que ha sido ignorado, ya no un poco, sino a grandísima escala. Son los frutos del desplante más absoluto, el detritus que ahora retorna, como los edificios abandonados que la gente fotografía y les encuentra cierto encanto por su falta total, precisamente, de encanto.
Este el caso de 0 Views, un tumblr que se especializa en encontrar aquellos youtubes que fueron colgados sin ningún éxito, o su variante a modo de concurso, NoTube, en la que son los usuarios de la web aquellos que eligen los vídeos más insignificantes. La primera busca la falta absoluta de visitas, la segunda se vanagloria de encumbrar exclusivamente la mediocridad: ¿acaso no es peor que no tener clics tener solamente uno, por ejemplo?
Siguiendo el auge de estas y otro tipo de webs, analizamos cuáles son los venenos de la visibilidad online:
1. Filmar a la familia. Este es quizás el gran engañabobos, la piedra filosofal del vídeo invisible. Hordas de padres orgullosos se maravillan ante el arte de sus retoños, y todo vale: cómo enciende una bengala, se rasca un pie o acomete una llave de taekwondo. Hasta hace unos años, con extasiarse con los hijos propios bastaba. A la hora del café se lo contabas a tus compañeros de oficina, y ya.
Ahora, en todas las fiestas infantiles tenemos una pantalla rectangular que se interpone entre el hijo y el progenitor. Corre el rumor de que hay niños que no conocen la verdadera cara de su padre, sólo intuyen su entrecejo allí, detrás de un iPhone. En cualquier caso, el resultado son cascadas de vídeos en la red que, salvo que el hijo se parta la crisma, vaya drogado o tenga un repentino alarde de ingenio impropio de su edad, no interesan a nadie. Literalmente.
2. Dar rienda suelta a la creatividad. ¿Sabes la historia del tipo ese que se filmó cantando y se hizo famoso? Sí. Todos la sabemos. Todos. Por una razón, exclusivamente: es una excepción. La combinación entre talento, azar y un buen ojeador cristalizó en la historia más maravillosa jamás contada. Lo cual no quiere decir que el estrellato sea democrático, en absoluto.
Y para muestra, un botón. La canción es mala, tus amigos son chuscos y empiezas la canción pidiéndole a tu “zorra” que te traiga una cerveza. Encantador. Realmente no se me ocurre por qué no se ha convertido en un hit.
3. Recitar poemas. Hay una razón para que sirvan alcohol en las presentaciones literarias, y, especialmente, que sirvan mucho alcohol en los recitales de poesía. El alcohol funciona como lubricante social y como anestésico contra el aburrimiento. Si eliminas ambas cosas, tienes –si no media el talento– a un ser anodino hilvanando metáforas imposibles. Para compartir eso puede haber varias razones. Para verlo, ninguna.
4. Dar tu opinión. ¿Quién no recuerda aquella portada de Time en 2006 en la que se dictaminó que el personaje del año eras tú? Tú, yo, todos nosotros: el usuario. Se nos dijo que el mundo era nuestro, que nuestras voces eran primordiales, que nosotros iluminaríamos el futuro.
Era mentira. Lo que se dejó el artículo era que, para la web 2.0 importábamos exclusivamente como consumidores, no por lo que dijéramos. Así, por cada bloguera japonesa que se retrata haciendo tareas cotidianas hay catorce mil chavales de Idaho subiendo a la red su opinión sobre cualquier cosa. Las primeras son un fenómeno y gustan como imágenes sedantes, los segundos no interesan a nadie.
5. Hacer bromas de mierda. Acuérdate del pesado que cuenta chistes malos en las bodas. ¿Ves que está solo y abandonado, en la punta de aquella mesa tan larga? Fin del alegato.