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Autores para leer en la cuarentena: Virginia Woolf

Retrato de Virginia Woolf en su madurez. (DP).

Gonzalo Bolland

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Una noche de 1923, según cuenta el historiador Philipp Blom, una mujer elegante, hermosa, de una belleza severa, casi, casi clásica, pronunció una conferencia a un grupo de estudiantes de Cambridge sobre literatura contemporánea construida en torno a un título tan original como sorprendente: “En alrededor de diciembre de 1910, la naturaleza humana cambió”. La persona que manifestaba tan peculiar afirmación estaba más que capacitada para hacerlo ya que en 1910 había estado ya en el centro de uno de los grupos artísticos más importantes de Europa, el grupo Bloomsbury, del que formaron parte, entre otros, el filósofo Bertrand Russel, el crítico de arte Clive Bell, el economista John Maynard Keynes, el novelista E. M. Foster, la escritora Katherine Mansfield y los pintores Dora Carrington y Duncan Grant.

La mujer en cuestión se llamaba Virginia Stephen, luego conocida como Virginia Woolf. “Si se me permite usar un ejemplo doméstico, en la vida el cambio puede detectarse en el carácter de la cocinera. La cocinera victoriana vivía como un Leviatán en las profundidades, formidable, callada, oscura, inescrutable; en cambio, la cocinera de la época georgiana es una criatura solar y gusta del aire fresco; entra y sale del salón, pero no para tomar prestado el Daily Herald, sino para pedir consejo acerca de un sombrero. ¿Se necesita un ejemplo más solemne del poder de la especie humana para transformarse”.

Aquellos ojos míos de 1910 no vieron enterrar a los muertos ni la feria de ceniza del que llora por la madrugada, escribió Federico García Lorca en el poema titulado 1910 de su libro Poeta en Nueva York y en ese mismo año una exposición en Londres de los pintores pos impresionistas, Vicent Van Gogh, Paul Gaugin y Paul Cezanne, fue calificado por los petulantes críticos de arte británicos como obras de mamarrachos histéricos, basura infantil, atrocidades burdas e intolerables memeces mientras que en otro escenario bastante más tradicional que aquel en el que acostumbran a mostrarse los artistas, el 6 de mayo del mencionado año, Jorge V ascendió al trono después de que su padre, Eduardo, exhalara el último suspiro.

1910. Virginia Woolf tenía entonces 28 años. No tardó en darse cuenta que la manera que tenían de ver el mundo tanto ella como su circulo de amistades estaba en conflicto con la estética, la política y la moral de la sociedad eduardiana. Esta sociedad se negaba a aceptar lo que bastantes británicos pro Brexit de nuestro tiempo tampoco parecen haber aceptado: la muerte de la reina Victoria y con ella la desaparición de una época que debía de dar paso a una nueva manera de estar en el mundo. La cocinera, surgida de las entrañas de las casas victorianas como un animal casi prehistórico, ya no estaba sola. Las mujeres reivindicaban su derecho al placer, a la profesión, al dinero; en definitiva a una vida que no las redujera a ser tan solo animales domésticos cuyo deber consistía en dedicarse al hogar, comportarse como niñas obedientes, compañeras sin sueldo, enfermeras amateurs y una especie de sirvienta sin más objetivo que el matrimonio para así escapar de una servidumbre inferior para alcanzar otra de categoría más elevada. Los corsés pasaron de moda.

Los vestidos y los cabellos se acortaron. Las hilanderas y tejedoras de Lancashire se rebelaron tratando así de huir del círculo vital que las condenaba a fregar, guisar, trabajar, parir y las sufragistas comenzaban a manifestarse por las calles. ... 1910: las máquinas y la mujer, la velocidad y el sexo; los dos motivos centrales de los cambios que se registraron en la década 1900 – 1910. ¿Realmente cambió la naturaleza humana en dicho año?. El 10 de Agosto de 1910 Virginia Stephen contrajo matrimonio con Leonard Woolf, y comenzó su incesante actividad cultural y social, su progresiva intervención en la política, su lucha por los derechos de las mujeres y una mayor ambición literaria, todo ello condicionado por diversas crisis nerviosas, estancias en casas de reposo y largas recuperaciones.

Como escritora percibió que si todas las relaciones humanas habían cambiado, - las relaciones entre amos y sirvientes, entre maridos y esposas, entre padres e hijos -, también se había producido un cambio en la religión, en el comportamiento, en la política y por supuesto en la literatura. Los novelistas que se concentraban en el argumento y en las aventuras de sus personajes no eran capaces de plasmar en una página los sentimientos, la naturaleza interior de las personas, así que en una habitación propia, comenzó a escribir minuciosa y concienzudamente una literatura desestructurada, introspectiva, con voces superpuestas, haciendo creer al lector que de verdad podía escuchar los pensamientos de una persona. Tras escribir novelas como 'La señora Dalloway', 'Al faro', 'Orlando' y 'Las olas', además de un disciplinado diario iniciado en el año 1915 y concluido en 1941, pocos días antes de su fallecimiento, y viviendo ya en la localidad de Rodmell, situada al sur de Inglaterra, a donde se había trasladado el matrimonio tras agravarse el deterioro mental de la escritora, una luminosa mañana del mes de marzo, después de notificarle a su marido mediante una carta que “si alguien hubiera podido salvarme, ese habrías sido tu; lo he perdido todo, excepto la certidumbre de tu bondad; no puedo seguir echando a perder tu vida de este modo”, salió a dar un paseo hasta la orilla del Ouse, se llenó los bolsillos de piedras y se adentró en el río para provocar, como le dijo una vez a su amante y amiga Vita Sackville – West, “la única experiencia que no podré describir”. El año 1910 quedaba ya muy atrás. El mundo estaba despedazándose en una nueva guerra mundial y la desaparición de Virginia Woolf, poco a poco, la fue convirtiendo en un mito romántico, pero huir de los propios demonios internos mediante el suicidio nunca es un acto romántico, sino la cruel constatación de que la vida, a veces, duele de un modo insoportable.

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