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“La vanidad del ser humano se explica con un dato: el 90% del oro que se extrae se utiliza para cosas que no necesitamos”

El periodista Joseph Zárate, autor de 'Guerras del interior'.

Matías de Diego

Joseph Zárate (Lima, 1986) pisó por primera vez Madrid para recibir un premio. Aunque la tarde de abril de 2016 en la que recogió el Ortega y Gasset a Mejor Historia por la crónica que había escrito sobre Máxima Acuña, una indígena que lucha para conservar sus tierras frente al acoso de una empresa minera, el periodista tuvo que vivir en su propia piel “cómo la cultura occidental etiqueta a las personas por su aspecto”.

“Llegué al palacio de Cibeles –recuerda en esta entrevista con eldiario.es– y cuando entré el vigilante me paró y me preguntó si yo era uno de los que había venido para servir las mesas”. El periodista tuvo que explicarle que, en realidad, él era uno de los premiados.

En las tres crónicas de Guerras del interior (Debate, 2018), Zárate escribe contra estos prejuicios y reivindica la dignidad de las luchas de las comunidades indígenas para preservar sus derechos y sus tierras frente a gobiernos e industrias que los ven como ciudadanos de segunda. Las crónicas –Madera, Oro y Petróleo– relatan las batallas de Edwin Chota, Máxima Acuña y Osman Cuñachí contra “una forma occidental de entender el progreso”, basada en la explotación de los recursos naturales de la amazonía peruana: su madera, su oro y su petróleo.

Guerras del interior se escribió con la vocación de ser una recopilación del trabajo del reportero, pero un viaje al interior de uno mismo y a sus propias raíces llevaron a Zárate a repensar esa idea original y convertirla “en un golpe que interpela directamente al lector”. Un golpe que también ha sacudido la carrera profesional del autor, que se ha convertido en uno de los mejores cronistas del momento.

¿Por qué decides dedicar tu libro a estas historias?

El proyecto original era hacer una recopilación de varias crónicas sobre personas aparentemente sencillas que tienen vidas extraordinarias porque pese a tener todo en contra, se enfrentan a poderes que siempre han estado ahí. Decidí escribir sobre ellos en 2015, entonces acababa de dejar mi trabajo en la revista Etiqueta Negra para venir a estudiar a Barcelona una maestría en Escritura Creativa. Quería irme de mi ciudad para repensar el proyecto para que el libro fuera como un golpe y tratando de entender por qué rayos había decidido escribir esto en vez de ocuparme de otras cosas.

Ese porqué eran mis orígenes en la amazonía y las raíces de mi abuela materna. Viniendo de una comunidad amazónica, ella encontró en Lima una oportunidad para progresar, ser alguien, tener una casa y estudiar. Lo que me interesaba eran las diferentes formas de entender el progreso que tenía mi abuela y la gente sobre la que estaba escribiendo: ella intentando separarse de su historia previa para sobrevivir en una sociedad racista y clasista, que sigue viendo a los indígenas como gente inferior; y ellos reforzando su vínculo con sus raíces. Además, Madera, Oro y Petróleo gravitan en torno a estos materiales a la vez que funcionan como metáforas del progreso y de la condición humana.

Un viaje al interior de uno mismo a través de tres historias y de tres conflictos.

Eso es. El libro es un viaje que me ha permitido conocerme mejor a mí mismo. Por eso está ordenado de una manera cronológica y espacial: la madera está en la superficie, el oro está un poco más abajo, más abajo está el petróleo y en el epílogo está el corazón de la Tierra. En realidad, es como un viaje al interior de algo y está ordenado así porque se adentra en el ser humano.

Desde que publiqué el libro, dentro de mí existe un conflicto porque uno escribe y adquiere cierta visibilidad. Te sientes bien porque has escrito un libro, porque llegan ciertos reconocimientos y palmadas en el hombro... Pero esta no es una novela de ficción y lo más importante son las historias y las vidas de estas personas. Podrán decir que soy un idealista o un romántico, pero mi escritura y mi estilo están al servicio de las historias que cuento y del objetivo que persigo con ellas: conseguir que la sociedad se dedique a pensar sobre ello. Después de leer la crónica, a lo que uno aspira como escritor es a que el lector no termine ileso, que termine en un estado de reflexión y que esa reflexión genere una acción.

Para recorrer esta ruta al interior de la Tierra, la entrevista que sigue se divide en las tres partes que componen 'Crónicas del interior' .

El cadáver de Edwin Chota fue arrojado a un río. Lo encontró un cazador asháninka –la comunidad indígena más numerosa de las 51 que conviven en Perú– en un pozo de siete metros de profundidad. Reconocieron los huesos de su líder, asesinado por un grupo de traficantes de madera, porque al cráneo le faltaba un diente. Chota fue asesinado porque trató de impedir que las madereras expropiaran las tierras de los indígenas y que los taladores ilegales acabasen con el tesoro del Amazonas.

Los asháninkas recuerdan a Chota como un héroe ambiental, pero otros le acusan de antiprogreso y de querer frenar el avance de Perú.

A la gente que lucha por sus tierras se les pone la etiqueta de antiprogreso y se les acusa de ser terroristas o de estar manipulados por ONG. Las comunidades indígenas tienen sus problemas y cometen fallos, pero no se puede ignorar a una nación que está evidenciando que un proyecto maderero está talando ilegalmente el Amazonas y poniendo en riesgo su supervivencia. Eso explica mucho de cómo el poder ve a quienes se resisten.

¿En qué sentido?

Cuando se habla de ellos como representantes de la tradición milenaria del Perú, todo les parece bonito: su vestimenta, su folklore y lo que puedan decir. Pero cuando esos mismos indígenas ejercen un papel activo, si quieren un lugar de liderazgo, si levantan la voz, si quieren ser congresistas o se postulan a la presidencia, se les estigmatiza y se les ataca.

Entonces nacen los prejuicios.

Sí. Y esto no tiene que ver con una cuestión de cuánta plata puedan tener o de su cultura, tiene que ver con el racismo. Te voy a contar una cosa que me pasó a mí para que tengas un ejemplo de cómo la cultura occidental etiqueta directamente a una persona por sus rasgos físicos. Cuando gané el premio Ortega y Gasset de periodismo por la crónica sobre Máxima Acuña, la historia de una mujer discriminada, estaba muy nervioso porque iba a ser mi primera vez en Madrid e iba a conocer al rey Felipe VI y a la reina Letizia.

Estaba muy orgulloso porque este es un galardón muy importante para un reportero. Llegué al palacio de Cibeles y cuando entré, el vigilante me paró y me preguntó si yo era uno de los que había venido a servir mesas… Evidentemente, me reí y le expliqué que no, que yo era el premiado, pero me di cuenta de algo muy poderoso: el guardia no lo hizo por joderme, lo hizo por cómo me ve, por mi aspecto. Obviamente no soy blancomi padre es negro y tengo raíces indígenas–, así que por mi aspecto pensó que debía ser el que servía las mesas…

¿Cómo se lucha contra esto desde el periodismo?

Tenemos que hacer que la gente piense. Con Guerras del interior intento que la gente reflexione un ratito sobre el privilegio que tiene. Yo mismo he tenido que hacerlo: tengo raíces indígenas y vengo de una familia humilde; pero nací en Lima, fui a la universidad, puedo vivir de mi trabajo y viajo al extranjero dos o tres veces al año. Soy un privilegiado que viene de un lugar jodido.

Los periodistas tenemos que reportear de tal manera que consigamos que la gente piense en sus privilegios y en esos prejuicios. Nuestro papel no es salvar el mundo, es hacer que la gente piense y se cuestione sus privilegios. Nuestro compromiso es tener contacto con la gente y contar sus historias con todos los matices posibles para que quienes nos lean se cuestionen, se interpelen y piensen. Y tenemos que hacerlo porque los que ejercen el poder no quieren que la gente piense. No quieren que nos cuestionemos nuestra forma de vivir y todos esos prejuicios.

Uno de los objetivos de Chota era que su comunidad aprendiese a leer y a escribir. ¿Qué papel juega la educación para los indígenas?

La educación es un elemento de supervivencia, y lo es por una cuestión fundamental: vivimos en el siglo XXI y en sistemas que están regidos por una gran cantidad de leyes y normas que las comunidades indígenas tienen que conocer para luchar por sus derechos. Los líderes como Edwin Chota comprendieron que si no tienen ese poder, difícilmente van a poder conseguir que se legalicen sus territorios. Para la resistencia y la lucha indígena, la educación es clave, es un arma para poder resistir.

¿Sigue habiendo impunidad por el asesinato de Edwin Chota?

Sí… Hace cuatro años que el caso está abierto. Entonces capturaron a los sospechosos, que eran traficantes de madera, pero los soltaron porque las investigaciones no avanzaban. Ahora mismo no hay nadie que esté preso por el crimen de Edwin y no lo habrá. Y mientras, los traficantes siguen acosando a las comunidades amazónicas

Hay un dicho popular que describe Perú como un mendigo que espera sentado sobre un banco de oro. El mendigo espera a pesar de ser el primer exportador de oro de América Latina y el sexto del mundo –solo por detrás de China, Australia, EEUU y Canadá–, pero la riqueza de su tierra se la llevan “los otros”. Máxima Acuña nunca quiso ser un símbolo de la lucha ambiental, pero su guerra contra la minera Yanacocha la ha convertido en un icono de la resistencia indígena. Sin saber leer ni escribir, ha evitado que los mineros la echen de su casa y se queden con sus tierras para secar su lago y hacerse con el oro que hay allí.

¿Qué te atrajo de la historia de Máxima?

Que es una crónica sobre ella, pero que también habla de lo perverso que es el sistema en el que vivimos, de la vanidad humana, de nuestras ansias de poder, de la resistencia indígena histórica y de cómo a través de las leyes se ha ido despojando a estas comunidades de sus tierras. Pero también sirve para hablar del choque de dos formas de entender el progreso: la visión de las costumbres de los Andes y la de las leyes occidentales.

Oro es un espejo en el que uno puede mirarse. Podemos vernos reflejados en la historia de Máxima para darnos cuenta de lo que estamos haciendo mal y es incómodo porque nos gusta sentirnos mal un rato, decir “qué pena” o “qué mierda de mundo” y seguir con nuestras vidas.

Máxima es acosada por una empresa que quiere quedarse sus tierras, que derriba su casa, la aísla y la vigila las 24 horas. ¿Dónde está el Gobierno?

El papel del Gobierno en este caso es el de un fantasma: está ahí, mirando, pero no hace nada. Pero no hacer nada es como estar apoyando que se sigan haciendo ciertas cosas. Hace un tiempo, Máxima construyó una piscigranja de truchas en sus tierras y de pronto todas aparecieron muertas, envenenadas de un día para otro. No tiene pruebas que le sirvan para acusar a Yanacocha, pero sabe que han sido ellos. ¿Qué puede hacer en esta situación? ¿Cómo actuar si el Gobierno peruano está haciendo como que no sabe nada y no deja de mirar para otro lado? Lo que hace el poder es también un reflejo de cómo ven los ciudadanos estos conflictos.

Participando con su silencio, en cierto modo.

Obviamente, pero de una manera activa y presente. De vez en cuanto le dicen que cuenta con todo su apoyo, pero no la defienden. Tampoco defienden abiertamente Yanacocha, pero durante los últimos 20 años en Cajamarca -donde vive Máxima-, los gobiernos –ya sean de izquierdas o de derechas– han apoyado a las grandes empresas torciendo las leyes para que puedan generar más beneficios. Fíjate que el Perú es el principal exportador de oro de América Latina, esto quiere decir que no hablamos de cualquier cosa y ahí nadie quiere meterse. El gremio de los empresarios es muy poderoso en el Perú.

¿Controlan al Gobierno?

De alguna manera, lo hacen. Si no fuera así, conflictos como este se solucionarían de una manera mucho más rápida. Lo que está pasando es que existe una cierta obsesión por esta idea de que el Perú tiene que invertir más en los grandes proyectos de extracción minera, maderera o petrolera para poder entrar en lo que llamamos Primer Mundo. Esto de querer ser como Europa o Estados Unidos es una narrativa que viene de hace décadas, de principios de la República, y que siguen vendiéndote políticos y economistas. “Sigamos invirtiendo y sacando adelante los proyectos de extracción porque el Perú es un país minero”, nos dicen. Pero se olvidan de que en esos territorios vive gente.

Si tiene tantos recursos, ¿dónde está el dinero?

Eso me pregunto yo, dónde está toda esa plata. Pues o se la robaron los políticos o se la llevaron grandes compañías de potencias como el Reino Unido. Los grupos de poder que se dedican a la extracción de recursos se enriquecen y muy poco se queda en las comunidades. Por ejemplo, la región de Cajamarca es la que más oro extrae de todo el país pero es donde más pobreza hay.

Puedes pensar que es una contradicción o que es absurdo, pero tiene que ver con que muchas veces las empresas mineras no pagan impuestos y le deben millones de soles al Estado. Tiene que ver con que las leyes son laxas y con que el Gobierno no insiste a las mineras para que les pague esos impuestos. También tiene que ver con que los gobernadores pueden estar comprados o ser profundamente corruptos. Esa es la respuesta: el Perú es sensible de una profunda corrupción. Cuando el precio de los metales subió, teníamos dinero. ¿Dónde está esa plata? ¿Por qué hay gente que está muriendo porque no recibe los servicios básicos necesarios? La corrupción es una razón muy poderosa. Si a eso le sumas las instituciones débiles, jodidos.

¿De dónde nace nuestra obsesión por el oro?

No es una cuestión contemporánea. Es algo tan antiguo que forma parte del propio ADN del ser humano. Parece como si en algún momento de nuestra historia sentimos que merecíamos más cosas que los demás por creernos más listos. Esa vaina está dentro de nosotros, por eso el libro se llama Guerras del interior: no es una guerra entre buenos y malos, es una guerra con lo que hay dentro del ser humano.

A Máxima su propia familia la discrimina porque no sabe leer ni escribir. Ya no es una cuestión de que seas indígena o vivas en la ciudad, sino que tiene que ver con lo que ha estado dentro de nosotros desde la Antigüedad y las mierdas que han azotado a la sociedad contemporánea, como el racismo. La vanidad del ser humano se puede explicar con un dato: el 60% del oro que se extrae en el mundo sirve para hacer joyas y un 30% se utiliza para los lingotes de oro. Es decir, que hasta el 90% del oro se utiliza para cosas que no necesitamos.

Osman Cuñachí tenía once años cuando el petróleo del oleoducto de la compañía estatal Petroperú se derramó en el río en el que se bañaba y solía pescar. Fue en el año 2016 y entonces la compañía estatal prometió grandes sumas de dinero para los vecinos que ayudasen a limpiar el crudo. Osman escuchó los cantos de sirena de los ingenieros y se lanzó al río para ayudar a limpiar y cumplir alguno de sus sueños: comprarse un smartphone, una pelota de fútbol o mudarse a Lima a estudiar Arquitectura. Pero al poblado awajún de Osman no llegó tanta plata como les prometieron desde el Gobierno, lo que llegó fueron los efectos secundarios de bañarse en un río lleno de petróleo sin ningún tipo de protección.

¿Por qué el Gobierno peruano decidió construir un oleoducto que cruza todo el norte del país?

El oleoducto se construyó durante los años 60 y 70 porque se habían encontrado unos yacimientos de petróleo en la selva y había también una cierta esperanza de que gracias a eso, Perú entraría en el Primer Mundo. Otra vez esa vieja promesa que nunca se ha cumplido. Se hizo con una gran expectativa, pero con el pasar de los años se dieron cuenta de que no había tanto petróleo como pensaban y de que el que había no iba a ser tan fácil de extraer porque el petróleo de la selva es mucho más denso y más difícil de refinar. Ahora, la tubería de Petroperú solo transporta el 10% de su capacidad total.

Petroperú culpa a los indígenas de los derrames mientras las ONG hablan de falta de mantenimiento. ¿Por qué se producen los derrames?

Sobre todo, por falta de mantenimiento, por la corrosión o por desperfectos, por los movimientos de tierra y, en menor medida, por sabotajes. El oleoducto está muy deteriorado y se ha tratado de culpar de los derrames a las comunidades indígenas, a los que se ha acusado de hacer agujeros en el metal. Hay varios informes que apuntan a que este oleoducto no ha recibido el mantenimiento adecuado, por eso han ido ocurriendo derrames. Según los datos de Osinergmin, que es el organismo encargado de evaluar estas cuestiones, han ocurrido 190 derrames en los últimos 20 años.

En el año 2017 hubo una investigación del Congreso de la República que evaluó esta cuestión y determinó que era absurdo culpar a las comunidades nativas. Después de este dictamen la actitud del Gobierno ha sido la de decir que van a remediarlo, pero a día de hoy han sido los awajún los que han tenido que demandar al Estado para que les indemnicen.

El Gobierno vuelve a ser un fantasma.

Así es. Ahora están diciendo que harán una atención de salud general pero que no está centrada en los daños causados por la exposición al petróleo. No se han hecho evaluaciones al detalle y tampoco se ha medido el daño medioambiental que han causado. Lo que sí que se han hecho han sido investigaciones privadas, coordinadas por algunas ONG, que han determinado que los niños que participaron en las limpiezas tienen metales pesados en la sangre.

¿Por qué participaron niños si el trabajo infantil está prohibido en Perú?

Bueno… Lo que ha pasado es que los ingenieros tuvieron la genial idea de decirles a los comuneros que les ayudaran a recoger el crudo. Los adultos fueron sin ningún tipo de protección, a cambio de promesas de dinero; y los niños escucharon el llamado y también fueron para allí. No es que se lo pidieran explícitamente, es que escucharon que les iban a pagar y decidieron ir. Y nadie controló eso.

Todo esto ha sido una irresponsabilidad tremenda por parte de la empresa. ¿Cómo puedes decirle a alguien que vaya, sin ningún tipo de protección, a un río a recoger petróleo derramado? Es una tragedia para todos, incluso para los adultos que participaron o para los que tienen que comer pescado contaminado. Lo que tendría que haber hecho el Estado es una evaluación de salud para indemnizar a los afectados, pero todavía no lo han hecho. Petroperú es una petrolera estatal, así que ha sido el Estado quien les ha contaminado y quien les está dejando en ese estado de indefensión. Y esto pasa, simplemente, porque no les interesa y no son su prioridad.

Porque están centrados en convertirse en un país del Primer Mundo.

Sí. Si esto ocurriera en Lima o en cualquier barrio pijo del Perú sería un auténtico escándalo, pero como está pasando en una zona rural y alejada, no es más que un derrame de petróleo. Cuando la selva sale en las noticias y se habla de los Andes es porque ha ocurrido alguna tragedia como esta, pero rápidamente deja de interesarnos. Desgraciadamente, es así y a Gobierno no le interesa la selva: allí no llegan los servicios de salud, apenas llega la luz eléctrica, la educación no es una prioridad y es evidente la ausencia del Estado. Estoy convencido de que esto ocurre, muchas veces, porque hay una profunda carga racista y discriminadora, porque existe una estructura que considera que los indígenas no son importantes.

En el año 2009, por ejemplo, la nación awajún empezó unas protestas para pedir al Gobierno que derogara una serie de leyes que iban en contra de la soberanía de sus territorios. El presidente de la República de entonces, Alan García, se quejaba porque no entendía de qué se quejaban y llegó a preguntar si los indígenas se creían ciudadanos de primera clase. ¿No es jodidamente bestia? Que él diga eso… ¿Los indígenas son ciudadanos de segunda o de tercera, entonces? Eso representa muy bien lo que son y lo que es el mundo indígena para los que ejercen el poder. Por eso vivimos en un estado de indefensión.

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