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Entrevista

Miren Amuriza, escritora: “Si molestamos a los que nos llaman intensas, ese es el camino”

La escritora Miren Amuriza

Ignacio Pato Lorente

23 de diciembre de 2025 21:53 h

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La escritura de Miren Amuriza (Berriz, 1990) logra un efecto físico en el lector. Su segunda novela, Pleibak (consonni), nos acelera el pulso según asistimos al ajuste de cuentas y a la vez declaración de amor amigo de Jone a Polly. Ambas fueron adolescentes inseparables en el cambio de siglo pero, si se cruzan hoy, ni se miran. Pleibak es la caja negra punk, subjetiva y absorbente, del final de una amistad que no acaba por muerte natural. Un texto en el que la autora y bertsolari explora género, clase y política, por el que desfilan El diario de Patricia, la revista Loka o Gatibu y cuyo nervio es también mérito de Danele Sarriugarte, traductora del original en euskera.

Pleibak, a través de la narración de Jone, transmite cierta animalidad. Una chica que dice cosas como “cuántas ancestras mías habrán esquivado la muerte saliendo a toda hostia de una cueva de lobos para que yo tenga el sentido de la huida tan desarrollado”.

Es verdad que el texto late rápido y fuerte. Supongo que será porque, según iba haciendo memoria sobre las vivencias y la época que quería retratar, era mi pulso el que se aceleraba, y, con el pulso, la escritura. La mayoría de relatos sobre infancia, adolescencia y primera juventud que leí mientras escribía, como Panza de burro, Otaberra o Yo no sé de otras cosas, compartían ese latido nervioso y también quise captarlo de alguna manera.

Esta segunda novela llega tras la buena acogida de su debut, Basa (editado por Elkar en euskera y por consonni en castellano). ¿Qué diría que tienen en común y qué las separa?

Tanto Basa como Pleibak están arraigadas en un entorno rural. La abuela de Jone y Sabina, la protagonista de Basa, podrían haber sido vecinas. Lo que cambia es el punto de vista desde el que se narra ese contexto: para Sabina, el caserío era una trinchera donde resistir a brazo partido, pero, para Jone, es un lugar más controvertido. Aunque conserva recuerdos luminosos de su infancia, para la Jone adolescente no deja de ser una especie de semicárcel de la que necesita huir. En cuanto al lenguaje literario, ambas novelas están basadas en la oralidad de los personajes, pero el registro rural-poligonero de Jone, “sucio” y dinámico, no tiene nada que ver con el modo de hablar de Sabina, mucho más escueto y primitivo.

Tengo la impresión de que en Basa evitaba mitificar los cuidados y el mundo rural. ¿Ha ocurrido algo similar aquí con respecto a la amistad entre mujeres?

Sí, es algo que he tenido presente tanto para escribir como después, a la hora de hablar sobre la relación de Jone y Polly o la amistad en general. Para mí, al igual que para entender cómo opera el relato del amor romántico dentro las relaciones sexoafectivas, las reflexiones y propuestas de muchas compañeras feministas han sido imprescindibles para ver cómo jerarquizamos los vínculos afectivos o las relaciones de poder que se construyen en ellos.

Mientras escribía, leí un artículo de Teresa Villaverde en Pikara Magazine donde explicaba cómo la mayoría de nosotras habíamos mantenido nuestra primera relación monógama de pareja con nuestra “mejor amiga” de infancia. Me pareció que el paralelismo acotaba muy bien la relación de Jone y Polly. La idealización, el deseo de exclusividad, los celos, la ruptura: he intentado contar de la manera más tangible posible cada una de estas fases. En el País Vasco la ecuación tiene un factor añadido, la cuadrilla, que juega un papel decisivo, más si cabe, durante la adolescencia. Lo que para algunas puede ser un espacio seguro, para otras es una estructura de relaciones de poder que dicta lo que una debe o no debe hacer, pensar o representar.

Esta historia aborda el duelo de amistad. Un tema tradicionalmente menospreciado por la óptica hegemónica masculina, cuando puede ser igual o más duro y literario que una ruptura de pareja.

Desde luego. La antropóloga y poeta Mari Luz Esteban afirma que nos hacen falta ritos, palabras o canciones para cerrar las relaciones de amistad. En el caso de Jone, la herida sigue abierta, pero el canal de comunicación también. Me acuerdo de un amigo que, cuando murió su madre, me dijo que lo primero que se le venía a la cabeza una y otra vez era “se lo voy a contar a mamá” y que al segundo se daba cuenta, “hostia, ¡si ya no está!”. La interlocución, de alguna manera, seguía abierta. A Jone le pasa algo parecido con Polly. A todos nos pasa que cuando perdemos a alguien cercano internamente seguimos hablando con esa persona.

Seamos o no conscientes, el extracto social al que pertenecemos determina nuestro carácter, relaciones, decisiones y aspiraciones.

Miren Amuriza Escritora

Es interesante cómo juega la clase social a lo largo de la novela. Jone, en el fondo, habla de hasta dónde puede llegar ella y hasta dónde Polly. Polly arriesga deliberadamente porque se sabe dentro de una zona de control. Jone es su reverso.

Así es. Al igual que Polly, yo tampoco fui consciente de mis privilegios durante la adolescencia. Soy de un pueblo pequeño de apenas 5.000 habitantes y compartí clase con los mismos compañeros desde los tres años hasta los dieciséis. Si me hubieran preguntado sobre nuestras circunstancias cuando íbamos a la ESO, hubiera respondido que estábamos en igualdad de condiciones porque, de cara a la galería, todos llevábamos más o menos el mismo tipo de vida. Al pasar los años miras a tu alrededor y te pones a pensar. Quiénes se quedaron en el pueblo, quiénes no y por qué. Quiénes fuimos a la universidad, quiénes no y por qué. Quiénes fueron madres o padres en la veintena, quiénes en la treintena, quienes no lo serán. Y por qué. Seamos o no conscientes, el extracto social al que pertenecemos determina nuestro carácter, relaciones, decisiones y aspiraciones.

Hay un perfil de hombre que llamaría intensa a Jone. Tipos que se incomodan ante la emocionalidad radical, y más en una mujer. ¿Era un ingrediente que tenía claro para construir a Jone?

En cierta medida, sí. Tenía claro que esta historia la contaría Jone y no Polly. Uxue Alberdi, compañera escritora y bertsolari, me hizo notar que en este tipo de relatos sobre la amistad entre dos chicas la narradora testigo suele ser la más formal o normativa de las dos. Ocurre en La amiga estupenda de Elena Ferrante, Las inseparables de Simone de Beauvoir, Los hermosos años del castigo, de Fleur Jaeggy. Quería alejarme de ese punto de vista, porque lo que me interesaba era hacer una revisión autocrítica de lo que representa Polly, que se parece más a lo que yo misma era a los quince. Y yo, a esa edad, no solo no me enfrentaba a los tíos que se metían con las Jones o con cualquiera de nosotras, sino que probablemente las habría criticado por hacerlo. Ahora no. Si incomodamos o molestamos a los tíos que nos llaman intensas, ese es el camino.

La nostalgia edulcorada olvida que el canon de delgadez sobre las adolescentes de los 90 y 2000 fue feroz. Pleibak sí lo recuerda. Jone habla de pasar de comer y del lazo atado al abdomen para meter tripa.

Nosotras crecimos viendo siluetas de chicas raquíticas en la tele y en las revistas, e interiorizando sin apenas darnos cuenta la mirada del director, fotógrafo o diseñador de turno hacia las mujeres como objetos sexuales mientras nos mareábamos de tanto en tanto en los pasillos del instituto por no haber desayunado. Y no lo quería pasar por alto, porque hablar de adolescencias es hablar de cuerpos y ese canon, en mayor o menor grado, nos marcó a todas. Aunque tengamos veinte años más y hayamos adquirido una conciencia feminista, sigue siendo difícil desprenderse por completo del puto lazo.

Está a la orden del dia que los chicos digan que sufren discriminación, o que Milei, Trump o Netanyahu son los putos amos.

Miren Amuriza Escritora

No solo el sexo o la droga, como verbaliza Jone con los años, son canales de aceptación en grupo. Su amiga Polly presume de compromiso con la izquierda independentista. Pleibak pone de relieve que la adolescencia también es política.

Por supuesto que lo es. Las aulas de los centros públicos son muchas veces la versión miniaturizada de ese barrio o pueblo. Tengo bastantes docentes alrededor, y por lo visto últimamente está a la orden del día que los chicos digan que sufren discriminación, o que Milei, Trump o Netanyahu son los putos amos. Algunos lo harán por provocar a los profesores y otros porque realmente pensarán así.

El euskera, su lengua, es también el de la novela original, publicada por Susa el pasado año. Danele Sarriugarte es la traductora al castellano para esta edición en consonni. ¿Cómo ha sido el proceso?

La traducción que ha hecho Danele es impresionante. No es lo mismo traducir de un idioma no hegemónico a uno hegemónico que al revés. En el caso de Pleibak menos aún, porque el euskera de la narradora está cuidadosamente ensuciado con el castellano para asemejarse más al registro oral y juvenil, y la combinación de ambos idiomas es el reflejo de la diglosia que vivimos en el País Vasco. Trabajar con Danele ha sido una suerte y un aprendizaje sobre cómo evitar la exotización o la particularización, cómo adaptar las referencias culturales o cómo traducir o no los diferentes dialectos dentro un mismo texto. Me ha hecho replantearme muchas cosas. En febrero se publicará la versión catalana en Club Editor, traducida por Pau Joan Hernàndez, y está siendo muy interesante ver qué soluciones han servido para ambos textos y cuáles no.

¿Con qué salud ve el euskera a día de hoy?

Diría que crítica. Euskalgintzaren Kontseilua, el organismo que reúne a agentes que trabajan en favor de la normalización, declaró hace un año que el euskera se encuentra en situación de emergencia lingüística y que la recesión llegará muy pronto si no se toman las medidas adecuadas a corto plazo. La globalización y la digitalización hacen que las lenguas minorizadas sean aún más vulnerables. A pesar de todo, creo que la literatura vasca está en un momento muy interesante y tengo la suerte de pertenecer a una generación muy potente de escritoras.

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