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Más diversidad y menos bipartidismo para frenar la espiral de la crisis europea

Macron y Tsipras en una reunión en París.

Adolf Beltran

Ante nuestros ojos se resquebraja el viejo bipartidismo europeo y por las grietas se cuela la extrema derecha. Socialistas y conservadores han gobernado la Unión Europea, con la concurrencia puntual de los liberales, apoyados sobre la herencia de aquel periodo en que socialdemócratas y cristianodemócratas construyeron los cimientos del Estado del bienestar, pero hace años que esa alianza deriva hacia una Europa que ya no converge, sino que diverge.

La convergencia de las sociedades que integran la Unión dejó de funcionar y las diferencias se acrecientan. La Europa del bienestar y el progreso se ve acallada por la del descontento y la reacción. En un determinado momento, la “gran coalición” continental agotó sus programas de prosperidad y reformas para emprender el camino de la crisis y los recortes. Un panorama en el que cunde el miedo y crecen los movimientos políticos articulados en torno a la xenofobia, la involución y el autoritarismo.

Las elecciones al Parlamento Europeo del 26 de mayo son un escenario clave para detener la espiral y reorientar las cosas. Porque el asunto central no es cómo parar los pies a la extrema derecha, sino cómo articular un programa, basado en nuevas alianzas, que actúe sobre las causas del descontento y recupere el espíritu de convergencia social y de progreso material y político que da sentido al proyecto europeo. Y que implique, de forma transversal, a las nuevas sensibilidades políticas, al tiempo que permite aislar a las fuerzas cuyo propósito más o menos explícito es dinamitar las instituciones comunitarias.

El candidato socialdemócrata, Frans Timmermans, sorprendió hace unos días al plantear en un debate entre aspirantes a presidir la Comisión celebrado en el mismo Parlamento Europeo una nueva alianza “de Tsipras a Macron” como alternativa a la tradicional “gran coalición”. Sin embargo, en Bruselas se da por hecho que la próxima mayoría se conformará con más de dos grupos, sí, pero a partir de los dos pilares del bipartidismo clásico, ahora insuficientes para garantizarla.

Y el caso es que la propuesta de Timmermans tiene sentido. En efecto, de Syriza a La Repúblique en Marche hay un arco iris de opciones que representan la diversidad de sensibilidades europeas que pueden promover un cambio en la UE articulado alrededor de la lucha contra el cambio climático, la cohesión social, el feminismo y el ejercicio de una política migratoria decente. Esa diversidad incluye diferencias notables en muchos aspectos, pero cualquier impulso a Europa debería partir de aquella recomendación que formuló Tony Judt de no considerar la Unión Europea como la solución a todos los problemas que cada país afronta.

El mito de la omnipotencia de la Unión Europea la convierte en el saco de boxeo de todos los descontentos y ofrece coartada a las extremas derechas para combatirla como si fuera el origen de todos los problemas. Cierto margen de maniobra, cierta responsabilidad de los Estados, en sus relaciones entre ellos y con terceros, es otro de los ingredientes necesarios a la hora de buscar la nueva senda.

La UE es un artefacto singular hoy amenazado por su propia impotencia y por el ataque organizado de la internacional extremista que Donald Trump alienta desde Estados Unidos, pero también por las injerencias de Putin desde Rusia. El cumplimiento del lema europeo de “unidad en la diversidad” pide abrir juego a nuevas corrientes verdes, izquierdistas, liberales e incluso populistas que han quedado hasta ahora relegadas a la oposición.

La pluralidad de nuestras sociedades, plasmada en costumbres, derechos y libertades, pero también en posiciones políticas variadas, indigna a la extrema derecha porque desactiva el miedo, su principal materia prima. Nuestras divisiones y enfrentamientos, en cambio, alimentan su estrategia del odio. No queda otra: más democracia, más diversidad y menos bipartidismo.

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