Un toro desata la polémica sobre las tablas del Teatro Real
En la Antigua Roma, el sacrificio de un toro blanco se realizaba en señal de dominación sobre los pueblos conquistados. Quizá por eso el italiano Romeo Castellucci considera necesario utilizar un semental de 1.500 kilos para encarnar a dios en su ópera Moisés y Aaron. El montaje está basado en la composición homónima del austriaco Arnold Schönberg, que quiso simbolizar la paradoja de las creencias religiosas. Después de ser representada durante tres semanas en París, la función llega en mayo al Teatro Real de Madrid envuelta en polémica francesa.
Castellucci es un genio del panorama escénico mundial que ha sido tildado de polemista por sus provocadoras faenas. En Moisés y Aaron, el director ha querido mantener la carga mística del pasaje durante dos horas de brumas, montones de actores desnudos y un becerro de oro vivo y coleando.
El pasado noviembre, en cuanto la Ópera de la Bastilla de París hizo pública su programación otoñal, los grupos animalistas prendieron la mecha en las redes sociales. En el tráiler de la obra aparece Easy Rider -nombre artístico del bóvido- metido en una vitrina de cristal demasiado pequeña para su descomunal cuerpo. En el siguiente plano, un hombre vierte sobre su lomo un líquido viscoso que simboliza la tinta de las Escrituras sagradas.
La puesta en escena es sin duda transgresora. No en vano, según la revista Canard enchaîné, el toro cobró la friolera de 5.000 euros por representación, que se convirtieron en 40.000 al final de la temporada. Pero ni siquiera los fajos de billetes lograron entorpecer la brutal campaña en Change.org y Avaaz.org para retirar a la res del espectáculo. La imagen de Easy Rider encerrado en una caja transparente fue el resorte necesario para conseguir más de 50.000 firmas en Francia en un tiempo récord.
Los colectivos basaron su denuncia en el empleo de drogas para mantener al toro tranquilo durante la representación. Aunque solo permanece quince minutos sobre las tablas, afirmaban que era una situación de estrés constante para un ser vivo que necesita correr y moverse en libertad. Tales acusaciones fueron rebatidas por la escuela de veterinarios que colaboró con la Ópera de París.
“¿Le gustaría que le despojaran de su libertad, de su capacidad para moverse, sin pedirle opinión solo porque es usted tonto y no puede contestar?”, clamaban las plataformas. El documento con las firmas fue enviado a la ministra de Cultura, Fleur Pellerin, que se negó a emitir una opinión al respecto. En cambio, la Ópera nacional de París reaccionó rápido a través de un comunicado.
“Desde junio, Easy Rider vive en Sologne, donde lo preparan todos los días para estar en contacto cercano con el hombre. Lo acostumbran poco a poco a la iluminación y a la música. Durante su estancia en París, está alojado en la escuela veterinaria de Maisons-Alfort. Solo está presente en la Ópera Nacional de París una hora antes del comienzo de cada representación y aparece en escena dos veces durante 15 minutos”. Dicho esto, la situación se mantuvo, Easy Rider siguió apareciendo junto al resto del plantel y cobró su nómina a final de mes. Pero, ¿qué ocurrirá ahora en Madrid?
Madrid es otro cantar
La polémica no llega de nuevas a España, donde ya vivimos un episodio parecido con el espectáculo de nuestro dramaturgo más radical. En Accidens. Matar para comer, Rodrigo García cocinaba un bogavante vivo y se lo comía en directo. Después de estrenarse en varios países, 20.000 personas firmaron para impedir la “tortura de un animal” como elemento innecesario de la performance. “Sois rematadamente tontos. Os fastidia que nos expresemos libremente. Lleváis dentro a un dictador y no me dais pena'”, escribió en una carta en su web.
El caso de Moisés y Aaron es menos drástico y, por lo tanto, menos sólido en las quejas de las asociaciones animalistas. En Madrid, además, la Ley de Protección Animal es especialmente permisiva con los espectáculos taurinos y fiestas populares que incluyan animales. “En este caso la legislación es papel mojado”, se lamentan desde PACMA, donde han declarado a eldiario.es que están estudiando presentar una queja al Teatro Real.
“Consideramos que en este caso podrían estar infringiendo la legislación de Madrid y la ordenanza del Ayuntamiento, porque están afectando al toro en mayor o menor medida”, dicen desde el partido contra el maltrato animal. “Eso sin contar con el trasfondo ético y el hecho de que estamos utilizando a los animales como atrezzo”. Además denuncian que, aunque se cumpliesen todas las normativas vigentes, el bienestar del animal se puede ver perjudicado por los constantes traslados.
Preguntas sin respuesta
Los cuidados de Easy Rider son todavía un misterio que el Teatro Real no ha querido desvelar. ¿Cuáles serán las condiciones del transporte? ¿Es cierto que utilizan drogas en el espectáculo? ¿O el animal está domado? ¿Dónde se quedará el toro en Madrid cuando no esté actuando? Todas estas preguntas han sido transmitidas a la organización del teatro, que se ha escudado en que la obra se estrenará el 24 de mayo y aún no conocen los detalles.
Desde el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música nos garantizan que la función ha sido aceptada porque cumple con rigurosidad la normativa madrileña. La institución dependiente del Ministerio de Cultura, sin embargo, no conoce las particularidades de la estancia del bóvido y nos remite de nuevo al Teatro Real.
Entre este fuego cruzado, en ANDA (Asociación Nacional de Defensa de los Animales) no dudan que la autorización concedida por la Consejería de Madrid esté en regla. “Pero los criterios de esta oficina suelen atender a la seguridad de los asistentes. También nos gustaría que se tomara en cuenta la capacidad de esa instalación para asegurar el buen estado del toro”, nos dice Alberto Díez, abogado especialista en leyes de protección animal.
Díez considera necesario, además del visto bueno de la Delegación de espectáculos públicos, la aprobación del Área de ganadería. “¿Va a tener comida y agua? No lo dudo. Pero deberían garantizar el desarrollo de sus mínimas necesidades ecológicas, como correr o pastar”. Además, en una época de grandes avances tecnológicos, desde ANDA critican que no se haga uso de alternativas digitales o plásticas para moldear la figura del toro. “No es necesario mantener a un ser vivo en el escenario para que la función tenga sentido y no se pierda la riqueza del argumento”, sentencian.
Habrá que esperar un mes para ver en qué termina este culebrón bovino. Mientras tanto, este tipo de zoológicos teatrales seguirán en el limbo entre el espectáculo responsable y el maltrato circense.