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Manuel Rivas, escritor: “La autonomía gallega está llena de okupas, gente que entró en una casa que desprecia”

El escritor Manuel Rivas

Daniel Salgado

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Zona a defender, el último libro de Manuel Rivas (A Coruña, 1957) es un mapa. “Intenté meterme en una rosa de los vientos, el punto cero donde crece la cartografía”, explica. Sirve para orientarse en un presente continuo en que las palabras ya no significan lo que significaban y el deber del escritor es reconstruirlas. Obra híbrida entre el ensayo poético, el aforismo descalzo y el periodismo delicado, su núcleo lo constituyen ideas como decoro y “común decencia”. Rivas, que conversa con elDiario.es desde Madrid, donde se encuentra por trabajo, escribe en gallego y ha sido traducido a múltiples lenguas. “Despreciar la lengua gallega de esta manera es despreciar nuestros recursos”, afea a la derecha gallega que vuelve a convertir los ataques al gallego en táctica política: “La autonomía gallega está llena de okupas, gente que entró en una casa que desprecia”.

Zona a defender (Xerais, 2020; en castellano en Alfaguara) se compone de tres partes. La primera, La esperanza indócil. Manifiesto Mayday, son casi 40 páginas contra la “política del daño”. La segunda recoge artículos publicados en prensa, mayormente en El País Semanal. La tercera clausura el volumen con un ramo de aforismos, “como fresas salvajes que aparecen en el monte”. El hilo que las cose, la restauración del lenguaje. “Tengo voluntad de rescatar palabras enterradas que parecen demodé”, explica, “compromiso, vanguardia... Quiero que vuelvan a tener viento. Cuando reestableces la confianza con ellas, refulgen de sentido”. Y ciertas preocupaciones transversales: el colapso ecológico, las libertades civiles, el republicanismo.

Porque si hubo un disparador de Zona a defender, un libro “siamés” de Contra todo isto (Xerais, 2018), fue justamente la monarquía. “Yo hablo de la importancia de la cerilla, que la enciendes y desencadena acontecimientos”, señala, “en este caso fue un suceso más bien local que activó la común decencia: una saudade republicana, pero una saudade del porvenir. La monarquía está de más. Lo que podía haber de confianza, pactada en la Transición, está saboteada, y en lo alto del edificio institucional está la inmoralidad”. La alternativa de Rivas, una república de iguales, la “utopía realizable” de George Orwell, “ya que no existió ruptura política, que exista una ruptura con la corrupción, una corruptura”.

Pero si el escritor había concebido su anterior Contra todo isto como su particular Yo acuso, los objetivos ahora son otros. “Esta vez hay una pulsión más erótica, sobre lo que queremos defender, una busca de espacios de respiración. Sí, este es un libro más de Eros, el otro era una lucha contra Tánatos”, argumenta. Por ejemplo, austeridad frente a la emergencia ambiental, pero una austeridad que, al hilo del último Enrico Berlinguer –secretario general del Partido Comunista Italiano–, conduzca a nuevas formas de abundancia, siempre fuera de la bulimia del capital. Donde la tradición sea la “tradición de la rebeldía, de la heteordoxia, y permita volar”. Al fin y al cabo, recuerda Rivas a Castelao, “la tradición nunca traiciona”.

A lo largo de las páginas de Zona a defender respira esa insistencia del Manuel Rivas intelectual público sobre la necesidad de algo así como un conservadurismo revolucionario. Incluso la idea de religión, pero en su etimología: religar. “Sí, no con la religión de 'perdona a tu pueblo señor' y la procesión con los guardias civiles”, añade, “sino el diálogo con el transcendentalismo. Hace falta relacionarse con la naturaleza como igual. No debemos aplastar la vida, los otros seres. No debemos ir por la vida aplastando”. Es necesario que sobrevivan las luciérnagas, por emplear la metáfora de Pasolini tan querida por el autor, y así, “reivindicar la idea del sagrado: hay lugares que no se deberían tocar”.

Elogio del panfleto

Con estos y otros materiales arma un libro que Edicións Xerais coloca en su colección Crónica y clasifica como periodismo. Que lo es, pero no solo. Rivas reflexiona críticamente sobre su profesión –además de colaborar en periódicos, codirige la revista mensual Luzes junto a Xosé Manuel Pereiro– y sitúa el momento en que “se jodió él periodismo” cuando su carácter de mercancía se impuso al de “bien necesario”. “Yo aún soy de los que abre el periódico cada mañana como quien anda por el bosque a la búsqueda de una cierva, la centinela”, dice, “pero percibo que la prensa convencional está fosilizada. En la televisión, la cháchara campa sobre la información en el que un irónico mexicano llama 'la comentocracia'. El periodismo debía ser un activismo de la libertad, y sin embargo vive en los predios del conformismo”.

Zona a defender intuye vías por las que huir de esa parálisis, a través de una forma de decir que “no es la del discurso convencional” y que procura incorporar “la mirada libre de la poesía”. No desecha del concepto panfleto, al contrario. “Cuando no hay libertades, las verdades se dicen en los panfletos”, entiende el escritor, “aunque a veces miro un quiosco y, con pequeñas excepciones, pienso 'aquí sí que hay panfletos'. Pero no contra el poder, sino conformes con los poderes dominantes, que a lo mejor no son el Gobierno central que tenemos”. Otra cosa es el que manda en la Xunta de Galicia, cuyos últimos discursos sobre la lengua gallega irritan y al tiempo entristecen a Rivas, Premio Nacional de Narrativa en 1996 por Que me queres, amor? (Galaxia) y que trabaja en la que será su primera novela desde O último día de Terranova (Xerais, 2015).

“Defienden la ignorancia, tan grosera. El trumpismo va más allá de Trump”, considera. Se refiere a la última polémica por la nueva ley de educación que retira el adjetivo “vehicular” anexado al castellano por el ministro del PP José Ignacio Wert en 2013. Los tres partidos de la derecha entienden la modificación como “la supresión del español en la escuela”. Rivas remite a uno de los aforismos que su libro incluye con el epígrafe de A Illa inventada: “En el mundo hay cuatro tipos de derecha: la liberal, la conservadora, la extrema derecha y la española'. Y la gallega vana con ella”.

Más allá del humor, otro trazo permanente en su escritura, le preocupa la “gente que entró en una casa que desprecia”. Ahonda:

— La autonomía gallega existe porque existe una tradición galleguista. Hubo un Estatuto de Autonomía que se aprobó en 1936 en referéndum, y así en el 78 la Constitución colocó Galicia como nacionalidad histórica. Pero ahora este barco está lleno de okupas que nunca creyeron en eso. El pueblo gallego debe colocar una alarma contra esos okupas. Despreciar la lengua de esta manera es despreciar los recursos que tenemos. Sería cómo despreciar los ríos, como despreciar el viento y los bosques. Somos uno de los países en el mundo que tenemos una lengua, no es tan habitual. Ese asco contra el gallego... Esa gente sabotea el futuro de su país, ahora que aparecen mujeres poetas extraordinarias, un cine que llama. Pero no hay ignorancia que acabe con el gallego. Ellos quedarán como una mala anécdota y el gallego seguirá.

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