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Las amenazas que mantienen la presión sobre el precio de los alimentos: La Niña, la falta de cereales y los fertilizantes

Un agricultor junto a una siembra de cereales, en una fotografía de archivo.

Cristina G. Bolinches

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El precio de los alimentos es uno de los grandes problemas de este inicio de 2023. En España, las recientes medidas de reducción del IVA de los productos básicos han llevado al Gobierno a confiar en que las cadenas de supermercados reduzcan los precios y a los consumidores les duela menos hacer la compra. Una confianza basada, también, en que una vez pasadas las fiestas navideñas, los carritos volverán a centrarse en los alimentos esenciales. Por eso, la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, aseguró hace unos días que la bajada de precios se percibirá ya este mes de enero. Un mensaje similar han lanzado otros ministros, como el de Agricultura, Luis Planas.

Sin embargo, si se amplía el foco y se ve la fotografía más amplia, el problema del precio de los alimentos no solo no se ha esfumado, sino que va a ser persistente y global. Así lo reflejan diferentes instituciones internacionales, desde el Fondo Monetario Internacional (FMI) hasta el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, entre otros.

No es por amenazas nuevas. Los precios de la energía, la falta de cereales y de fertilizantes como consecuencia de la guerra en Ucrania son ejemplos de por qué alimentarse ha sido más caro que nunca en buena parte de 2022. Por eso, los picos de costes pueden atenuarse a partir de ahora, pero la mayoría de organismos internacionales prevén que, en los próximos meses, estos factores inflacionistas seguirán ahí, presionando a todos los eslabones de la cadena de producción de alimentos. Y golpean más fuerte a quien menos renta tiene.

El impacto de La Niña

Tampoco es nuevo el factor climático de La Niña que, en cambio, este año puede ser más “persistente y obstinado”, según las últimas previsiones publicadas por la Organización Meteorológica Mundial (OMM). 

Los episodios vinculados a La Niña están ligados o bien a inundaciones o bien a sequías extremas y derivan de las bajas temperaturas en la superficie del Océano Pacífico. Es cierto que Europa no está afectada por La Niña de forma directa, pero si se mira la imagen global, las consecuencias para la alimentación, por el impacto en las cosechas, pueden ser severas. “La comunidad internacional está especialmente preocupada por la catástrofe humanitaria que se está desarrollando para millones de personas en el Cuerno de África, provocada por la sequía más larga y severa de la historia reciente”, reconocía la OMM.

Y es ahí donde los factores climáticos y económicos se entrelazan. Que La Niña se produzca por tercer año consecutivo y sea más persistente es una mala noticia para el FMI. “Períodos similares de tres años ocurrieron durante la primera crisis alimentaria mundial entre 1973-76 y nuevamente entre 1998-2001”, asumía en diciembre.

La caída de precios se hace esperar

Los factores se saben, las consecuencias se conocen, pero el impacto concreto que tendrán es difícil de medir. “Sigue siendo incierto cómo se desarrollará la combinación de interrupciones en la cosecha, precios de la energía y política monetaria”, según el FMI. Respecto a la subida de los tipos de interés, esta institución resalta que influye en la cesta de la compra, si bien es cierto que centra su análisis en Estados Unidos: “Un aumento de un punto porcentual en la tasa de interés principal de la Reserva Federal reduce los precios de los alimentos básicos en un 13% después de un trimestre”, argumenta la institución encabezada por Kristalina Georgieva.

“El comercio en los mercados de futuros sugiere que los precios de los cereales al por mayor solo caerán un 8% el próximo año desde los máximos actuales”, ahondaba en su análisis de diciembre el FMI en referencia a este 2023. “Sin embargo, nuestras estimaciones indican que las restricciones de la oferta podrían compensar el debilitamiento de la demanda, manteniendo los precios elevados durante los próximos trimestres”. De ahí la falta de optimismo.

“Se estima que los precios internacionales más altos de los alimentos añadieron 6 puntos porcentuales a la inflación de los alimentos al consumidor en 2022. Sin embargo, el traspaso a precios de los alimentos más altos podría demorarse de 6 a 12 meses”. A eso se suma la debilidad de las monedas de países emergentes. “Mucha gente tendrá que esperar” para ver “el alivio de unos precios de las materias primas más bajos”, concluye. 

Los fertilizantes, por ejemplo, aún están lejos de volver a la normalidad prepandemia. Los altos precios del gas -que es tanto materia prima de estos como fuente de energía para fabricarlos- ha golpeado la producción en 2022 y ha llevado a cerrar fábricas por falta de rentabilidad. Y si a España le afecta, para otros países, sobre todo de África, conlleva un varapalo para su producción agrícola.

Un análisis del think tank europeo Bruegel señala que la mayoría de países africanos dependen de la importación de fertilizantes. “A medio plazo, es razonable esperar que otros países con suministro de gas natural, por ejemplo en Oriente Medio, aumenten su producción de fertilizante nitrogenado”, indican. Pero eso no va a suceder de un día para otro, ni de un año para el siguiente.

Y todo dependerá de cómo evolucione la guerra en Ucrania, tanto por su impacto en los precios del gas, como en los cereales. “Los precios siguen altos y los mercados anticipan que, por ejemplo, los precios del trigo se mantendrán por encima de los 250 euros/tonelada durante al menos los próximos dos años, tras promediar los 175 euros/tonelada en los [últimos] veinte años hasta 2022”, asegura Bruegel.

“El Banco Mundial también espera que los precios comiencen a disminuir a partir de 2023, pero que se mantengan mucho más altos hasta 2024 de lo que lo estaban en 2020 y 2021”,  añade. “Las presiones sobre los precios podrían persistir aún más si los precios de los insumos continúan aumentando. Y ensombreciendo todo está la incertidumbre sobre el conflicto militar en curso”, resume. 

No todos los alimentos evolucionan y afectan igual

Esa mezcla de cierto optimismo y problemas en el horizonte también la señala el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA). Si bien ahora el encarecimiento de los precios de los alimentos está allí en el entorno del 10% -en España supera el 15%- las subidas no se van a frenar en 2023 aunque sean significativamente menores.

Para este año, se “prevé que los precios de todos los alimentos aumenten entre un 3,5% y un 4,5%”, indica USDA en su último informe publicado en diciembre. No prevé subidas iguales en todos los productos y, en algunos, sí ve un estancamiento, como en la fruta fresca. En cambio, en aceites y otro tipo de grasas, anticipa un repunte del 5% o el 6%. En carne, de cerdo o vacuno, la subida que prevé USDA es de un 2%. La de porcino, en Estados Unidos despegó en 2022 casi un 9%. 

En Europa, a la espera de saber el dato definitivo del IPC de los alimentos en diciembre, la inflación de estos productos esenciales golpea sobre todo a las rentas más bajas. Así lo ha constatado el Joint Research Centre, que depende de la Comisión Europea.

“Los hogares de bajos ingresos en estos países pueden dedicar el doble de su presupuesto total a alimentos y energía que sus pares de altos ingresos o los hogares más ricos en otros Estados miembros”, constata en un informe sobre el impacto de los precios en las brechas sociales. Por ejemplo, un hogar de renta alta europeo destina el 15% de su renta a alimentos, España incluida. En cambio, en un hogar de renta baja de Rumanía, ese porcentaje puede llegar a alcanzar el 50%. “Los hogares más pobres se encuentran en una doble desventaja, lo que está profundizando las brechas sociales y las desigualdades existentes en toda la UE”, resume.

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