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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

¿Qué ocurre cuando te tropiezas y rompes una obra millonaria de un museo?

Fotograma de la serie 'Cómo conocí a vuestra madre'

Mónica Zas Marcos

Le puede pasar a cualquiera. Tan pronto vas caminando por una sala de arte, como tropiezas contra un jarrón valorado en 730.000 euros. O te asomas demasiado a una pintura y, en cuestión de segundos, reduces a añicos la obra de uno de los diez artistas más cotizados del planeta.

¿Qué hacemos? ¿Salimos corriendo? ¿Nos detendrán e hipotecarán de por vida hasta subsanar ese gasto? Más allá del bochorno histórico, no hay nada por lo que preocuparse. Lo entenderemos en seguida.

Las anteriores no son hipótesis al azar. De hecho, la última ocurrió este mismo lunes. Un visitante rompió una de las famosas esferas azules de Jeff Koons en la Iglesia Nueva de Ámsterdam, donde se han expuesto artistas de la talla de El Greco, Rembrandt y Andy Warhol en su ciclo anual de “obras maestras”. Según los testigos presenciales, se trataba de un hombre mayor que propinó un golpe accidental a la Gazing Ball de Koons y fue retenido inmediatamente por la seguridad de la iglesia.

“Estamos en pleno proceso de averiguar cómo tuvo lugar el desafortunado incidente, cuáles son los daños causados y cómo repararlos. Hasta que eso termine, me temo que no podré proporcionarle datos acerca del visitante, la seguridad, el seguro o el valor de la obra”, responden los responsables de la galería holandesa a un correo de este medio. Pero no hace falta cruzar los Pirineos para encontrar muchos otros casos similares.

Remontándonos un poco, en 1993, un alumno tiró al suelo la escultura Bailarina de Alberto sin querer durante una excursión escolar al Museo Reina Sofía. La pieza fue trasladada con rapidez a la sala de restauración del centro, pero eso no evitó que el incidente llegase a los medios. Sin embargo, basta con una llamada para conocer que estas cosas ocurren más a menudo de lo que pensamos, aunque esquiven a tiempo la lupa periodística.

“Esto es un museo nacional y, por ley, es el Estado español el que cubre cualquier tipo de accidente que ocurra en las obras de nuestra colección o dentro de nuestra sede”, desvela Jorge García, jefe de conservación y restauración del Reina Sofía. Es solo una garantía válida en casos como el del alumno que derribó una escultura permanente. Pero, ¿qué ocurre si se trata de un artista invitado a una exposición temporal?

“También nos ha ocurrido. En este caso, la obra saldrá solo y exclusivamente si va acompañada por un seguro privado u otro de garantía del estado, pero siempre a cargo de la persona o institución que pida la obra”, especifica. En el mundo del arte, este seguro se llama “de clavo a clavo”, lo que quiere decir que cubre la pieza desde su primera manipulación, hasta el traslado, la exposición y sus riesgos -incluidos los visitantes torpes- y el regreso.

Si ocurre lo que todos tememos, el encargado de medir los desperfectos será el propio artista o dueño de la obra. “Normalmente, se abre un parte de daños como en el seguro del coche. Por un lado, cubre la restauración de ese daño. Al margen de lo que valga, si es restaurable, va a costar tanto dinero. Y, por otro lado, hay que valorar si la obra es 100% recuperable o va a haber un demérito”, diferencia.

Es ahí donde entran las negociaciones con el artista, que puede exigir el tanto por ciento de daño moral, material o histórico que le parezca. “Hay veces que no tiene arreglo, y algunos artistas prefieren crear la obra desde cero porque ha sufrido un demérito importante. En ese caso, el seguro se hace cargo de la producción entera”, explica como alternativa.

Eso no significa que el ciudadano de a pie pueda escapar de puntillas del museo tras haberse cargado una obra de valor incalculable -o calculable en millones-. “Nosotros en el Reina contamos con un plan de actuación ante emergencias para las obras de arte. Desde un accidente con alguien del público hasta un terremoto que derrumbe el edificio, ese plan está escalonado según las dimensiones de la incidencia”. García se refiere a Procuer, un plan que ya mencionamos al hablar de catástrofes naturales que pueden afectar a los museos.

“Inmediatamente, los vigilantes de sala retienen a la persona involucrada, le piden información y con las cámaras se visualiza lo que ha pasado. Si es un accidente, es un accidente. En caso de que sea una acción vandálica, el tema pasará a disposición policial a través de una denuncia”, dice tranquilizador, por si a alguien le sirve para calmar su conciencia.

Seguros de 60.000 euros en caso de “torpeza” civil

Parece que el Reina Sofía ha conseguido escabullir sus rotos del ojo mediático, pero hubo otros que no corrieron tanta suerte. En 2013 no fue un visitante al azar quien sufrió un traspiés contra una obra de ARCO, sino nada menos que Norman Foster, el famoso arquitecto ganador del Pritzker. Por muy vehemente que fuese la estrategia de la feria para esconder su identidad, la verdad salió a la luz junto al valor perdido de la escultura Practices to suck the world, del artista Bernadí Roig: 55.000 euros.

Desde la organización de IFEMA no proporcionan muchos detalles sobre cómo se afrontó este accidente, pero afirman que “cada galería es la responsable de asegurar sus propias obras, (cuyo seguro amplían para el viaje)”, antes de exhibirlas en la feria de arte más concurrida del país.

Además, IFEMA incluye un servicio a expositores de ARCOmadrid. “El seguro de Responsabilidad Civil (hasta 60.000 euros), y el seguro Multiferia (hasta 30.000 euros), que cubre casos de catástrofes naturales, incendios y demás”, concluyen fuentes de la entidad.

Por muchos facility report que exijan los museos o colecciones prestadoras (informe detallado con la seguridad, la temperatura, la luz, las vitrinas, el aforo, los nombres de los transportistas e incluso de quien embala y desembala las piezas), las obras se exponen ateniéndose a ciertos riesgos. Los artistas, en caso de estar vivos, conocen muy bien estos riesgos; y si no que se lo digan a Ai Wei Wei.

Su arte ha sufrido todo tipo de inclemencias, desde rayos a -por supuesto- señoras y señores calamitosos, como recuerdan en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla. “La pieza se tenía que rodear. Una señora mayor empujó a otra, y rompió un jarrón de los 60 que componían la obra. No hubo ningún problema porque se reprodujo y ya está”, cuentan desde el museo donde sucedió el accidente en 2013..

Irónicamente, él mismo llevó a cabo una acción artística años antes en la que fingía estallar contra el suelo una vasija Han valorada en un millón de euros (Dropping a Han Dynasty Urn, 1995) para resaltar el valor del patrimonio histórico y cultural.

A diferencia de otros más iracundos, los de Sevilla aseguran que Ai Wei Wei se lo tomó casi como parte de la performance, aunque el seguro del centro tuvo que cubrir la creación de la nueva vasija. Desde la galería dicen no conocer el valor de esa pieza pero, en un incidente parecido con otros jarrones del artista chino en Miami, se tasó cada recipiente en 730.000 euros.

“No hay un 100% de seguridad, si no tendríamos que poner las piezas detrás de cristales blindados”, afirman desde el centro andaluz con cierta resignación. Al fin y al cabo, el arte está pensado para entrar en contacto con los sentidos del ser humano, aunque a veces la torpeza del tacto frustre lo que podría haber sido una bonita relación a distancia.

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