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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El Estado es el problema

Pin parental: las quejas de las familias son residuales en toda España

Pablo García de Vicuña

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Recuerda Amin Maalouf en su reciente y recomendable libro 'El naufragio de las civilizaciones' (Alianza Editorial, 2019) la contundente frase utilizada por Reagan en su toma de posesión como presidente de los EE.UU. “En esta crisis, el Estado no es la solución a nuestro problema: El Estado es el problema”. Viendo la estrategia elaborada por Vox en los últimos tiempos, aprecio que también por estos lares hay gente que secundaría la expresión del expresidente estadounidense. Me fijaré en dos cuestiones a las que frecuentemente recurre el partido ultraconservador, ayudado constantemente por otros partidos ideológicamente próximos: la triste polémica en torno al Pin Parental y la visión sesgada sobre el papel del cambio climático en las migraciones.

En ambos casos, los partidos conservadores, guiados por Vox, están cuestionando decisiones que el Estado, a través del Gobierno de Sánchez o de los partidos que lo apoyan, está tomando en los primeros compases de esta legislatura. Siendo legítimo el cuestionamiento de cualquier propuesta política, lo reseñable aquí es la banalidad de los argumentos empleados para ello.

Atendiendo a la más reciente, que ha obligado a posicionarse al resto de partidos parlamentarios, aparece la polémica ridícula e infantil sobre el Pin Parental. Ha irrumpido en la escena política con la misma crudeza con la que se manifiestan últimamente las posiciones políticas de cada cual: ausencia de debate, maximalismos a diestro y siniestro y titulares que sirvan para provocar hilos sin fin en las redes sociales. Poco o nada, sin embargo, ayudan a entender las razones de cada opción planteada.

Más allá de debates estériles sobre la pertenencia o no y sobre de quiénes son los hijos y las hijas, promovida una vez más desde las filas ultramontanas, el debate debería centrarse en delimitar la responsabilidad de cada agente socializador (familia, instituciones, sociedad) en la educación de las nuevas generaciones. Se debe partir del principio de que todas las partes son necesarias en este proceso, pero nadie es indispensable -prinicipio que no se niega, pero que más allá de tal aseveración no concierta más sinergias-. Y a partir de aquí, ir delimitando las correspondientes responsabilidades de cada parte. Tan cierto es que la familia no puede ser la única responsable de la transmisión de valores éticos, como que la Escuela no debe asumir únicamente la tarea de instrucción de contenidos, tal y como se pretende desde una visión simplista del asunto.

Es perversa la afirmación de que deban excluirse del aula temas relacionados con la identidad sexual o la igualdad de hombres y mujeres por poder ir en contra de convicciones familiares, porque estaríamos obviando realidades formativas, circundantes e intrínsecas al ser humano, que el alumnado conocerá indudablemente en cualquier momento y, probablemente en contextos más adulterados y/o menos fiables que los propiamente educativos. De producirse su exclusión de la Enseñanza Pública y la asunción de esta tarea en exclusividad por parte de las familias (tal y como plantea Vox), la sociedad española representada en el Estado no tendría ninguna garantía de que el tratamiento se produjera –si es que se hiciera- de forma científica, objetiva, adecuada y democrática.

De ahí que para llenar de respuestas las interminables preguntas infantiles y juveniles que tienen que ver con su propia anatomía y su relación con el entorno humano circundante, las leyes educativas hayan incluido tales cuestiones en la etapa escolar. Leyes, recordémoslo, de corte progresista (LOE) y conservador (LOMCE). De paso, taparán la enorme vergüenza generada en varias generaciones en tiempos no tan remotos, cuando la Educación – a la concerniente al Estado, me refiero; no a la otra, la que procedía de instituciones religiosas que ya estaba convenientemente tergiversada- excluía el tratamiento de ciertos temas por indecorosos, obscenos e inadecuados.

En la segunda cuestión, la relativa al cambio climático, la estrategia de Vox es, nuevamente, desconcertante. Las medidas que los gobiernos tienen que tomar obligatoriamente, si no queremos entregar un mundo inhabitable a las generaciones venideras, vuelven a ser cuestionadas por la ultraderecha. Su portavoz se preocupaba durante la Conferencia mundial por el Clima, celebrada en diciembre en Madrid, por el alarmismo injustificado y las nefastas consecuencias que para el empleo podía ocasionar. Una vez más, se producía el seguimiento de la misma doctrina negacionista que abanderan Trump y sus lobbys empresariales contaminantes. Vox no acepta la influencia humana en el deterioro ambiental y se niega a asumir que sea el Estado, a través de medidas como la reciente declaración del Gobierno de Sánchez de decretar la emergencia climática en España, por ejemplo, quien lo haga.

Negar, a estas alturas, la importancia del cambio climático es tanto como retroceder prácticamente doscientos años en el tiempo, cuando la Iglesia y una academia científica anquilosada se negaban a aceptar la teoría evolutiva propuesta por Darwin –por cierto, cada vez, se sienten más crecidas las personas estadounideneses partidarias de introducir el creacionismo en las escuelas, como contrapunto al darwinismo-.

La misma ONU confirmaba en un informe reciente que el cambio climático está haciendo el mundo menos habitable y amenaza con aumentar las desigualdades existentes: continúa en aumento el número de personas que padece hambre, a la vez que cerca de un tercio de los alimentos producidos para consumo humano se pierde o desperdicia. (Cada año en los países ricos se desaprovechan casi tantos alimentos como la producción neta total en África subsahariana). Paradojas insoportables de la globalización.

Según el relator del informe de la ONU (2019) el cambio climático amenaza el futuro de los derechos humanos y corre el riesgo de deshacer los últimos 50 años de progreso en la salud mundial y en la reducción de la pobreza. Incluso, en el mejor de los casos, cientos de millones de estas personas se enfrentarán a inseguridad, migración forzada, enfermedades y muerte.

Unas migraciones que, como recogía adecuadamente el último informe de ECODES (Fundación Ecología y Desarrollo) sobre Perspectiva de género en las migraciones climáticas, son más perjudiciales para mujeres y niñas, responsables de los cuidados y receptoras de las cargas, además de relegadas en la toma de decisiones o en la formación educativa (Imprescindible, en este sentido, el visionado de la película belga “La fuente de las mujeres”, plante femenino ante la exclusión de toma de decisiones en el ámbito familiar y comunitario).

Una inmigración, cotinuamente cuestionada por la ultraderecha, que la responsabiliza falsamente de ser privilegiada (usuaria de más derechos que las personas autóctonas), delincuente y usurpadora de puestos de trabajo. David Trueba (“La tiranía sin tiranos”, Anagrama, 2019) define perfectamente la actitud de cuantos comulgan con la ideología ultra: “Para calmar la culpa que provocan estas estrategias (los desastres migratorios)… han surgido organizaciones que transitan por el mundo más favorecido con una plantilla de voluntarios esforzados. Y así, los cooperantes son el ejército del bien entre tanto mal, nuestra ofrenda humana y generosa que reproduce antiguas formas de caridad hoy consideradas zafias (…) Si no acaba de funcionar este sistema paliativo se utiliza otro más sulfúrico. Se nos invita a ver que las victimas no son tales, que también ellos han ejercido la cueldad, que son enemigos latentes, que vienen a aasesinar a nuestros hijos, que serán incapaces de adquirir nuestros valores, se les despoja del manto de bondad e inocencia y se les identifica como crminales en potencia, amenazantes.”

Y es que para abordar ambos casos -la educación y la asistencia social- las fuerzas reaccionarias propugnan un Estado débil que ignore sus responsabilidades y que deje ese espacio libre para la intervención de ámbitos privados. Cada vez que el gobierno de coalición decida intervenir en cualquiera de estos campos se encontrará con la crítica desproporcionada y la exageración que genere situaciones de exaltación patriótica. No son conscientes –o sí- del trabajo de minar el campo democrático que significan tales actuaciones. De ahí que, como punto final de estas líneas, les recomiende esta cita del franco-libanés Maalouf, por si sirve para hacer reflexionar a alguien:

“Cada generación tiene que hallar un equilibrio entre dos exigencias: protegerse de quienes se aprovechan del sistema democrático para promover modelos sociales que acabarían con cualquier libertad, y protegerse también de los que estarían dispuestos a asfixiar la democracia so pretexto de protegerla”.

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