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Carmen Arnal, familiar de un asesinado por el franquismo en Castellón: “No sé si la herida se cerrará algún día”

Rafael Prades, con su mujer Manuela y su hija Carmen, pocos años antes del comienzo de la guerra.

Borja Ramírez

El 20 de noviembre tendrá lugar la apertura de la fosa común del cementerio de Castellón, en la que se calcula que hay enterradas alrededor de 971 víctimas del franquismo, asesinadas durante los meses posteriores a la guerra y el final de los años cuarenta. Los fusilamientos fueron llevados a cabo durante cerca de una década, de manera meticulosa, casi industrial, y acabaron con la vida de casi un millar de personas. Las familias de cuatro de esas víctimas podrán, cerca de ochenta años después, rescatar los restos de sus seres queridos.

Carmen Arnal pertenece a una de esas familias. La historia de su abuelo, como tantas otras, es la historia del terror de la represión, del estigma social del vencido y las heridas que nunca pudieron cicatrizar. Rafael Prades –su bisabuelo- era carpintero y militante de la CNT. Vivía en Castellón, aunque era originario del pequeño pueblo de Villahermosa del Río. Durante la guerra, cuenta Carmen, se hizo miliciano y trabajó en la retaguardia. Al terminar el conflicto, Rafael fue apresado en la plaza de toros de Valencia, convertida en aquel momento en prisión. Finalmente fue puesto en libertad y pudo volver con su familia.

El reencuentro, sin embargo, no duró mucho. Al día siguiente de su llegada a Castellón fueron a buscarlo a su casa y, al no encontrarle allí, se llevaron detenida a su mujer. En cuanto se enteró, Rafael se personó en el cuartel para entregarse. Antes de entrar a la prisión de la que ya nunca volvería a salir, Rafael le pidió a su mujer que buscase ayuda, sabía que lo iban a torturar para que confesase cosas que no había hecho.

Los arqueólogos han estado tanteando el terreno, narra Carmen, y han logrado determinar con bastante exactitud el lugar donde se encuentran los restos de tres víctimas –uno de ellos Rafael- cuyas familias reclaman. No obstante y pese que son cada vez más las familias que, en vista de los resultados, piden que se busque a sus desaparecidos, la tarea resulta extremadamente complicada en fosas comunes en las que, como la de Paterna, los restos yacen hacinados.

La familia de Rafael cuenta con lo que ellos llaman una “ventaja”. Su hija –la madre de Carmen-, que por aquel entonces era una niña de apenas once años, presenció el fusilamiento de su padre. Los familiares de Rafael han sabido dónde buscarle, porque estuvieron presentes también durante el enterramiento y pagaron a sus verdugos una caja de pino para evitar que lo enterrasen “como a un perro”. Gracias a esto y a diversos rasgos físicos característicos, los restos del carpintero han sido localizados.

Casi diez años después de que Rafael fuese fusilado, junto a cerca de un millar de represaliados, llegó a su casa la sentencia de muerte. En la documentación de su “juicio”, realizado con posterioridad al fusilamiento, constaban el cargo de rebelión armada y los nombres de los tres denunciantes, vecinos de la familia, que lo condenaron. Su hogar fue saqueado y al dolor de la pérdida se añadió la impotencia de ver sus posesiones robadas en las casas de algunos de sus vecinos. Marcados y señalados, tuvieron que rehacer su vida sabiendo quién había denunciado a Rafael y teniendo que callar.

“Es una experiencia que marca mucho, incluso a través de las generaciones que vinimos después. La familia lo pasó muy mal, a la miseria de la época se añadió el estar marcados. Ha habido muchos años de silencio y abandono por parte de las instituciones, de no ser por personas muy valientes que han tirado hacia adelante, no se hubiese conseguido avanzar en este tema. Ahora en la actualidad, depende con quien te juntes, seguimos estando reprimidos. Todavía en estos momentos, aunque haya más libertad, te tienes que callar”, cuenta Carmen Arnal.

Memoria para cerrar la herida

El debate por la memoria histórica goza hoy día, cuando han pasado cerca de ochenta años desde el final de la guerra, de una renovada actualidad, ante la posibilidad de que los restos del dictador Francisco Franco acaben en la Almudena y la radicalización de una derecha que muestra ahora orgullosa los símbolos que han avergonzado durante décadas a este país. “La represión estuvo durante la dictadura y continuó ahí al morir Franco”, remarca Arnal, “lo dejó todo atado y bien atado”.

“No sé si la herida se cerrará algún día, ha sido mucho el daño. ¿Cómo voy a olvidar las cosas que me han contado y que he vivido? Por lo menos se ha conseguido, con mucho esfuerzo y gracias al cambio que ha habido en el Gobierno valenciano, dar el gran paso de abrir esta fosa. Con Rajoy el presupuesto para la memoria histórica era cero. Tal vez pueda olvidar algo, esto ayuda, pero el daño se lleva muy dentro”, sentencia Arnal.

La larga espera de Carmen para recuperar los restos de su bisabuelo llegará a su fin cuando comiencen los trabajos de recuperación. Junto a los de Rafael, los restos de cerca de un millar de represaliados podrían ser rescatados de la fosa, todo depende del dinero disponible y la voluntad política. Carmen Prades –hija de Rafael- falleció hace ahora seis años, sin ver jamás cumplido su sueño de rescatar los restos de su padre, sin poder dar sutura a una herida que se abrió hace décadas y que todavía no nos hemos dado la oportunidad de sanar.

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