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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Gratitud

Gonzalo Bolland

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La vida que vivimos no nos permite vivir. Siempre hay que ver demasiadas películas, demasiadas series, demasiados documentales o demasiados programas de televisión que no hemos visto. Siempre hay que leer demasiadas novelas, demasiados ensayos, demasiados tuits o demasiadas majaderías que no hemos leído. Siempre hay que escuchar demasiadas canciones, demasiadas sinfonías, demasiadas conferencias o demasiados discursos que no hemos escuchado. Siempre hay que visitar demasiadas aldeas, demasiadas ciudades, demasiados desiertos o demasiadas playas que no hemos visitado y en esta perpetua frustración la vida que vivimos nos parece siempre insuficiente como si fuera una prenda que estuviera hecha de retales, no se ajustara bien a nuestro cuerpo y hubiera sido cosida con desgana por un sastre tuerto, perezoso y desquiciado. Hay tanto de todo, tantas posibilidades, que si no las abarcamos todas parece que nos empequeñecemos. Siempre nos falta algo. Siempre.

Toda esta frustración hace que a menudo nos sintamos como los pobres desgraciados a quienes nunca dejan entrar en la discoteca de moda. Vivimos en la carencia más que en la presencia. Lo que tenemos no es suficiente porque desde todas partes, desde los medios, desde las agencias de publicidad, desde los folletos publicitarios y desde las redes sociales, por ejemplo, siempre nos están proponiendo conseguir otro coche, otra casa, otro amante, otro cuerpo u otras vacaciones en el sudeste asiático, por ejemplo...

No nos basta con lo que somos porque siempre nos hacen creer que podemos tener otra identidad. Por supuesto mucho más hermosa, más atractiva, más adinerada, menos mediocre y menos ajustada a esta cotidiana rutina de lluvias inoportunas, ciruelas baratas, minúsculas certezas y derrotas de nuestro derrotado equipo de fútbol.

No vivimos sino que tendemos hacia la vida. No hacia la nuestra sino hacia la que nos venden en los escaparates; tanto físicos como virtuales. Llueve así que consultamos el teléfono móvil para ver cuando hará sol. Hace sol y consultamos el móvil para ver cuánto van a durar los días soleados. Nieva y no estamos en lo alto de una cumbre para disfrutar de una ladera nevada. El cielo es de un azul tan rotundo como una convicción o como una escultura de Miguel Ángel y nos deshacemos en lamentos porque no estamos en una playa del Caribe para disfrutarlo. Me parece que Imre Kertész, el escritor húngaro, tenía razón. No nos gusta vivir nuestra vida. No nos alegramos de vivirla.

Tal vez por eso el sentimiento que más brilla por su ausencia en todas las manifestaciones del individuo contemporáneo sea el de la gratitud ya que a fin de cuentas, a pesar de todas las desgracias con que los medios de comunicación nos bombardean de a diario, la vida es un privilegio, sobre todo si al final la pagamos con la muerte.

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