Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Rafael Fontán Barreiro: “Los olivos y las letras son nuestro mejor emblema”

Fontán posando en Brindisi, a orillas del Mar Adriático, Italia
16 de noviembre de 2025 11:12 h

0

En la mitología griega, el olivo nace del célebre desafío entre Atenea y Poseidón, un episodio que desde entonces encarna la sabiduría frente a la fuerza bruta. Rafael Fontán Barreiro, autor de La almazara de Catón. Olivos y aceites en Grecia y Roma (Godall Edicions), recuerda que aquel juicio divino tuvo lugar en la Acrópolis de la futura Atenas. Para decidir a qué deidad rendiría culto la ciudad, los doce dioses actuaron como jurado entre dos ofrendas: la exhibición de poder estéril de Poseidón —una fuente de agua salada que brotó de la roca— y la propuesta de Atenea, que entregó un árbol destinado a convertirse en símbolo, alimento e identidad. “La previsión femenina frente a la ostentación masculina. Y de lo femenino sale la semilla”, resume el investigador.

Fontán Barreiro sostiene que el olivo es, ante todo, memoria: plantarlo es cultivar un legado. Pero va más allá. Recuerda que este árbol no se reproduce por semilla, sino por estacas —esquejes e injertos—, un proceso continuo desde los primeros campesinos que lo domesticaron en la región sirio-palestina hace más de 7.000 años. “Es el mismo árbol primigenio. Aún hoy bebemos y comemos el fruto de aquellos primeros olivos cultivados”, afirma.

El autor, desde Cáceres, recupera además la dimensión ética del trabajo agrícola que ya anticipó Hesíodo. “La siembra es esperanza. Por eso Hesíodo afirma que quien planta un olivo —cuyos frutos no llegará a conocer— lo hace para la posteridad, para sus descendientes. Y es también un gesto de confianza hacia el pueblo, hacia la comunidad a la que pertenece el campesino. La siembra es virtud ética, espiritual y —quizá lo más importante— social”, explica Fontán Barreiro.

Por estos motivos, el olivo, dice, encarna también la idea estoica del tiempo como ciclo perpetuo: “Es paciencia, y es tiempo”. Y en la semilla, añade, habita una lección sobre lo invisible: “Toda semilla es un acto en potencia, y por eso llamaba la atención de Aristóteles. Aún hoy aprendemos esa lección cuando sembramos semillas en el colegio y nos sorprendemos de verlas brotar. Es ese momento en el que la magia llega a las aulas”.

El Mediterráneo ha sido siempre un mar de semillas compartidas: los fenicios las transportaron, los griegos las cultivaron y Roma las convirtió en emblema. De ahí una pregunta que sobrevuela la obra: ¿es el olivo la mejor metáfora de la cultura común que une a quienes habitan estas riberas más allá de las fronteras? La respuesta parece afirmativa. Los antiguos afirmaban que no existían olivos a más de sesenta kilómetros de la costa, una frontera natural que se explica por las condiciones climáticas que permitieron conservar aquellos bosques primigenios. Pero esa identidad común no se expresa solo en el árbol: también en la escritura, otra creación que requirió la intervención humana. “Del mismo modo que los primeros olivos surgieron del acebuche, la cultura escrita nació de un sistema de signos destinado a combatir la desmemoria y la arbitrariedad”. “Olivos y letras conforman nuestro emblema más perdurable”, sentencia Fontán.

El libro recuerda también que, en los templos antiguos, el aceite de oliva tenía un papel central en los rituales de purificación y consagración. Nuestros antepasados lo eligieron por su extraordinario poder benéfico, una idea que más tarde heredaría la Iglesia con sus 'óleos'. El primer uso del aceite fue, con toda probabilidad, el cuidado de las manos de quienes trabajaban sin descanso en la recogida de aceitunas, y pronto se convirtió en un recurso natural para el cuidado de la piel en general, en una época en la que el cuerpo humano estaba totalmente expuesto a los dictados de la naturaleza. Ese cuidado corporal tenía un sentido espiritual y era, además, un signo de civilización. Para los griegos, recuerda Fontán, un bárbaro era aquel que no utilizaba aceite de oliva.

Y por eso, entre otros motivos, Catón el Viejo recomendaba plantar olivos como deber patriótico. Hoy nos dice Fontán, que “no solo Catón. También Varrón, Columela o Plinio. El primero trataba de recomponer la situación del campo de su amada Italia mediante la agricultura. Eran los tiempos de las guerras púnicas (siglo II a.C.), y es curioso que muchas de las técnicas que Catón recoge en su obra De agri cultura las tomase precisamente de un reputado tratadista cartaginés de su tiempo, Magón”. En cuanto a los demás, escribieron todos ellos sus tratados como parte de la política imperial de reconstrucción nacional tras diversos conflictos.

“No tengo más remedio que admitir, a pesar de lo que vemos cada día, que la política es esperanza. ¿Cómo no va a ser la siembra un gesto político? El único acuerdo entre Ucrania y Rusia desde que estalló la guerra se firmó en julio de 2022 precisamente para permitir la salida de 20 millones de toneladas de trigo ucraniano, bloqueadas en diferentes puertos del Mar Negro”, recuerda.

Volver a los orígenes

Casado con la poeta Ada Salas, Fontán reconoce que “la poesía es como el hueso de la aceituna. Nos lleva de nuevo a los orígenes, al acebuche. Déjame que te lo diga en latín: ut supra (véase más arriba): Yo soy Poseidón y ella Atenea. Yo el agua del mar y ella el olivo”.

Pero además, el escritor también encuentra en los olivos una lección ética: “En los terribles incendios de este verano, los olivares hacían de cortafuegos. Pero incluso quemados vuelven a brotar, como aquellos olivos sagrados de la Acrópolis de Atenas, los que la propia diosa plantara, que volvieron a la vida tras el incendio que los persas provocaron en la segunda guerra médica. Seamos, como ellos, fieles a la vida, aunque no nos plante Atenea”.

“El olivo sigue siendo símbolo de paz —añade—, pero quizá la semilla, por su fragilidad y su silencio, sea una metáfora más precisa de la reconciliación. La propia idea del cultivo es una idea de paz. Desde más lo pequeño a lo más grande, desde el inicio del proceso (la siembra) a su final (la cosecha), pensemos en la paz, en una paz justa que vea reverdecer los campos de Palestina y devuelva a los sembrados de Ucrania su fertilidad”.

Y si pudiera dejar una semilla como legado, el autor lo tiene claro: “Una emoción, la del amor”.

Rafael Fontán Barreiro, sin duda, escribe con la precisión de un ensayista y la intención de un hacedor de poesía.

Etiquetas
stats