Cómo convertir la experiencia profesional en herramienta clave de cooperación internacional
Hay quienes, al jubilarse, sueñan con días apacibles entre lecturas, paseos y nietas y nietos. Pero hay también quienes sienten que aún tienen otras cosas que aportar, que la experiencia no es un punto final sino una herramienta valiosa para seguir construyendo. En Extremadura, un grupo de personas mayores de 56 años ha decidido salir de su zona de confort y cruzar fronteras para compartir saberes, tender puentes y colaborar con comunidades del sur global.
Lo han hecho gracias al Programa Mandela, una iniciativa pionera de la Agencia Extremeña de Cooperación Internacional al Desarrollo (AEXCID) de la Junta de Extremadura que vincula el envejecimiento activo con la cooperación internacional. Inspirado en la figura del líder sudafricano Nelson Mandela, este programa propone estancias breves en terreno, organizadas junto a ONGD extremeñas, para que personas jubiladas con perfiles técnicos o profesionales puedan colaborar desde el respeto, la escucha y el intercambio horizontal.
Lejos del asistencialismo, el Mandela apuesta por una cooperación técnica e intercultural, centrada en compartir conocimientos en ámbitos como la educación, la salud comunitaria, la gestión de recursos naturales o el fortalecimiento institucional.
Volver distintas
“El Programa Mandela no solo nos ha permitido conocer de primera mano las inversiones de la cooperación extremeña en Ecuador, sino también entender el papel fundamental que desempeña la ayuda internacional en la defensa de los derechos humanos”, explica María José Pulido, maestra jubilada especializada en logopedia. “Hemos visto proyectos que empezaron hace cinco o seis años y que siguen dando frutos. Eso demuestra que la cooperación bien hecha, la que se basa en el respeto y la sostenibilidad, funciona”, asegura.
Su testimonio se suma al de Jesús Ramírez Muñoz, biólogo y vicedecano del Colegio Oficial de Biólogos de Extremadura. Su paso por el Chocó Andino le hizo replantearse muchas cosas: “Yo creía que la cooperación era ayudar, sin más. Pero allí entendí que se trata de compartir, de acompañar. Las mujeres con las que trabajamos eran guardianas del conocimiento, protectoras del agua, de las semillas, de la vida”.
También María Arcos, vocal de la ONG Emeritus, se volvió con un compromiso renovado: “Pasada la formación y después de vivir la experiencia en terreno, decidimos unirnos a la ONG creada por antiguos participantes del programa. Queremos seguir haciendo cooperación desde nuestra tierra. Nos llevamos contactos, ideas, alianzas. Para mí, que tengo vocación educativa, ha sido un hallazgo”.
Una propuesta concreta: banco de cooperantes sénior
Desde su experiencia, José Luis Lázaro lanza una propuesta que ha comenzado a tomar fuerza entre varios participantes: la creación de un banco de personas mayores formadas y dispuestas a colaborar en programas de cooperación, tanto desde aquí, nuestra tierra como en terreno. “Este programa está diseñado con sensibilidad hacia las personas mayores. Muchos de nosotros tenemos tiempo, motivación y conocimientos. Pero a menudo no se nos tiene en cuenta. El Mandela rompe con esa dinámica, nos reactiva y reconoce nuestro valor”, explica. “Sumar estos perfiles a equipos de voluntariado enriquecería enormemente cualquier iniciativa”.
Una línea de trabajo que también ve clara Rafa Pacheco, exalcalde de Casar de Cáceres y actual concejal: “Ahora que conocemos los déficits en Ecuador, creemos que nuestra experiencia puede ayudar a reforzar sus estructuras institucionales. Nuestra propuesta es que la labor de Extremadura de sus municipios y mancomunidades sean ejemplo y guía en la zona ecuatoriana que hemos conocido. Eso puede suponer una colaboración valiosísima entre instituciones de aquí y allá”.
Una cooperación que nace desde lo local
Por eso el Mandela no termina en la experiencia internacional. Uno de sus objetivos principales es que los y las participantes se conviertan en agentes multiplicadores cuando regresan a sus localidades. Lo hacen compartiendo lo aprendido en charlas, centros escolares, asociaciones o espacios municipales. De esta forma, el programa impulsa una cultura de cooperación descentralizada, implicando a los pueblos y ciudades de Extremadura en políticas de solidaridad y justicia global.
Este enfoque territorial se consolida además a través del trabajo con los ayuntamientos, muchos de los cuales han empezado a establecer vínculos directos con comunidades de América Latina y África. No se trata solo de que la cooperación “baje” desde las instituciones autonómicas o estatales, sino de que los pueblos extremeños se reconozcan como actores internacionales.
AUPEX: aliada imprescindible
En este engranaje, la labor de la Asociación de Universidades Populares de Extremadura (AUPEX) ha sido clave. Su colaboración con la Fundación Imaymana, en comunidades como el Chocó Andino, ha permitido construir espacios educativos donde las personas aprenden desde su historia, su cuerpo, su entorno y su cultura. Este modelo de educación popular, que escapa a las jerarquías tradicionales, fomenta liderazgos comunitarios y procesos de empoderamiento real.
Gracias a este enfoque, el Mandela conecta con las raíces de la cooperación más transformadora, aquella que no impone, sino que escucha. Aquella que no trae soluciones empaquetadas, sino que co-construye desde la diversidad.
Cooperar cuando todo retrocede
En un contexto global en el que la cooperación internacional retrocede —con la retirada de fondos por parte de gobiernos como el de Trump o el avance de discursos que niegan los derechos humanos— Pulido destaca que el Programa Mandela representa una respuesta ética y política, basada en la solidaridad entre pueblos, el conocimiento compartido y la confianza en que otro mundo sigue siendo posible… también desde y gracias a la jubilación.
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