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'Infames, el retroceso de España': adelanto del nuevo libro de Antonio Maestre

Portada del nuevo libro de Antonio Maestre

elDiario.es

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Antonio Maestre, periodista y documentalista, presenta su nuevo libro Infames, el retroceso de España, en lo que aspira a ser “un retrato crudo de los males de nuestra sociedad y una lista negra de quienes, a lo largo de tantas épocas, han permitido, por acción u omisión, el retroceso de España”.

Es esa crítica la que viste el ensayo que hoy llega a las librerías en la Colección Plan B de Penguin Random House, un texto que trata de denunciar, con nombres y apellidos, a los personajes que, por omisión, ideología o simplemente por razones perversas, han dejado una “oscura huella en la nación”. La historia de este país y sus principales ejes transformadores transcurren durante el relato del que elDiario.es publica un extracto dedicado a la persecución que sufrieron los maestros de la República durante la Guerra Civil y la dictadura franquista.

De la educación tierna a la doctrina en sangre. La purga de los maestros

[ . . .] Porque han librado a sus hijos del peligro de un maestro

Patxi Andión

Nos robaron hasta los cuentos y mataron a quienes nos los contaban. La verdadera obra de la reacción es la disolución de la cultura y el pensamiento crítico. Un maestro republicano que narraba a sus alumnos la historia de Caperucita Roja era enterrado en la orilla de una carretera y el cuento pasaba a llamarse Caperucita Azul.  

El retroceso educativo devino en un país donde a los niños se les contaba que Franco era un héroe que con su espada desnuda arrancaba las cabezas del marxismo en forma de dragón de siete testas. Si hubo un momento en la historia de España que marcó el paradigma de la oportunidad perdida para el progreso social fue la educación durante el periodo republicano. Gregorio Morán, en la presentación de su libro El cura y los mandarines, lo reivindicaba:

Si hay algo que recuperar en el primer tramo de nuestra historia de posguerra son los maestros del periodo republicano. Eso que se perdió inevitablemente, o evitablemente, pero se perdió por la represión, es una de las metáforas que debemos usar con mayor fuerza. Esos maestros republicanos, esa última generación, que ya no volverá y que significó la gran ausencia de la cultura popular española y de la gran tradición cultural liberal que había inclinada hacia lo progresivo, con un entusiasmo por la enseñanza y por la cultura no instrumental sino sencillamente para dar fortaleza a un pueblo libre y democrático.

La historiadora Carmen Agulló recoge el pensamiento de María Salvo para evidenciar la importancia de la enseñanza, la educación y los maestros y maestras en la construcción de la República:

Lo decisivo de aquel 14 de abril de 1931 no fue ese mar de banderas, voces, cantos y entusiasmo que inundó el mundo de los adultos. El principio de la Segunda República española fue ese día que maestros y maestras retiraron el tabique de madera que separaba a los niños de las niñas en las aulas y salieron todos juntos a la terraza de juegos por primera vez.

La escuela republicana mostraba una visión de la educación que ponía en el centro los derechos humanos. El proyecto de la Segunda República buscaba una escolarización integral de los alumnos y alumnas para reducir la tremenda desigualdad existente entre las clases más desfavorecidas y las de los hijos de la burguesía. Para ello buscaba apoyo en una pedagogía humana, moderna y adaptada a las necesidades de un alumnado con graves carencias, propias de una educación que hasta entonces solo había estado al servicio de los más ricos. Una educación tierna, de cuidados y cariño, que humanizara el conocimiento hasta hacerlo cercano y accesible .

El proyecto de las Misiones Pedagógicas era parte indispensable de esta nueva teoría educativa humanista que buscaba llevar la cultura a los lugares donde ni existía ni se la esperaba. El objetivo era ofrecer a los más pobres la oportunidad de disfrutar del legado patriótico de sus obras. No se buscaba ningún fin instrumental, se trataba de hacerles disfrutar solo porque era su derecho. El espíritu de las Misiones lo sintetizaba así Manuel Bartolomé Cossío:

El hombre del pueblo tiene derecho a gozar de los bienes espirituales de que disfrutan los privilegiados. Si sabe leer, no sabe distraerse y divertirse con la lectura, y hay que enseñárselo. Es cuestión de justicia social .

El papel de las Misiones Pedagógicas en el ámbito local fue impresionante, sobre todo teniendo en cuenta el poco tiempo que tuvieron para llevarse a cabo:

Al cabo de 1934, las Misiones habían creado más de cinco mil bibliotecas en poblaciones de 50 a 200 vecinos [ . . .] habían proyectado 400 películas, repartido 2.200 discos y habían llevado el teatro al pueblo .

Sin embargo, pese a que las Misiones sí creían en la transformación social mediante la cultura, lo cierto es que se quedaban cortas para un objetivo tan ambicioso. La educación no paliaba el hambre, la distraía. De hecho, una dificultad añadida con la que se encontraban las Misiones era que la educación que recibían quienes por sus condiciones sociales tendrían que prescindir más tarde de ese conocimiento era la misma que la que recibían aquellos que en las ciudades o que pertenecían a clases más pudientes iban a poder usar en un futuro.

A pesar de esos obstáculos, la educación republicana aspiraba a servir de canalizador de la cultura y la pedagogía ilustrada para reducir todas aquellas desigualdades propias de la España de los años treinta entre las clases populares y la burguesía, y entre el ámbito rural y el urbano. Según Claudio Lozano Seijas:

En nombre del progreso y más de la seguridad que de la libertad, es necesario asegurar un mínimo de instrucción y cultura para los más desfavorecidos, desde la enseñanza de la lectura y escritura de la lengua común [ . . .] hasta asegurar la gratuidad, controlar la obligatoriedad [ . . .] y la fijación de horarios y programas escolares comunes [ . . .] Se trató de diseñar una nueva arquitectura escolar, se laicizó la escuela hasta cierto punto; [ . . .] . Se mejoró el mobiliario, se atendió a la higiene, y llegaron libros para el maestro y los alumnos.

Sin embargo, la mayor apuesta de la República no fue la cultura itinerante de las Misiones, sino el papel preponderante que otorgó al profesorado, que se convirtió en la figura sobre la que se vertebraba la pedagogía. El papel social de los maestros y las maestras se puso al fin en valor. Se les otorgó la consideración no ya de educadores, sino de intelectuales. Se buscaba convertirlos en agentes sociales, entusiasmarles, como explica Claudio Lozano Seijas. Esta doctrina pedagógica no era completamente nueva, se hacía eco de los avances del XIX y bebía de la Institución Libre de Enseñanza, de la corriente krausista, de los ateneos y la Escuela Moderna de Ferrer i Guàrdia y de las Escuelas Normales que los exiliados liberales habían desarrollado en España. Aunque no fuera ni mucho menos mayoritaria, ya existía toda una corriente liberal de pensamiento que había hecho que la pedagogía se feminizara y pasase de ser considerada una disciplina menor a convertirse en enseñanza universitaria. Sobre esta doctrina, intelectuales como Manuel Bartolomé Cossío, Francisco Giner de los Ríos o Gumersindo de Azcárate pusieron los cimientos para poder consolidar una instrucción humanista en la escuela republicana. Lola Velasco, una maestra sevillana que aprobó Magisterio diez días antes del golpe de Estado, definía así la enseñanza humanista republicana que había aprendido y que luego le sirvió hasta su jubilación:

El respeto al alumnado, el convencimiento de que cada niño y niña tiene algo bueno que puede potenciarse. Intentar mejorar siempre su autoestima, hacerles crecer.

La escuela republicana seguía la escondida senda que marcaron los ilustrados desde principios de siglo con la creación del Ministerio de Instrucción Pública y con la medida, que ahora no extraña pero entonces era totalmente novedosa, del pago con dinero público a los maestros y maestras. En el año 1907 se creó la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), en consonancia con la importancia adquirida por la Institución Libre de Enseñanza en España y con el objetivo de modernizar e internacionalizar la cultura y la ciencia en el Estado, al tiempo que buscaba dejar al margen de una vez la importancia del clero en este aspecto. En este ámbito, el principal valor de la Segunda República fue considerar la educación como un motor de progreso social para el pueblo y, sobre todo, como el elemento principal que habría de propiciar la ruptura de la desigualdad y el analfabetismo. A comienzos de los años treinta la educación era un privilegio, y la República se propuso convertirla en un derecho aprovechando los recursos intelectuales de una élite cultural de primer orden en Europa. Sirva de ejemplo la visión de la escuela unificada que exponía Lorenzo Luzuriaga en su Diccionario de pedagogía: se trataba de organizar las instituciones educativas «de modo que todas ellas sean accesibles a todos los que posean las condiciones mentales necesarias, independientemente de su posición económica y social» .

Existe una máxima de la escuela republicana que puede ser aplicada a la política educativa, y que es preciso seguir en nuestro tiempo: más escuelas y mejores maestros.

Aquello fue lo que se intentó en los escasos años en que los progresistas gobernaron durante la República. En 1931 se necesitaban veintisiete mil aulas y se llegaron a construir unas doce mil. En 1934 se modificó el Bachillerato, pero solo tres de cada cien escolares de primaria llegaban a él. Del Bachillerato a la universidad pasaba solo el 4 por ciento. Universalizar la educación requería una inversión fuerte, un dinero que la República no logró, de modo que fue imposible acabar con el embudo educativo que se arrastraba desde el siglo XIX. Sin embargo, sí consiguió fraguar el humanismo de izquierdas, del que se nutrirían después tanto el exilio como el antifranquismo, y que fue clave para construir la cultura política de la izquierda contemporánea. Ese republicanismo que bebe del laicismo se concreta en la figura de Manuel Azaña, que recogía en sus memorias una conversación con un fraile agustino en la que expresaba el espíritu que emanaba de la obra republicana, que no era anticlerical, sino laica:

Desde mi punto de vista, llamarme enemigo de la Iglesia Católica es como llamarme enemigo de los Pirineos o de la cordillera de los Andes. Lo que no admito es que mi país esté gobernado por los obispos, por los priores, las abadesas o los párrocos. Tampoco me he opuesto a que las órdenes religiosas practiquen su regla y prediquen la doctrina cristiana a quien quiera oírla. A lo que me opongo es a que enseñen a los seglares filosofía, derecho, historia, ciencias.

El intento transformador fracasó. No solo por el golpe de Estado, sino porque durante el periodo democrático la Iglesia tomó la educación como punta de lanza de una guerra cultural que impidió que la escuela fuera realmente transformadora. Pasó a ser un tema polémico, los pequeños avances que se iban logrando generaban ruido y servían de acicate para los conservadores, que rechazaban fundamentalmente la posibilidad, por pequeña que fuera, de redistribuir la riqueza y perder la preeminencia del catolicismo en las escuelas.

La Iglesia Católica española olvidó que era la madre espiritual de esa mayoría de creyentes que se decía haber en España, y se convirtió en su diputado. Todos los reformismos, todas las posturas conciliadoras, quedaron inhabilitadas por la violencia religiosa.

Así que, aunque no se logró un cambio estructural, el intento terminó por convertirse en una de las causas fundamentales que moverían a las raíces conservadoras del fascismo para dinamitar la convivencia y acabar con la democracia. Y en consecuencia, con la obra educativa republicana. Lo que se propuso y logró el franquismo cuando alcanzó el poder fue la liquidación total y absoluta de la obra de la República .

Los últimos setenta años de la vida española son cruciales en nuestra historia. Sus características esenciales son sus déficits: la ausencia de República, así, sin ordinales ni calificativos. Ausencia de esa cultura política, laica, civil, igualitaria, en libertad, que significa la palabra república . Aún la busca la mayoría del pueblo español. Un pueblo que luchó contra el fascismo. Y perdió .

La disolución de la obra republicana en educación y cultura fue total. Sirva como ejemplo la eliminación de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), que fue eliminada y sustituida por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas con el claro propósito de borrar cualquier atisbo de modernización cultural y devolver a la Iglesia el papel predominante que la República había intentado eliminar. La JAE, creada en 1907, fue una institución puntera en la difusión de la ciencia y la cultura que estableció puentes con el resto de Europa para impulsar la modernidad bajo la dirección de Santiago Ramón y Cajal. En su constitución se nombró como miembros del consejo a personajes de la talla de José Echegaray, Joaquín Sorolla o Ramón Menéndez Pelayo. En los años posteriores, los institutos de investigación estaban dirigidos por figuras intelectuales como Américo Castro, Blas Cabrera, Severo Ochoa, Ramón Menéndez Pidal, María de Maeztu o José Ortega y Gasset. La vanguardia científica y cultural estaban en dicha institución. La importancia de la JAE llegó al punto de organizar visitas y conferencias como las que Albert Einstein realizaría en 1923 en la Residencia de Estudiantes, que se encontraba desde 1910 bajo la tutela de la Junta para Ampliación de Estudios. La institución fue disuelta en cuanto los fascistas se hicieron con la victoria. Todo fue derruido, la ciencia y la cultura volvieron al siglo XIX y el Centro Superior de Investigaciones Científicas fue su sepulturero .

En el discurso inaugural del CSIC, en octubre de 1940, el nuevo director de la organización, José Ibáñez Martín, expuso las directrices que se seguirían a partir de entonces:

Nuestra ciencia es exclusivamente para la verdad, la única que —al decir del Apóstol— nos hace libres y lo que, llevándonos de la mano a la causa altísima y primera, nos permite atisbar los secretos de la Divina Sabiduría. Solo con esta premisa se comprende que la ciencia sea además para nosotros una aspiración hacia dios. Queremos una ciencia católica [ . . .] Liquidamos, por tanto, todas las herejías científicas que secaron y agostaron los cauces de nuestra genialidad nacional y nos sumieron en la atonía y la decadencia. Sepultemos y lancemos al olvido aquella tabla del agnosticismo en que se refugiaron tantos náufragos de fe, inconscientes, en su necia soberbia intelectual [ . . .] Igual olvido y desprecio para cuantos endiosaron la razón humana [ . . .] el árbol imperial de la ciencia española creció lozano en el jardín de la catolicidad [ . . .] Nuestra ciencia actual, en conexión con la que en los siglos pasados nos definió como nación y como imperio, quiere ser ante todo católica.

En la ciencia también hubo franquistas que dejaron el conocimiento en segundo plano para plegarse a la sinrazón por motivos ideológicos y de clase . Es el caso de José García Siñeriz, ilustre geofísico que en calidad de vicepresidente del CSIC dejó claros sus postulados en el discurso de apertura:

He de empezar por rendir público testimonio de gratitud a nuestro glorioso Caudillo, que después de haber liberado a nuestra Patria de las hordas marxistas, que hasta mediados del año 1936 había esclavizado y envilecido, no sola la guía con su acertado mando por el camino de su glorioso pasado histórico, sino que la impulsa vigorosamente para que rinda su preciada e importante colaboración a la investigación científica.

El CSIC y su patronato sirven de ejemplo para comprender la regresión cultural, educativa y científica que vivió el país . El patronato estaba compuesto, además de por los ya mencionados, por los sacerdotes Miguel Asín y José María Alvareda, miembros del Opus Dei que circunscribieron la labor de la ciencia a los designios de Dios, el imperio y la patria. La sombra de la obra se hizo eterna sobre la ciencia española a través del control absoluto de los seguidores de Escrivá de Balaguer en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

El borrado de la historia de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) continúa hoy en día siguiendo la labor de desmemoria del CSIC, que la sustituyó de manera fraudulenta por un decreto ilegal franquista del 19 de mayo de 1938. Se intenta borrar la labor de personajes de la talla de Tomás Navarro Tomás durante la Guerra Civil, que estuvieron en la junta de la JAE hasta abril de 1939, compaginando el cargo con la dirección de la Biblioteca Nacional y salvando buena parte del patrimonio bibliográfico nacional que estaba en peligro durante los bombardeos fascistas.

La puesta en marcha de la represión del magisterio español fue una obra coral realizada por muchos personajes . Desde las más altas instituciones hasta los delatores situados en lo más bajo de la pirámide de la represión. José Ibáñez Martín fue uno de los principales impulsores desde el Ministerio de Educación, cargo que ocupó en 1939, pero no el único ni el primero . El principal objetivo de las instituciones franquistas era recatolizar la enseñanza y la educación. Sin cortapisas y valiéndose del aparato represivo recién instaurado en España. El instigador de esa maniobra fue monseñor Enrique Pla y Deniel, que obtuvo el favor de todos los burócratas que Franco había puesto en los altos cargos de Educación, profundamente influenciados por la cúpula católica e imbuidos de un acérrimo pensamiento integrista. El 30 de enero de 1938, Pedro Sainz Rodríguez fue nombrado para ejercer la más alta responsabilidad educativa, cargo que ocuparía el ya mencionado José Ibáñez Martín recién acabada la guerra . Durante los doce años que estuvo al frente del ministerio, fue el responsable de la depuración de los docentes.

El espíritu del ministro de Educación que ocuparía la cartera tras la Guerra Civil fue el de un soldado de Dios y de Franco, dispuesto a hacer tábula rasa de todo lo bueno que la educación republicana sembró en nuestro país . La presencia de Ibáñez en Educación es equiparable a la labor de una plaga de langostas en un vergel incipiente. En la inauguración del curso de 1939 en Valladolid, expuso cuál sería el proceder de su mandato:

“No hay más libertad de cátedra ni de enseñanza que la de la verdad de la España católica e imperial, la única que hace libres a todos los españoles que merecen llamarse tales; la verdad limpia de falsificaciones y extranjerismos por la sangre de una generación”.

Pero fue en una conferencia pronunciada al año siguiente en la misma universidad de Valladolid, y que llevaba por título «Hacia un nuevo orden universitario», donde el ministro mostró toda su vileza de una manera tan descarnada, que todavía hoy, después de conocer la iniquidad del régimen, sigue causando asombro:

“En el plano de la enseñanza, también el problema de la selección del profesorado reclamaba con exigencia inaplazable solución inmediata . De los años que precedieron al instante glorioso en que, como una flor de santa rebeldía, brotó sobre el paisaje yerto de la patria el primer grito de guerra de nuestra cruzada, la perversión política de un régimen que había prostituido la moral del Estado nos legó [ . . .] la herencia del confusionismo científico como sistema . El ultraje había hecho presa, con codicia insuperable en la Universidad [ . . .] Era así vital para nuestra cultura amputar con energía los miembros corrompidos, segar con golpes certeros e implacables de guadaña la maleza, limpiar y purificar los elementos nocivos [ . . .] Si alguna depuración exigía minuciosidad [ . . .] era la del profesorado [ . . .]”.

José Ibáñez Martín mantuvo en el cargo a José Permatín e incorporó también a varios falangistas. La importancia de Permatín, familiar de Pemán, como responsable de la Enseñanza Superior y Media, en la depuración, obedecía a su creencia integrista en la necesidad de «una cuidadosa y concienzuda depuración —sin venganzas, pero sin flaquezas— de los maestros y del profesorado de las escuelas normales». José Permatín era uno de los ideólogos de la eliminación del pensamiento liberal heredero de la Institución Libre de Enseñanza, y de una España subsumida en el credo nacionalcatólico, como él mismo expresaba en sus conferencias:

“Si el liberalismo intelectual significa esencialmente «igualdad de opiniones», respeto a todas las opiniones, aunque sean erróneas, el espíritu de la nueva reforma es esencialmente antiliberal . Ha sido un tópico corriente el decir: «yo respeto a todas las opiniones .» Nosotros no podemos respetar los errores, aunque respetemos a los errados, con cristiana caridad . Yo no puedo respetar la opinión que «dos y dos son cinco», sino compadecer a quien la sostenga, y, en último caso, recluirlo en un local adecuado, si es preciso . No habrá pues libertad de enseñanza, porque no puede haber libertad para el error; como no puede haberla para las enfermedades contagiosas, que con toda caridad se aíslan y se neutralizan . Pero sí, habrá la mayor libertad posible para los medios, los instrumentos de la Enseñanza. Porque esta libertad de medios con una unidad de fin, es lo característico de lo orgánico y de lo vital . Y lo que España necesita más, es una revitalización de su auténtica cultura ”.

“Porque, hace unos años, uno de los valores de la España de ayer, creyó descubrir el Mediterráneo, al hablar en un libro de España invertebrada. Y todos los intelectuales de aquella época hicieron coro de admiración por el hallazgo . Pero, señores, yo digo que lo raro hubiera sido que España no hubiera estado invertebrada si desde hacía dos siglos venía siendo corroída, en su Institución monárquica secular, en su Cultura tradicional católica, en su médula vital, por las toxinas exóticas, del enciclopedismo, del liberalismo, de la masonería, del vacío y finchado Krausismo, del pesimismo antihispánico del 98, del pedante escepticismo ecléctico ulterior... Corroída la médula, las vértebras caen por todos lados. Y por eso nosotros queremos poner un remedio de raíz . «El Catolicismo es la médula de la Historia de España» se afirma en la exposición de motivos de la Ley . Por eso en el umbral del cuadro de nuestras disciplinas y de acuerdo con la Jerarquía Eclesiástica se implanta el estudio de la Religión Católica en los siete años del Bachillerato. «Sublata causa tollitur efectus .» Cuando la médula de España esté sana, sus vértebras se erguirán por sí solas, y España alzará su frente con suprema dignidad en la Historia y volverá a cumplir su misión secular, purificada por el dolor y por la fe”.

La obra de la purga estaba anclada ideológicamente en la creencia dogmática de que educar en libertad era un peligro para el nacionalcatolicismo, y que las escuelas y la cultura eran el germen de la antiespaña. José María Pemán, uno de los responsables de las comisiones de depuración, que ocupó el cargo de presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza desde 1936 en la Junta Nacional de Burgos, distribuyó una circular entre los delegados de Instrucción Pública cuyas directrices definían el carácter de la purga que comenzaría durante la contienda en las zonas ocupadas, y que habría de consolidarse trágicamente tras la victoria fascista en 1939:

“El carácter de la depuración que hoy se persigue no es solo punitivo, sino también preventivo . Es necesario garantizar a los españoles, que con las armas en la mano y sin regateos de sacrificios y sangre salvan la causa de la civilización, que no se volverá a tolerar, ni menos a proteger y subvencionar a los envenenadores del alma popular, primeros y mayores responsables de todos los crímenes y destrucciones que sobrecogen al mundo y han sembrado de duelo la mayoría de los hogares honrados de España [...] Los individuos que integran esas hordas revolucionarias son los hijos espirituales de Catedráticos y Profesores que, a través de instituciones como la llamada ”Libre de enseñanza“ forjaron generaciones incrédulas y anárquicas”.

La depuración del profesorado universitario orquestada por Pemán fue calificada por Pedro Laín Entralgo cuando le tocó blanquearse como «el atroz desmoche». José María Pemán fue uno de los intelectuales grises y propagandistas del fascismo cuyas labores de represor y delator fueron borradas con la llegada de la democracia. Pemán fue un golpista, incendiario y burócrata de la represión. Un hombre oscuro que no se manchaba las manos de sangre pero usaba su voz, su pluma y su poder para que otros lo hicieran por él. Cuando murió en 1981 a su entierro en Cádiz acudieron las fuerzas vivas de la incipiente democracia representadas por el ministro de Cultura, Íñigo Cavero, de la Casa Real y la cúpula eclesiástica. No se recordó en ninguna de las piezas hagiográficas que le dedicaron su labor como propagandista del fascismo y responsable de la depuración del magisterio. El rey Juan Carlos le impuso en mayo de 1981 el gran collar de la Orden del Toisón de Oro. Una figura negra de nuestra historia que como otras muchas se intentó blanquear. Para el escritor Jorge M . Reverte existe poco debate sobre la calaña del personaje: «Pemán se hizo él solito el pliego de acusaciones. Era un mal tipo». El autor se refería a su obra, la que celebraba que los niños de Madrid se abrasaran por los bombardeos nazis. El 25 de agosto de 1936, en el artículo «La hora del deber» publicado en el ABC de Sevilla, José María Pemán llamaba a la limpieza de rojos y desafectos en la retaguardia:

“Como el enemigo está en casa no puede hablarse propiamente de un frente enemigo que se retira; pues siempre, aun después de derrotado y deshecho queda enemigo conviviendo receloso a nuestro lado, huido en el monte, emboscado en el disimulo. Todo esto exige, tras cada paso ganado, una labor de limpieza de policía, de guarnecimiento de los pueblos ”.

Su obra al servicio del régimen fue nefasta en calidad e intención. Destacan entre todas ellas, por lo inefable, La bestia y el ángel, publicada en 1938 por Jerarqvia, la revista negra de Falange, y tan radical, intransigente, violenta y antisemita que el autor abjuró de ella cuando dejó de estar bien visto ser el propagandista del franquismo y el palanganero de Franco:

Sobre la noble encina derribada

del Protomártir, cien manos en alto: ¡José Calvo Sotelo!

¡Presente!

Bajo el suelo estremecido

de España, se oye el trueno de un ancla que se leva. ¡España va otra vez rumbo a la Historia!

Y Dios tiene elegido su Piloto.

José María Pemán consiguió el puesto de director de la Real Academia de la Lengua tras la depuración, siguiendo la senda de las palabras que recogía el historiador Jaume Claret, que servirían para identificar a los que medraban gracias a la delación:

“Es la conocida frase de «¿quién es masón? El que va por delante en el escalafón»: muchísimos ayudantes denunciaron a sus catedráticos para quedarse con sus cátedras”.

Los maestros siempre fueron objeto de sospecha por parte del fascismo. Por eso una de sus primeras decisiones fue la depuración del profesorado sospechoso de ser rojo, con la única mácula de ser los responsables de inculcar la semilla del pensamiento crítico y la verdad en los cerebros de los niños. Ernesto Giménez Caballero, uno de los ideólogos del fascismo español, expresaba con rotundidad lo que significan los maestros para la obra nacionalcatólica y lo que el régimen tendría que lograr:

“[ . . .] que el maestro de escuela, ese vehículo laico y corrompido que era en los regímenes anteriores: libertario, tripudo, desabrochado, socialista, pedigüeño y recobros, se transforme mágicamente en un ser soleado, esbelto, fuerte, audaz, abnegado, disciplinado, con paso gimnástico, saludando brazo en alto, cantando himnos de combate y besando trémulamente la tela de oro y sangre de la bandera de España”.

Fueron muchos los encargados de que ese cometido se llevara a cabo. Algunos eran simples burócratas y conformistas, hombres grises que solo querían medrar, unos aprovechados a los que solo les importaba vivir bien a costa del dolor ajeno, pero otros fueron fascistas convencidos que creían firmemente en la necesidad de expurgar de las escuelas a todos aquellos maestros republicanos que habían cuestionado la divinidad escolástica .

Las purgas y la depuración de la enseñanza tuvieron varios niveles. La primera, profesional, tenía como objetivo derribar cualquier atisbo de pervivencia de la educación laica, pública, igualitaria y solidaria que se había construido en la República. Eliminar, además, la existencia de cualquier miembro de la docencia en cualquier nivel con ideas socialistas, comunistas, anarquistas o nacionalistas catalanas, vascas o gallegas. Pero hubo otra más profunda, la eliminación física de miles de maestros y maestras que eran vistos por las instituciones franquistas como los principales exponentes de la intoxicación ideológica liberal antiespañola. Claudio Lozano Seijas lo explica en La República y la cultura:

“Se persiguió al maestro hasta el exilio, se le asesinó, se le desterró, se le inhabilitó. Se trataba del exterminio, de la depuración y de la negación pública del maestro como persona, como intelectual de vanguardia”.

El exilio interior. Así se llamó a la situación que vivirían miles de maestros y maestras, que contarían con ese desarraigo como único patrimonio tras ser purgados después de la Guerra Civil. Con el sentimiento de destierro moral y físico.

Y vino la muerte. El periódico falangista Amanecer expresaba de manera cruel y terrible lo que les depararía a los docentes republicanos tras la llegada del nuevo orden fascista:

“Para los poetas preñados, los filósofos henchidos y los jóvenes maestros y demás parientes, no podemos tener más que, como el romance clásico, un fraile que los confiese y un arcabuz que los mate”.

Las cunetas de este país están llenas de maestros y maestras. Pobres con alpargatas que dejaron en esta vida como único patrimonio lo sembrado en las mentes de miles de niños y niñas, a cuyas vidas de miseria intentaron dar una salida . Por eso eran peligrosos para el franquismo. La sospecha que suscitaba el maestro por inculcar el pensamiento libre y la razón en los niños ha quedado reflejada en grandes obras de la cultura popular española. En su canción «El Maestro», Patxi Andión lo canta con precisión de artesano:

Las buenas gentes del pueblo Han escrito al menisterio

Y dicen que no está claro

Como piensa este maestro

Dicen que lee con los niños

Lo que escribió un tal Machado Que anduvo por estos vagos Antes de ser exilado

Les habla de lo innombrable

Y de otras cosas peores

Les lee libros de versos

Y no les pone orejones

Al explicar cualquier guerra Siempre se muestra remiso

Por explicar claramente

Quien venció y fue vencido

En una fosa de La Pedraja (Burgos) se encontraron los restos de Antonio Benaiges, el maestro que prometió el mar a sus diecisiete alumnos de Bureba. Un profesor catalán que fue a Burgos a dar clase aplicando la técnica pedagógica Freinet. El verano de 1936, cuando ya estaba de vacaciones, decidió quedarse en el pueblo por que había prometido a sus alumnos que les enseñaría el mar. No llegaría a hacerlo. Su compromiso pedagógico resultó fatal. Los fascistas lo asesinaron el 25 de julio de 1936 por intentar enseñar a sus niños, a sus alumnos, a ser libres. La intolerancia siempre los señaló, primero con la palabra y después a pie de fosa con las balas del máuser.

Al sur de Madrid, en Móstoles, en lo que en los años treinta era una población rural y hoy en día es una gran ciudad, se produjo una de las historias más trágicas de represión contra un maestro. Gerardo Muñoz, un humilde profesor nacido en Malpartida de Plasencia que había llegado al pueblo madrileño a ejercer su magisterio. Nada más.

A pesar de las insidias vertidas contra el maestro, él fue un hombre de paz, antimilitarista y pacifista, como muestran sus artículos en El Gladiador, un periódico local de Malpartida, en el que escribió:

“Así concibo vuestra misión [...] Lanzaos al palenque dispuestos a la lucha, pero de ideales, no de pasiones [...] La fe en vuestros idea les sea el escudo que os defienda de los ataques de la incultura . Si es necesario «herir», herid siempre con la espada de la razón y la justicia”.

Koldo Palacín recoge en el libro de María Antonia Iglesias Maestros de la República las acusaciones contra Gerardo Muñoz, que para el historiador son infundadas y movidas únicamente por la necesidad de quedarse con la plaza de maestro de Muñoz. Una de ellas, incluida en el proceso contra el maestro, decía lo siguiente:

“Maestro de escuela, organizador de las Juventudes Socialistas, fundador del partido de Izquierda Republicana, miembro destacadísimo del Comité Revolucionario, inspirador de los acuerdos que adoptaba. A propuesta del mismo, se tomó el acuerdo de asesinar a los hermanos Castillo y al señor cura, redactando él mismo los oficios. Formó parte del Comité hasta la evacuación del pueblo y acordó la ejecución de treinta y tres personas de derechas, que fueron asesinadas, y otro número mayor de personas que fueron traslada das a la checa de Fomento y muertas después en Paracuellos del Jarama”.

Las mentiras sirvieron para condenar al maestro. Mentiras de colaboracionistas y miserables que solo buscaban un beneficio personal. Y siempre, entre ellos, las fuerzas vivas del pueblo. El párroco de Móstoles testificó en la depuración del maestro una vez muerto, para así evitar que los familiares pudieran cobrar pensiones por la muerte, una práctica habitual que sufrieron también catedráticos como Antonio Machado, que el 5 de mayo de 1941 fue separado definitivamente del servicio habiendo fallecido en Colliure dos años antes .

En la Comisión Depuradora del Magisterio el cura del pueblo dijo de Gerardo Muñoz: «Ha sido fusilado por la Justicia del Caudillo». Eliso Olarte, el que fue nombrado alcalde tras la victoria fascista, dijo del maestro: «Persona indigna de figurar en la España nacional». Pero si existe un personaje que define la infamia en su máxima expresión, este es el hermano del cura . También era maestro en un colegio de Madrid, y aspiraba al puesto en Móstoles. Fue el encargado de ir directamente al campo de concentración de Albatera, donde estaba retenido Gerardo Muñoz, para traerlo a Móstoles dentro de un ataúd estando aún con vida. La intención era llevarlo a la plaza del pueblo para torturarlo públicamente. Así lo hicieron. Gerardo Muñoz fue atado a una verja y ordenaron a todas las gentes del pueblo que acudieran para presenciar los tormentos. Su suplicio serviría de escarmiento. La nieta del maestro le contó a María Antonia Iglesias el terrible momento:

“Estoy llorando porque no puedo acercarme a las rejas del ayuntamiento, donde lo tienen atado, para darle siquiera un vaso de agua. Lo acaba de intentar, jugándose la cárcel o la vida, el mejor alumno de dibujo que tenía don Gerardo, pero el pobre maestro «estaba en tan malas condiciones —dice Graciela en su tremendo relato— que el muchacho no sintió que le reconociera» [...] Las gentes de Móstoles estaban ahí, contemplando cómo le daban de latigazos al maestro, porque estaban muertos de miedo. Además, las nuevas autoridades amenazaron con multar a quienes no asistieran al «espectáculo», y aquellas gentes, que tenían tanto miedo, no tenían dinero, no podían pagar las cinco pesetas con las que se multaba a «toda ausencia no justificada». Y pienso, y siento, que también habría que llorar por todos ellos. Por todos los que en aquellos momentos no pudieron, o no tuvieron el coraje de desertar de la crueldad colectiva”.

Después de que Gerardo Muñoz fuera torturado frente a sus vecinos, fue trasladado a la cárcel de Porlier. Una noche de verano fue conducido a la tapia del cementerio de La Almudena. Lo fusilaron el 24 de junio de 1939 . La plaza de maestro se la quedó el hombre que fue a buscarle al campo de Albatera para torturarle en Móstoles.

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